Hace mucho que
no escribo. Hace mucho que no encuentro el tiempo y el lugar para completar este
rito de gritar en silencio. Hace mucho que no escribo por la urgencia de los
asuntos presentes, la inmediatez de la próxima entrega de los deberes diarios y
también, qué sé yo, porque de vez en cuando acude esa sensación de ausencia de
necesidad, de absurdo. Un «total para qué» que resta prioridad a los delirios
del alma dándosela, por contraposición, a los designios de la economía
productiva, seguro más absurda e inútil en el medio y largo plazo,
fundamentalmente cuando ya no estemos aquí.
Pero hoy siento
que esta necesidad es, al mismo tiempo que absurda, perentoria. Que me urge
escribir y que me lean, si les apetece, sobre la figura de Juan Bernabé, el
presidente del Club Baloncesto Clavijo en los cuatro años que trabajé en este
club, en esta institución de la vida logroñesa y riojana que trasciende, esto
es seguro, los límites de la cancha, el perímetro de los recintos donde se
juega al baloncesto para configurarse, bien en un faro de la vida deportiva y
la educación de los ciudadanos de toda la región, bien, en otras ocasiones, con
mayor o menor merecimiento, en diana de las críticas y los recelos de quienes
han querido derrotarla o derrocarla, en función del grado de animosidad.
Cuando llegué a
Logroño, en agosto de 2018, Juan era la figura visible del club. Algo más que
un presidente, no solo en los aspectos representativos y simbólicos, sino
también en la medida en que su personalidad terminaba impregnando los modos de
hacer y fundamentalmente de ser del club. Y como no estoy aquí, y menos en un día
como hoy, para señalar aquellas acciones que pudieron ser distintas o mejores, prefiero
quedarme, y me quedo, no ya por su muerte, sino porque lo siento así desde que
salí de Logroño, con todo aquello que convertía a Juan, y por ende al club, en
una figura entrañable e inevitablemente querida.
En primer lugar,
debo subrayar su optimismo vital, el modo en el que afrontaba la adversidad, la
seguridad que desprendía de que la siguiente acción sería positiva para el
equipo. Siempre que hallaba lucha en el parqué, él devolvía energía, fe y
esperanza y se la transmitía a todo el conjunto. Siempre que veía reflejado su
amor al baloncesto en los jugadores que vestían la camiseta de su querido
Clavijo, su otro hijo, él se mostraba partidario de hacer todo lo que fuera
posible por aportar los medios necesarios para la consecución de los objetivos.
Juan nunca cayó en la crítica desaforada e injusta, aunque por momentos dejara
entrever su preocupación cuando los resultados no eran los esperados.
A Juan lo recuerdo
sentado a pie de pista en la cancha del Lidia Valentín de Ponferrada,
disfrutando de un partido de tres prórrogas que a la postre perdimos, orgulloso
y satisfecho por el espectáculo presenciado. También en las gradas de Menorca,
apurando las últimas opciones de un ascenso deportivo que luego llegaría por la
renuncia de Prat a jugar en LEB Oro. También en los asientos de madera de El pez
Volador de Madrid, transmitiendo fe y aliento a una plantilla que llegaba muy
diezmada al partido, con solo siete efectivos, uno de ellos recién llegado de
Uruguay. Y en el modesto pabellón de Jesuitas de Logroño, siguiendo a los minis
del club en el partido anterior al que debía disputar su nieto, el niño de sus
ojos, Martín,
Un Martín que
hereda sin saberlo, aunque pueda que lo intuya, un patrimonio personal de
incalculable valor. Ser el nieto de Juan Bernabé en las calles de Logroño, en
las gradas de sus pabellones de barrio o colegio, en el parqué del Palacio, es
casi un legado shakesperiano. No tardará en darse cuenta de ello, se lo transmitirá
su padre, se lo enseñaremos todos. No para que sienta que no puede igualar lo
hecho por su abuelo y ello lo abrume o paralice, sino para que lleve con
orgullo una bandera que no señala el lugar del triunfo o los éxitos, sino el de
la lucha y el entusiasmo, patrias ambas del carácter y la personalidad de Juan.
Con Juan Bernabé tomé mi último café antes de vaciar el piso y dejar Logroño hace ya año y medio. Le pedí que nos despidiéramos y accedió encantado. Quería que entendiera los motivos y lo hizo deseándome suerte en mis próximos proyectos y dejando la puerta abierta a un penúltimo regreso a esta que siempre consideraré mi casa. Hoy siento que lo traiciono al no poder acompañarle en su despedida, pero pienso que me perdonará. Estoy de viaje persiguiendo una pelota naranja, intentando ganar, meter más puntos que el rival. En realidad, porque esto es lo único que controlo, procurando luchar y emplearme con entusiasmo sirviendo a los colores que ahora me visten y a los que me debo, como un día me vistieron y aún me debo, los del Club Baloncesto Clavijo, el hijo mayor de Juan Bernabé.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS