No recuerdo un
año peor que el de Segundo de Bachillerato en términos académicos. En una etapa
ideal para que florezca el pensamiento y se comparta con los contemporáneos,
para que surjan pequeñas comunidades de amantes de lo intrascendente o inútil,
para que se descubran vocaciones, aunque luego se demuestren erróneas, dedicamos
nueve meses de nuestra juventud a buscar una calificación promedio y a preparar
una prueba que intenta diagnosticar una serie de aptitudes y actitudes propias del
aprendiz, pero que en realidad testa el grado de adaptación de este a un
sistema eminentemente lingüístico, lógico/racional y memorístico, tres
capacidades reseñables, por supuesto, pero no superiores bajo ningún criterio
jerárquico a otras como la habilidad manual, la capacidad atlética, el
razonamiento creativo, el criterio artístico o la inteligencia social, que muchas
veces será la que coloque a esos disciplinados aprendices en algún centro de
trabajo y les permita, aquí o en el extranjero, planificar una vida.
La Ebau, como
antes lo hacía la Selectividad, así como las plazas limitadas que de alguna
manera más o menos objetiva hay que repartir, condicionan uno o dos años de aprendizaje,
determinan el currículum, estrechan y acortan miras, tal vez por puro interés.
Lo mismo sucede cuando al final del camino o de una temporada se sitúan eventos
como los campeonatos provinciales, regionales o nacionales, algo que me parece
bien como aliciente o motivación para los deportistas, atletas que, al igual
que los antiguos griegos, quieren pasar de la potencia al acto, del
entrenamiento a la práctica, pero siempre que se haga con un cierto criterio y
con alguna autolimitación.
Porque igual que
el profesor quiere presumir en las playas de Benidorm del porcentaje de alumnos
que acceden a la universidad, el entrenador de un equipo quiere presumir de
resultados en los múltiples campus en los que a partir de finales de junio se
reúnen. Y eso afecta al currículum y a otra serie de decisiones que objetiva y
subjetivamente pueden dificultar el aprendizaje y el desarrollo de los
aprendices. Si en el instituto nos privaron de aprender Filosofía o Literatura
a través del ejemplo o el diálogo, sin prisas y atendiendo a todos los matices
posibles, en los clubes pueden sentirse tentados a acelerar los procesos y a
dejar individuos descolgados, tal y como se ha visto en todas aquellas pruebas
previas a la Selectividad en las que tantos equipos han presentado ocho, nueve
o diez jugadores, en función de la permisividad del reglamento.
Los Campeonatos
de España de clubes de Minibasket que se disputarán en tres semanas no ayudan a
nadie salvo a los que obtengan un beneficio directo de ellos. Puede que generen
beneficios, diversión para los padres y una suerte de motivación hacia el logro
(sea cual sea este) en los participantes. No creo en su valor formativo, salvo
en términos de exigencia física y atencional, pero esto podría esperar a más
adelante. Los que se han quedado fuera han sido más conscientes que nunca de la
falta de expectativas depositadas en ellos. Los que lo jueguen, salvo los más
habilidosos, sacarán el kit de emergencia e intentarán sobrevivir siendo útiles
a su equipo, muchos de ellos asumiendo que no pueden tomar determinadas
decisiones. Los muy buenos, salvo los niños prodigio, harán una y otra vez lo
que mejor saben hacer, no es momento para pruebas: el entrenador está
concentrado, la grada ansiosa, hay mucho en juego. Demasiado.
Hace años, en el
advenimiento de la sociedad del espectáculo, definida por Guy Debord en los
años 70, uno creía que habría dos marcos que permanecerían al margen: la
política y la educación. Que nuestros representantes públicos dialogarían en
las sedes de la soberanía nacional con argumentos sofisticados y no con sofismas
y eslóganes de baratillo. Que nuestros educadores, empezando por los padres, no
convertirían a estudiantes e hijos en joyas que exponer en el escaparate de las
redes sociales y los medios de comunicación: en fin, dentro de unas semanas,
siguiendo los cánones de las actuales reglas de la comunicación y el marketing,
conoceremos el nombre de los jugadores más destacados del Campeonato Mini,
desprovistos del gran escudo para su crecimiento que ha sido siempre la mezcla
precisa de discreción y anonimato.
En fin, mi tesis
es que el campeonato de España Mini llega demasiado pronto en la carrera de
estos deportistas. Deportistas, no jugadores de baloncesto, pues hasta los doce
años deberían estar enfocados en hacerse con los valores positivos que el juego
encierra, con las actitudes y aptitudes que definen a un atleta, en este caso
de un deporte de equipo: el esfuerzo, la generosidad, la capacidad de
concentración, una cierta disciplina… Esta carrera sin fin que puede acabar con
que veamos a bebés intentando meter un balón ante la orgullosa mirada de sus
progenitores afecta negativamente a los currículos, alimenta el juicio sobre
los jugadores (no la búsqueda de soluciones y alternativas para que puedan mejorar).
Si un chico no rinde bien en este campeonato fácilmente podrá arrastrar
etiquetas inamovibles, estigmas sobre su capacidad para competir, para mantener
la cabeza fría… Y los que no están habrán quedado fuera de un entorno de máxima
exigencia y altas expectativas, serán tratados con cierta condescendencia: muy
pocos se reengancharán a una rueda que, al excluirlos, los sentencia de muerte.
En fin, mi tesis
es que ya es demasiado tarde y que una vez que alguna mente preclara de nuestro
baloncesto dijo que adelante con el campeonato de España de minibasket de
clubes es muy difícil dar marcha atrás. Porque sea o no un éxito se venderá como
tal. Los aparatos de la sociedad del espectáculo son sofisticados y nada
autocríticos. Todos ganan el día después de una contienda electoral y después
de un campeonato de estas características: los hoteles facturarán, los padres
se habrán divertido, los niños vivirán una experiencia, no lo dudo, hacer la
Selectividad también lo fue. Con este campeonato se inicia un camino de no
retorno que acabará con los defensores de retrasar la edad de especialización,
la exposición mediática de los deportistas y las selecciones basadas en las
necesidades presentes (con pocas miras de futuro). Alguien lo tenía que decir. Os dejo con el siguiente modelo.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
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