Qué sensación
tan bonita esa que sigue al cierre de un libro que te ha acompañado durante semanas
y cuya lectura has podido disfrutar como cuando eras un enano y ninguna
responsabilidad te esperaba a su finalización, cuando no tenías ninguna
intención de hacer una reseña, solo recrearte en sus pasajes. Hombre de
fútbol, de Arthur Hopcraft, es el mejor libro que he leído sobre un deporte
que ya no sigo. Publicado en 1968, sus reflexiones siguen vigentes cincuenta y
cinco años después y trascienden no solo el paso del tiempo, sino que alcanzan
la verdadera transversalidad de los deportes de equipo de oposición, espacio
compartido e invasión. Tanto que no me hubiera extrañado confundir a Matt Busby
con John Wooden o a Alf Ramsey con Juan de Dios Román.
Hopcraft hace un recorrido por el fútbol inglés desde su nacimiento hasta esos años 60 de progresivo aperturismo, redondeados con la consecución del mundial que ellos mismos auspiciaron. De los ingleses dice que aquellos días disfrutaron como nunca, sobre todo aquellos trabajadores de las fábricas de las regiones más industrializadas y alejadas de los centros de negocios. Qué pronto olvidaron los británicos que fueron más felices abriendo puertas que cerrándolas. Hombre de fútbol es también un manual de historia sobre el hecho deportivo desde su perspectiva científica, pero también desde la sociológica, política o empresarial. En el libro el fútbol pasa por diferentes estadios: nace, crece, se reproduce y se asoma al abismo de la muerte, al menos en su forma original, para refundarse continuamente siempre sobre la base de la conexión entre el césped y la grada, entre el campo y la televisión. El fútbol es el drama mejor contado desde los tiempos de Shakespeare y, sin necesidad de guion, el libro que mejor entiende una sociedad cansada de ver a señores de traje dando sermones que no se aplicarán.
El autor termina
su análisis en clave sectorial (directivos, árbitros, jugadores, entrenadores,
afición…) haciendo un vaticinio certero sobre lo que habría de pasar en el mundo
del fútbol. No en vano acertó con el surgimiento de la Premier y con la natural
fusión y concentración del talento y los recursos económicos y el interés de
los equipos grandes por hacer valer la mayor importancia de sus mercados en el
reparto de los beneficios. Acierta también desoyendo las noticias que hablaban
de una Superliga europea: “ya tenemos bastantes competiciones internacionales
con la Copa de Europa, la Recopa y la Copa de Ferias”, afirma. Condena al
semiprofesionalismo a los equipos con masas sociales en torno a los cinco mil
espectadores, aunque siempre les quedará la FA Cup para plantar cara a los
equipos más grandes y rendir un homenaje al fútbol modesto. Es tan preciso
pronosticando el futuro que es hoy nuestro presente que, a veces, un tanto
despistado, pensaba que estaba leyendo un libro sobre nuestro baloncesto.
La
capacidad de gestión solamente se premia con un refuerzo del ego o con la
satisfacción de los incondicionales tras la victoria sobre los adversarios. Y
en el fútbol estas recompensas son importantes, pero no dan de comer.
Así se refiere a los directivos de entonces, que son en gran medida los de
ahora. Ante ellos cabe el aplauso por su pasión, pero cabe la duda sobre la idoneidad
de la profesionalización de ciertas figuras que a veces estos frenan para no
ver relegada su notoriedad. Este año he vivido muy de cerca una de las mejores
historias peor contadas, pero no puedo responsabilizar a nadie al respecto, pues nadie estaba al cargo de ello.
Todos los esfuerzos eran por amor al basket. Y todos son dignos de agradecer.
Y lo mismo
sucede, y concluyo, en el campo de los entrenadores, a los que no se paga
porque no se les exige, a los que no se exige porque no se les paga. Nadie
llega a entender, o si lo entienden no lo consideran prioritario, que cuidar a
los entrenadores es cuidar a los jugadores y que cuidar a los jugadores es
cuidar a los clientes y que, de alguna manera derivada, también el futuro del baloncesto habrá de sostenerse sobre sus jugadores y futuros aficionados, sobre los
aficionados y futuros directivos, sobre los actuales directivos y, ojalá, futuros
profesionales. En el estado actual no cabe la profesionalización de determinadas
estructuras, pero sin la profesionalización de determinadas figuras lo que no
cabrá en el futuro será el baloncesto, de ningún tipo. En ninguna ciudad, por
grande que sea. El fútbol y muchas otras actividades nos seguirán comiendo el
terreno, sobre todo porque su historia es infinitamente más atractiva y democrática. Y porque
está infinitamente mejor contada. Entre otros, por Arthur Hopcraft.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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