Del verano de las
mixtas a la primavera de las zonas. Así podría resumirse el presente curso
baloncestístico, iniciado con el título europeo de la selección española y que
afronta su final con el Real Madrid como campeón de la Euroliga y los Miami
Heat como flamantes finalistas de la NBA. La variedad estratégica y táctica de sus
entrenadores ha determinado el éxito de sus proyectos tanto como la inclusión
de jugadores veteranos en sus plantillas para cerrar los partidos.
101 años suman Lorenzo
Brown, Sergio Rodríguez y Jimmy Butler, verdaderos clutch players, closers, que
dirían en el béisbol. 168 años suman sus entrenadores, quienes han actuado como
sabios generales protegiéndolos y resguardándolos hasta que llegó su hora. A los
binomios Scariolo-Brown, Mateo-Chacho y Spoelstra-Butler habría que sumar la
capacidad para mirar para otro lado o esconderse, también el saber hacer de los
comandantes en la sombra, tantas veces criticados. El mejor es Riley, desde
luego, pero qué decir de José Ignacio Hernández y qué callar de Juan Carlos
Sánchez. En fin, que cada uno saque sus conclusiones, pero repártanse los méritos
con ánimo de justicia y no de venganza.
Porque tampoco
se trata de ninguna vendetta del baloncesto el modo en el que las variantes
estratégicas han redimido o liberado el papel de espacios abandonados, perfiles
de jugadores o estratagemas tácticas que parecían olvidadas. Los Celtics no
supieron cómo atacar la zona abierta de los Heat, ajustada a pares, algo así
como una 2-2-1 en ocho metros que mutaba de forma adaptándose a cualquier formación
posible del ataque. Los Celtics no supieron cómo atacarla porque ninguno de sus
jugadores, salvo quizá Horford, era capaz de jugar en los espacios intermedios,
pasar antes de botar, mirar antes de recibir. Los Heat jugaron con la
desaparición del juego en la media distancia y con la ansiedad de unos Celtics
que, en vez de querer ganar un partido y jugar unas finales, pretendieron tentar
a la historia y remontar un 3-0. Nuevamente en vano.
La zona 2-3 o
2-1-2 del Madrid, mucho más clásica, no pretende jugar con la ansiedad del
rival, aunque también, sino, en primer lugar, proteger piezas de faltas y
desgaste físico y evitar la exposición de otras que quiere a toda costa alinear
en ataque. A falta de cambios de balonmano, Chus Mateo vio en esta formación
defensiva, a la que fue añadiendo ajustes y en la que suelen brillar, además de
la envergadura de Tavares, la inteligencia táctica y los desplazamientos
sigilosos de jugadores como Rudy o Causeur, una solución a todos los males que
aquejaban a su equipo.
En el caso de la
selección española, la defensa mixta pretendía, además de anular a los mejores
anotadores contrarios, montar, como ellos mismo admitían ante la ausencia de
normas claras o una ejecución limpia de la misma, “jaleo, jaleo”. La mixta,
como también las zonas, pero en mayor medida, consigue que el rival se detenga
a analizar, deje de correr casi como respuesta automática de un cuerpo en
alerta. Y a fe que lo consiguieron, sobre todo con jugadores cansados (no así
con un Doncic fresco en los Juegos Olímpicos, quien poco a poco pudo descifrar
las claves de la misma).
Ante estas trampas
tácticas han caído como moscas equipos entrenados por grandes técnicos. A la
mayoría de estos conjuntos les ha podido la ansiedad, una ansiedad que solía
derivar en un cierto estatismo, en rigidez y dudas que se manifestaban a
posteriori en el acierto en los lanzamientos de triple, solución casi universal, cuando no única.
Desde luego, a todos los equipos los ha conducido a una alteración en el ritmo
de juego, ha invalidado el valor de plantillas largas, ha sacado del partido a especialistas
defensivos sin suficiente amenaza. Ha castigado a equipos de élite como hubiera
hecho con equipos de cantera sin recursos técnico-tácticos suficientes.
Eso sí, no
caigamos en el absurdo debate de trasladar esta táctica defensiva, orientada al
éxito en la élite, a la formación. Todo tiene su tiempo y todo parte, también
estas defensas zonales, de ajustes, mutantes o mixtas, de una buena técnica individual
defensiva, de una adecuada comprensión de lo que está pasando, de los movimientos
del rival y de la implementación de una fluida comunicación entre todos los
jugadores. Y esto debe aprenderse, desde la base de una defensa de esfuerzo y
sacrificio (valores que deben primar en las etapas formativas), a través de
defensas individuales que poco a poco vayan añadiendo a la responsabilidad
individual la responsabilidad individual de ayudar al otro hasta crear redes
de cooperación mutua que las hagan invencibles y que, más adelante, podrán
devenir en estas defensas alternativas que conceden títulos solo cuando se
emplean al amparo de un plan estratégico global y en el marco de circunstancias
muy concretas que el buen general sabrá diagnosticar para luego intervenir.
La principal
invitación que nos hace este año de la zona es a no caer en dogmatismos, no
abrazar con la misma fe ciega de los primeros apóstoles la nueva religión de
los datos, las nuevas tendencias: el baloncesto es mucho más rico y complejo que todo eso. El abuso del triple, el olvido de la media
distancia, la supuesta desaparición de los cincos, la presunta pérdida de
relevancia de los bases, han dificultado el ataque a estos sistemas defensivos.
Los sabios generales sabían lo que decían los números, cómo los jóvenes managers
y entrenadores, y los no tan jóvenes, configurarían sus plantillas, sus
sistemas de ataque, y opusieron viejas decisiones estratégicas y viejas
aplicaciones prácticas (la táctica) contra las que estos no se habían
preparado. Y les dieron la bola a sus lugartenientes aventajados, a los 101
años de Brown, Butler y Chacho, amparados por la zona, por Tavares, por
secundarios de lujo. Por la inteligencia de sus entrenadores.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS