Por segundo
año consecutivo, tras una grata experiencia con el grupo benjamín del Club
Deportivo Tizona, he vuelto a planificar y coordinar la formación humana, atlética,
deportiva y baloncestística (creo firmemente en este orden) de un grupo de minibasket
en una misión que, y esto sucede en todos los clubes de España, parte de un
presupuesto erróneo, pues se concibe como complemento de la principal, la del
equipo senior del club, la del equipo profesional o semiprofesional. Es decir, los
discursos van por un lado y la realidad material por otra: si el minibasket o
la formación integral de los jugadores de cantera fueran lo más importante de
las cosas poco importantes, las subvenciones de las administraciones, el
prestigio y las condiciones laborales de sus entrenadores (que se compadecerían
con la de su formación y espíritu para el aprendizaje de por vida) se alinearían
con esta afirmación y el minibasket no quedaría limitado a esa nota al
margen que escribíamos en el instituto cuando nos aburríamos.
Aun así, he de
decir que la apuesta del Club Baloncesto Clavijo y del C.D. Berón es de las
más coherentes y ambiciosas que he conocido y que la implicación de todos
los elementos aledaños, imprescindibles en la creación de ecosistemas de enseñanza-aprendizaje
efectivos, principalmente las familias, ha sido magnífica. De esta manera,
motivado no solo por mi ética profesional, sino dando un paso más ante la
observación de un germen propicio y una idea impregnada de un siempre
bienvenido idealismo, he estado constantemente leyendo e intentando aprender
más cosas sobre el niño, sobre el niño que será adulto, sobre las bases fundacionales
del juego y el modo en el que pueden interactuar con el proceso de madurez de
los niños, sobre comunicación y también sobre metodología del entrenamiento
para intentar dar un paso más en mi capacidad de transmisión.
Como sucede
muchas veces, la mejor propuesta bibliográfica que puedo compartir con vosotros
no vino de un libro de baloncesto, y no digo esto porque tenga nada en contra de
los títulos que se dedican al estudio más específico de este deporte, sino porque
encontré mucha mayor inspiración y guía en El artesano (Sennet, R., 2008) una obra que había leído para la
elaboración de mi tesis sobre didáctica de la escritura creativa, un compendio
de sabiduría orientado, en principio, a la comprensión de la figura del
artesano, y del maestro artesano, que se hace numerosas preguntas sobre el
valor de la producción, la adquisición de habilidades, la creación de entornos
de aprendizaje, los valores que impulsan y provocan la calidad de las obras
terminadas…
Nos dice Richard
Sennett, para dar contexto a mi lectura y a esta lectura en la que intentaré fusionar
los contenidos de este libro con nuestra práctica profesional como entrenadores,
que la palabra Artesanía designa un impulso duradero y básico: el deseo
de realizar bien una tarea, sin más. Creer e insistir en este mensaje
es una de las principales misiones de un entrenador de minibasket, lo que
podría traducirse en volcar su firme convicción de que entrenar es suficiente
aliciente para seguir entrenando. Una de nuestras funciones pasa por crear
artesanos, amantes de lo que hacen, no de sus resultados. Enseñar a entrenar
por entrenar y a que los niños encuentren un goce personal y duradero, como
bien dice Sennett, a prueba de todo tipo de frustraciones. No hay éxito ni
fracaso en la elaboración de una vasija de barro, pues, si se rompe, se hace
otra, con naturalidad y sin lamentaciones.
La
utilización de herramientas imperfectas o incompletas estimula la imaginación a
desarrollar habilidades aptas para la reparación o la improvisación. En
esta frase, los entrenadores encontramos una llamada a la puesta en práctica de
métodos y estilos de enseñanza más basados en la resolución de problemas, la
asignación de tareas o el descubrimiento guiado que en el mando directo y el
diseño de escenarios de alto control y, por consiguiente, elevado éxito. Hay
que aprender a entrenar mal, dice mi amigo y gran entrenador Jenaro Díaz
a menudo. Y creo que los padres y el resto de educadores deben también leer
entre líneas estas palabras antes de darle a un niño el problema con sus soluciones
o antes de sentarse a investigar por él el modo en que se resuelve, pongamos,
un crucigrama.
