El bote, cuando
no es útil, no es bote, es abuso. De la paciencia y la confianza de los compañeros.
Del entusiasmo y el dinero de los espectadores. Esto es lo que he querido
transmitir en el primer turno del Campus Gigantes de Valladolid, organizado por
Javier Hernández Bello y David Barrio, y acompañado por grandes amigos y compañeros,
mientras, a través de la visualización de imágenes y la ejecución de tareas más
o menos emparentadas con el juego real, hemos querido imitar el buen uso del
bote del jugador del momento, un Cris Paul que ha venido a alcanzar la
madurez cuando a otros se le agolpan las telarañas y solo piensan en la
jubilación.
El bote es un
fundamento medial, una herramienta que construye la casa pero que no forma
parte de ella, que aquilata triunfos más por defecto que por exceso, pero que
necesitamos, toda vez que fue incluido en unas reglas que originalmente no lo
contemplaban. El bote, tal y como apunté al final del vídeo y de los
entrenamientos, es el Robin de los fundamentos, o Alfred, el mayordomo, como sugirió
uno de los jugadores. Suple, acompaña y complementa a los dos fundamentales: el
pase y, desde luego, el tiro (finalizaciones), que vendrían a ser Batman.
Sobre él se han elaborado
muchas teorías, algunas con la visión nublada del enamorado y otras con la
perspectiva nostálgica del que lo prohibiría de nuevo, por fomentar el egoísmo,
dificultar la circulación de balón o atentar contra el noble espíritu del
baloncesto que se jugaba en sus tiempos, eso sí que era baloncesto. Lo cierto
es que con el trabajo realizado, también el previo de preparación de los
materiales didácticos y las sesiones, y con estas reflexiones a posteriori, no
vengo ni a demostrar ni a desmontar, sino a proponeros algunas ideas que nos
hagan pensar al respecto.
Con relación a
las caras del balón creo que hay un consenso generalizado sobre la necesidad de
manejar y estar familiarizados con todas ellas. En situaciones de lectura o
desplazamientos laterales sin perder de vista la canasta (y con el cuerpo
orientado hacia ella), también en el inicio de los cambios de ritmo y las
frenadas o antes, por supuesto, de iniciar una acción de pase o tiro, la mano debe
recorrer al menos dos de ellas, alargando el tiempo que el balón pasa en la
mano y escondiendo, así, la verdadera intención. No solo por reglamento, sino
también por ser un obstáculo para la coordinación de tren superior e inferior
en la mayor parte de los casos, desecharía la idea del acompañamiento o
manejo, aunque jugadores como Luka Doncic alarguen la pausa en el bote llegando
a colocar la mano en la cara inferior del balón.
En cuanto a la
disociación del trabajo de los pies y el de la mano o bote, creo que también
existen consensos, aunque aquí, como en los puntos que veremos a continuación,
lo importante es manejarse en la armonía y en el ruido, ser a veces metrónomo y,
otras, improvisadores. Desde luego, tener la capacidad de mostrar cosas
diferentes (no solo con los ritmos, sino también con la colocación o dirección
de los distintos segmentos corporales), de anunciar intenciones distintas, es
siempre útil en un deporte de oposición y de objetivos contrapuestos.
También me
parece clave jugar con el binomio actitud-intención. De ahí que sea relevante
adelantar, aunque sea en décimas de segundo, la toma de decisiones; basarla en
una intuición y no en una lectura a posteriori que desencadene una reacción,
aunque siempre debamos estar alerta. Ante la visión, casi premonitoria (aunque basada
en la experiencia y la memoria de acciones anteriores, vistas o vividas), de lo
que va a suceder, el jugador toma una decisión y debe, por lo tanto, esconderla
hasta el último momento, debiendo disociar en todo caso su actitud corporal de
su verdadera intención.
Utilicé a
Elastic man, de los Cuatro Fantásticos, para hablar de la amplitud del bote y la
necesidad, nuevamente, de manejar cualquier anchura, pues no es siempre lo
ideal llevar el balón muy lejos del tronco para ganar libertad de movimientos y
engaño y será necesario también llevarlo delante y lejos de un defensor que nos
persigue, o meterlo por un espacio reducido buscando esos espacios intermedios
donde el atacante reina mientras los defensores se miran y repasan las reglas
defensivas buscando una explicación y, muchas otras veces, demasiadas, un
culpable.
Me serví de un
duelo a espada de La máscara del zorro para hablar del bote de amenaza y de la
necesidad de tantos y tantos jugadores que observo de elevar la altura de los
hombros e intercambiar, en general, los diferentes grados de angulación de la
espalda y de amplitud de los pies durante el ataque con vistas a poner máxima
presión en el defensor. Para ello, con el símil de Los Picapiedra, quise
explicar la necesidad de cambiar ritmos y velocidades en muy poco espacio, de
acelerar de súbito y frenar en seco, una tarea a realizar, como casi todas, en
estrecha colaboración con los preparadores físicos.
Por último, me
serví del caballo del ajedrez para explicar la necesidad de jugar con ángulos y
variar trayectorias (algo que aprendí de las reflexiones de Jenaro Díaz), saltando por encima de las piezas defensivas hasta
insertarnos, nuevamente, en esos espacios intermedios de duda y desconcierto. Cris
Paul dibuja eles por el campo, mezclando ataques y retiradas, provocando la
somnolencia de defensores que despertarán demasiado tarde.
En fin, hay mil
detalles a aportar con el bote y muchas de las normas, interesantes dentro del
proceso de enseñanza, se muestran rígidas ante las nuevas necesidades. Ya no
sirve el bote plano, ya no vale manejar con una mano, ya no bale el bote bajo ni
únicamente el bote lejos, ya no vale echarla cuanto más adelante mejor ni usar el
menor número de botes posibles, pues el último, un bote fuerte, casi en el pie,
amplía el arsenal consecuente y mejora la siguiente acción, a la que el bote se
debe como buen mayordomo, como buen Sancho del pase, el tiro y, por lo tanto, de los éxitos del conjunto.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
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