Esplendor en la hierba

 



De camino a casa, tal vez a modo de recordatorio, leía la siguiente frase de CJ McCollum, jugador de los New Orleans Pelicans: «debes tener una fe en ti mismo por encima de la lógica porque mucha gente va a intentar desanimarte». Se refería a su faceta de deportista, aunque el contenido es extrapolable a cuantos proyectos personales asumamos en contra de la geometría cartesiana o lo que sea costumbre en cada época y lugar. Y en cierta medida coincido con CJ, pues metas improbables requieren caminos resbaladizos y caminos resbaladizos, desde luego, valentía no exenta de equilibrio.
 
Ser una de las 104.000 personas con entrada en los muelles bajos del Sena es un privilegio que se consigue con mucho esfuerzo y trabajo transformado en poder adquisitivo: los admiro y envidio. Ser uno de los 10.500 deportistas que representará a una de las 206 delegaciones, salvo excepciones folclóricas en países pequeños que el COI ya ha ido controlando, es un auténtico desafío estadístico y una hazaña que admiro y envidio ahora que nos sentaremos a ver los resultados, el último paso de un camino que ha tenido que ser muy duro. Es esto, solo envidio el resultado, la escenificación del triunfo, pero, como el buen Bartleby, yo nunca lo haría, especialmente en el caso de las disciplinas individuales y más aún en aquellas administradas y regidas por los grandes inquisidores de la piscina o el estadio: el espacio y el tiempo.
 
A estas alturas ya tenemos claro que el deporte de alto rendimiento no es saludable y que puede acarrear numerosas dificultades en la vida diaria futura de quienes lo practicaron. Y también que, salvadas honrosas excepciones, el coste de oportunidad de los deportistas es muy elevado, ya saben lo que decía el poema de Wordsworth: «aunque ya nada pueda devolvernos el tiempo del esplendor en la hierba, de la gloria en las flores, no debemos afligirnos porque la belleza subsiste en el recuerdo». Y sí, el tono del poema es optimista e inspirador, pero no deja de recordarnos que juventud vivida es juventud vencida y que, en el caso de estos deportistas, decir vivida es decir mucho.
 
Es por esto que detrás de cada 10.500 deportistas olímpicos, también de todos aquellos, muchos más, que han luchado para serlo con la misma falta de lógica y sentido común, con el mismo exceso de fe en sí mismos, hay una historia. Una historia de superación, seguramente; una historia de enfrentamiento, muy probablemente, ante los sabios y humildes, y bienintencionados, consejos de familiares y amigos. Por no hablar de los conflictos internos, de los monólogos interiores que un día defendieron una tesis y al día siguiente la contraria. Solo el cuerpo en marcha, en funcionamiento, buscando, porque están ahí, como el Everest, sus límites, pudo silenciar las voces.
 
Ahora llega la puesta en escena, el concierto, el final de la historia. Y me apena que solo unos pocos, los privilegiados, los que ya eran capaces de estar en el instante antes de que nos sangraran los oídos de tanto escuchar los mantras del partido a partido, juego a juego o pulgada a pulgada, sean capaces de disfrutar del momento y alcanzar ese éxtasis que sienten los virtuosos del violín, el piano, la danza o la raqueta. Me apena que sean ellos los que se lleven las medallas y acaparen los titulares. Que sean los Ulises de turno los que tengan su Odisea grabada en la historia del tiempo y no todos aquellos que acabarán la competición y volverán de Troya habiendo olvidado el privilegio de ser uno de los 10.500 deportistas olímpicos que recorrieron las calles de París y surcaron las aguas del Sena sin pagar entrada, hotel o apartamento turístico.
 
No habrá historia ni titulares para ellos, aun cuando su relato es, sin duda, mucho más conmovedor, más humano, más aplicable a nuestro día a día, a nuestra lucha diaria por desatender los rigores de la lógica que nos explican los que nunca nos entendieron, por llegar a ser olímpicos en nuestras actividades, campeones de nuestros pequeños torneos de mus o pádel. No habrá historia para quien considerará un fracaso no haber superado un listón, alcanzado una cifra, rebajado un tiempo obviando el privilegio y su capacidad sobrehumana sin reparar en el milagro. No habrá Homero y, lo peor, tampoco Wordsworth para quienes no logren sus metas, o para quienes no construyan una realidad alentadora respecto al esfuerzo invertido. No habrá belleza en el recuerdo de quien se focalice en un resultado, si este es negativo; solo nostalgia del esplendor en la hierba que sus ojos no llegaron a contemplar.
 
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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