*Fotografía extraída del twitter oficial del C.B. Santa Marta.
Un negocio que
lleva veinte años perdiendo dinero. Así definía Alfredo Pascual, en una excelente crónica firmada en El Confidencial, al baloncesto tomando como
ejemplo su máxima categoría, una ACB que atraviesa una de sus peores crisis con
motivo de la pandemia aunque, en su caso, llueva sobre mojado.
Aquí también
sucede como con los contagios. El aumento en la cifra de usuarios desemboca en
el incremento de seguidores y este en euros de facturación. Y viceversa, claro,
tal y como estamos observando en estos días. La transformación de los espacios
de ocio tradicionales, el surgimiento de nuevas actividades, las nuevas ofertas
de entretenimiento y el desarraigo general de una sociedad politeísta, “policromática”
y de intereses cada vez más difusos, ha provocado la paulatina reducción del interés
por el baloncesto, por su consumo, ya sea en directo o a través de los
diferentes medios de difusión.
El espectador
actual no quiere serlo. Los jóvenes han sido educados en el posibilismo, la
interacción y la primera persona. Ya no les basta con ver representadas en un
tercero las virtudes con las que uno no ha sido bendecido, o para las que uno
no está dispuesto a invertir tanto tiempo. Los entornos virtuales nos permiten
morir cuantas veces sea necesario en la búsqueda del grial, el rescate de la
princesa, la apuesta más arriesgada. Eso o ser jugadores de la NBA. U
opinadores profesionales acreditados para sentar cátedra en cualquier disciplina.
*Imagen de Polideportivo El Plantío publicada en Diario de Burgos.
Por estos huecos
se cuela también el turbio mundo de las apuestas, el adictivo binomio
riesgo-recompensa sobre el que descansa este epicureísmo de nuevo cuño en el
que los deportes colectivos, basados en el esfuerzo colectivo y honesto de
todos sus miembros, no terminan de encontrar su espacio, no, al menos,
concebidos de esta manera.
Pues bien, ayer
arrancaron en mi comunidad las ligas autonómicas, espacios educativos que
inevitablemente se miran en el espejo del baloncesto-espectáculo. La apuesta de
muchos padres por la adquisición de valores y el escenario ideal, para los jugadores,
para aprovechar “su momento”, sin horarios, sin notas, sin campana.
En estos
partidos, en cada uno de estos entrenamientos, es donde empieza la labor de
fidelización de nuevos “usuarios”, ese nombre, primo-hermano de “consumidor”,
en el que ha derivado la palabra jugador. Cabría ser cínicos, y educar en los
valores que conducirán al éxito de la captación (como ocurre en tantos
ámbitos), pero creo que es el momento de diferenciarnos y asumir que el
baloncesto, o es colectivo, o es generoso, o directamente no es.
Estamos, por lo
tanto, navegando, como la princesa de Sabina, entre dos muertes: la de la
desnaturalización (los optimistas lo llaman renovación) o la de la
irrelevancia. La de la cirrosis o la sobredosis, mientras una pandemia limita
los movimientos, precinta los pabellones y nos conmina a una nueva salvación
por parte de los fondos públicos, fondos que solo habremos merecido si
efectivamente nos convertimos en un elemento de socialización y educación no
formal al margen de la dirección en la que sople el viento. Sin jugar a
adivinos con respecto al futuro, rescatando la esencia original de un deporte
con casi 130 años de historia que debe valorar más lo que ha sido que interrogarse acerca de lo que será... O no será
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS