Grande, enorme, infinita

 



Siguiendo las sabias palabras de Miss Baker (you will never rest until your good is better and your better the best), este post no debería ser publicado. Nunca será lo suficientemente bueno como para ser el mejor. Pero me parece de justicia, en primer lugar para mí, más en este puente del 1 de noviembre en el que recordamos a los que ya no están, no por no estar, sino por haber estado, como bien reza la oración que le dedicaron sus hijos y su esposa a las cenizas del genial futbolista y comunicador inglés Michael Robinson.

 

Es bueno saber enterrar el pasado para reconvertirlo en presente y alimentador de energía, valores y sueños. Y algunos, muchos, hemos crecido con Michael en la pantalla de nuestro televisor, o en el del bar donde bajábamos a ver los partidos del Plus, los que cerraban el fin de semana y anunciaban, por lo tanto, el regreso a la escuela, a los chascarrillos y rivalidades Madrid-Barça, a los partidos en el recreo queriendo ser Raúl, Kiko o Stoichkov, que de todo había.

 

Lo mejor de todo lo que nos transmitió, creo, es que uno se lo puede pasar muy bien haciendo su trabajo, que no hace falta sentir el acecho de la tragedia, la sombra de las dudas o el temor al qué dirán para sacar adelante pequeñas joyas en directo, aunque luego, en este último programa de Informe Robinson, un Michael ya desmejorado, sabedor de lo cercano del fin, nos confesara que su gran motor fue el miedo al fracaso.

 

Qué bien lo disimuló. Especialmente gracias a su enorme sonrisa y a sus prominentes paletos, un rasgo que, lejos de esconder, llenó de personalidad sus intervenciones del mismo modo en que lo hizo su particular uso del castellano, donde, una vez más, nos demostró que lo perfecto es enemigo de lo bueno. O que lo perfecto es lo imperfecto si lo acompañas de toda otra serie de talentos. O ni siquiera.

 

El último Informe Robinson nos invita a destacar, de entre todas sus cualidades, la mirada. El lugar y el modo en el que situó la cámara para abordar el hecho deportivo, una circunstancia que puede ser tan pedestre como demostramos a diario o tan épica y sublime como solo unos pocos logran transmitir. El deporte es sudor, son hormonas, es fisiología, anatomía y psicología. Y puede ser solo eso, y estar bien, ser un duro trabajo, un campo de estudio para la ciencia. O puede ser mística y religión, en el buen sentido de la palabra. Y humanidad, también en su interpretación más positiva.

 

Lugar de encuentro, en definitiva, como lo ha sido durante todos estos años Michael Robinson en sus múltiples facetas, sobre todo en la humana. Algo que su propio equipo de colaboradores también destaca, recordando las reuniones de equipo que se iban hasta la madrugada, el modo en el que los invitaba, como nos invitaba a todos de algún modo con su forma de contarnos el mundo, a probar, inventar y ser mejores, cada día mejores, con una sonrisa enorme en la boca: una sonrisa grande, enorme, infinita.





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS