Empecé
siguiendo a los Celtics cuando el baloncesto era muy distinto, en aquellos
remotos inicios de siglo XXI en los que aún había bases y pívots, un grado de
especialización muy alta, roles muy bien definidos. Cuando se jugaba con dos
o tres marchas menos, a un baloncesto más posicional en el que brillaban las ágiles
caderas de Allen Iverson, los hombros bailongos de Kevin Garnett o
los infinitos amagos de Kobe Bryant o Paul Pierce. Empecé a seguir a los
Celtics cuando Shaquille O´Neal era el jugador más dominante de la liga
y lo sigo haciendo ahora cuando tengo infinitas dudas sobre el valor que tendría
una figura tan portentosa como la de Shaq en un baloncesto como el actual en el
que, honestamente, creo que no podría jugar por la velocidad a la que se
practica y la múltiple amenaza de tiro de todos los jugadores en cancha, lo que
evita que puedas resguardar a una sola pieza en la pintura sin que le saquen continuamente
los colores.
Andrés
Montes, la añorada voz de aquellas noches de NBA, llamaba “Siglo XXI” a Tim
Duncan, valorando su versatilidad como un activo nunca visto antes (aunque
para mí rompieron muchos más moldes en su época Bill Russell por su omnipresencia
defensiva y Magic Johnson por su capacidad para crear juego desde sus más de 2
metros). Y, sin embargo, jugadores como Duncan, Garnett o Nowitzki, a pesar
de sus enormes fundamentos, son ya casi piezas de museo arqueológico, pues estamos
viendo cómo jugadores de su estatura actúan ahora como aleros, se crean tiros
desde cualquier posición de la cancha y se mueven como humanos de 1,80. La
revolución ha venido desde el campo de la preparación física, también desde la
selección de los mejores biotipos a edades cada vez más tempranas y no deja de
ser una apuesta de los reclutadores de talento, tanto en el baloncesto
europeo, como en el universitario, como finalmente en la NBA. El baloncesto es
lo que es porque Giannis, Durant, Lebron o Tatum fueron formados, con la
paciencia suficiente, en todas las artes del baloncesto, no únicamente en la
que su mayor tamaño parecía indicar a priori.
Hoy en día, a
fecha de 8 de diciembre de 2022, los Boston Celtics presentan el mejor récord
de la NBA a pesar de no haber podido contar con su mejor jugador defensivo,
Rob Williams, y con la aportación que hubiera podido ofrecer Danilo Gallinari.
Lo están haciendo con una apuesta que, bajo mi punto de vista, representa,
junto a la de otros equipos, el paradigma del baloncesto moderno, además de un
caso extraordinario de atmósfera de equipo volcado en la consecución de los
objetivos, con un alto grado de tolerancia al error de los compañeros y una
clara vocación de servir a los jugadores estrella, empezando, tal vez, por un entrenador
interino, Joe Mazzulla, que interviene de manera calmada, con indicaciones a
buen seguro muy valiosas, en el quehacer del equipo, lo que revela una primera
diferencia con el modelo europeo, de cine de autor y baloncesto de
entrenador. En USA siguen mandando los estudios, en este caso las
franquicias, cuyos objetivos están muy por encima de los de un solo mortal, se
llame Obradovic o Jasikevicius.
En cualquier
caso, las mayores diferencias entre épocas las marca la apuesta por una
conformación de plantilla bastante novedosa. Brad Stevens entiende que la dirección de juego debe ser una
tarea compartida, entre otras cosas porque una decidida apuesta por
la transición ofensiva reduce el peso del juego posicional. Así pues, su base no es un base al uso,
con mando en plaza, que asuma gran parte de los bloqueos directos y todo se
genere a partir de ahí, sino que Marcus Smart es, ante todo, un excelso defensor capaz de asfixiar al
portador del balón y cambiar sin graves consecuencias en los bloqueos directos.
Es decir, si habláramos de perfiles, la apuesta sería por el base más físico y
completo disponible, con amenaza exterior suficiente (esto se lo pide al 90% de
su plantilla) y carácter ganador que tome buenas decisiones sin un alto uso de
balón.
La mayor parte
del salario de los Celtics está invertida en sus aleros. Sus estrellas son dos jugadores
diferentes, pero a priori intercambiables, en el sentido de que ambos pueden
defender a cualquier jugador rival y anotar ante cualquier oponente, siendo sus
recursos casi inagotables. Ambos miden más de 2 metros, son buenos
defensores de 1x1 y capaces de admitir cambios, son imparables en transición
(rebotean mucho en defensa), meten triples con consistencia, van a la línea de
tiros libres con mucha facilidad y son capaces de generar tiros para sus
compañeros. Perdónenme si piensan que blasfemo, pero la dupla Tatum-Brown, más aún teniendo en cuenta que
tienen 24 y 25 años, es la mejor dupla exterior desde la famosa Jordan-Pippen.
E igualmente se puede observar una cierta rivalidad interna, y que no todo
fluye como debería, pero todo parece ser un mal menor. Por lo tanto, si habláramos de perfiles, en las
posiciones exteriores se buscaría el talento más completo y grande posible.
Si un jugador de 2,03 hace lo mismo que uno de 1,95, en fin, la respuesta viene
dada.
Avanzamos con el “4”, una extensión de los
aleros, un jugador igualmente versátil, fuerte, que ayude en el rebote. Si ya has
reunido tanto talento exterior en el 2-3 no es necesario que este también
brille en el apartado ofensivo, pero su amenaza debe ser total y suficiente. Es decir, debe conocer el juego y ser capaz de
tirar o poner el balón en el suelo en función de las necesidades.
Debe ser, a cambio, un feroz
defensor y competidor. Es el caso de Grant Williams o el de un Al Horford
rejuvenecido que volverá a ocupar esta posición cuando Rob Williams vuelva de
su lesión.
En el cinco
caben dos perfiles. El de un undersized
rocoso que mate por cada balón y abra el campo o el de un físico imponente que, si no tiene amenaza de tres, es capaz de
jugar por encima del aro en ambas mitades del parqué. En defensa,
eso sí, debe poder hacer múltiples esfuerzos, o lo que llamo el DIR: Disuadir,
Intimidar, Rebotear. Y si además es móvil, es capaz de puntear tiros tras
cambios defensivos aprovechando parte de lo anterior, en fin, es una auténtica
joya que el equipo debe saber utilizar incrementando la agresividad en primera
línea, contestando duro cualquier intento de lanzamiento exterior a sabiendas
de que atrás habita, y utilizo una expresión acuñada por mi amigo Fernando
García, el famoso león de la sabana, cuya mejor expresión humana es, sin duda,
Rob Williams.
La apuesta para
el banquillo ha sido la de jugadores con un alto basketball IQ, buenos
defensores de perímetro (sin el tamaño de los titulares, claro, no hay dinero
para todo) y con una amenaza potencial y real de lanzamiento exterior absoluta.
La segunda unidad viene a ser, por tanto, una réplica de la primera renunciando
en algunos casos a la estatura, en otros casos al talento para la generación de jugadas, pero en casi ningún
caso a la capacidad defensiva, a la amenaza de tiro exterior y a la inteligencia
baloncestística. Los Celtics llegaron agotados a la serie final ante los
Warriors la pasada campaña y han entendido el valor que tiene el banquillo a la
hora de mantener vivos parciales, ganar la batalla ante la segunda unidad rival
y complementar a la perfección a los jugadores fundamentales. Malcolm
Brogdon, Derrick White, Blake Griffin, Luke Kormet, Sam Hauser, Payton Pritchard
y Danilo Gallinari están en Boston para ganar un anillo y conforman un supporting
cast extraordinario para completar la misión.
En fin, como sostengo
desde el inicio del artículo, creo que los Boston Celtics representan un extraordinario caso de estudio
para los directores deportivos de la NBA y el resto de ligas profesionales.
Obviamente, aunque cada cual en su escala, su modelo revela la existencia de
una visión, una misión y una estrategia definitivamente enfocada a la victoria,
amparada, a buen seguro, en la estadística avanzada y construida a partir de
una inteligencia superior como la de Brad Stevens, no solo como un reflejo del pasado,
sino también como un anticipo de lo que será el baloncesto en un futuro a corto
plazo.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
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