Citando a Williams
E. Deming, Sennett introduce el concepto de «artesanía colectiva»,
y afirma que el cemento que aglutina una institución se crea tanto a
través de intensos intercambios como mediante el compromiso compartido.
Dice, además, que un solista apartado del trabajo colectivo puede, en
realidad, disminuir la voluntad de los miembros de la orquesta de tocar bien.
También, que las empresas que muestran escasa lealtad con sus empleados
reciben, a cambio, escaso compromiso por parte de estos. Esto tanto para
entrenadores como para directores técnicos. También para quienes a veces dirigimos
pequeños grupos de trabajo con entrenadores que están aprendiendo. Pero sobre
todo para el funcionamiento diario de los equipos, también en minibasket, donde
la concepción social del deporte aún es un constructo demasiado artificial para
la mente mucho más simple del niño. Pero qué bueno sería que, en cierto
modo, el entrenamiento no fuera una reunión de solistas, sino ese taller de
artesanía donde unos y otros comparten con absoluta naturalidad el resultado de
sus descubrimientos, la última obra elaborada por sus manos sin ánimo de abrumar,
solo de compartir el asombro. Creemos escenarios para ello.
Leía hace poco,
en un libro de Alan Stein Jr, Raise your game, este sí de puro
baloncesto, que la clave para que jugadores, entrenadores, directivos o
cualquier persona, en general, mejoren, es incrementar su grado de
autoconciencia, de conocimiento de sí mismo. Sennett nos recuerda la regla de
Isaac Stern, virtuoso del violín, cuanto mejor es la técnica, más tiempo
puede ensayar uno sin aburrirse, y nos aconseja lo siguiente: despertar
la autoconciencia es, precisamente, la manera de impulsar al trabajador a que
mejore su trabajo.
Todo ello sin
caer en ese perfeccionismo patológico y paralizante que empieza a extenderse como
una suerte de lacra entre nuestros jóvenes. Si Bartleby prefería no hacer
las tareas que se le encomendaban por pereza funcionarial, muchos de nuestros
jóvenes optan por autolimitarse ante la perspectiva del fracaso, un
constructo social que deberíamos limar y rebajar por sus cortantes y peligrosos
bordes. En fin, como maestros deberíamos aspirar a que el niño sienta lo que
Diderot debió de sentir al culminar su obra enciclopédica, ese trabajo de
titanes: En la Enciclopedia percibo el sentido de paz y calma que emana de
todo trabajo bien organizado, disciplinado y realizado con un espíritu
tranquilo y satisfecho. En el trabajo bien organizado, disciplinado y
ejecutado con limpieza y tesón deberían encontrar nuestros aprendices de
artesano la satisfacción, aunque en una sociedad tan finalista sea complicado
imprimir estos mensajes en sus conciencias. Y es que, en fin, solo quien
acepte que probablemente no es perfecto, puede llegar a hacer juicios realistas
de la vida y preferir lo limitado y concreto y, por tanto, humano.
El taller del
artesano es el escenario en el que se desarrolla el conflicto moderno y, tal
vez, irresoluble, entre autonomía y autoridad. Y en estas seguiremos,
ejerciendo esa autoridad que, como ocurría en el caso de los maestros
artesanos, debe ser indistinguible de la ética, corrigiendo la crueldad que
encierra a veces el “aprender haciendo”, en la medida en que muchas veces
enfrenta a los aprendices a un sentimiento de insuficiencia, procurando generar
atmósferas, diseñar tareas, sembrar valores, realizar rituales y acompañar a
los aprendices de modo que sientan que pueden utilizar el modelo ideal a su
manera, de acuerdo con su propio entendimiento (en este caso también de manera
coherente con sus aptitudes físicas, su estructura anatómica, sus conocimientos
previos…). Y creo firmemente que, aun en entornos colectivos en los que, como ya
hemos dicho, aborrecemos a los solistas, contra la exigencia de
perfección podemos reivindicar nuestra propia individualidad, que da carácter
distintivo al trabajo que hacemos. Porque también somos un poco
artistas.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
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