La luz al final del túnel era roja.
Veintidós años
después, el número 23 sale nuevamente al rescate del baloncesto para traerlo de
vuelta al “prime time”, a las portadas de los periódicos y al titular de
nuestras agendas diarias. El documental The last dance, que podrá verse
desde mañana a las 18:00 en España a través de Netflix es lo mejor que le ha
pasado a nuestro deporte desde la llegada del coronavirus. Ojalá las
expectativas no mediaticen la degustación del producto, como el tiempo ha ido pasando factura a los VHS que está reponiendo Teledeporte, algo que nunca sucederá con su majestad.
Revisando cifras
he podido comprobar que la etiqueta "Michael Jordan" ha sido la más utilizada para
un jugador, hasta treinta y cuatro veces en los casi diez años de vida del
blog. En ellas, básicamente, le daba las gracias por haber existido, llevando
el juego a un nivel de refinamiento que no alcanzaban Bird y ni siquiera Magic,
cuya estela siguió también en términos de popularidad, un aspecto al que también
imprimió un sello distintivo, dando una nueva vuelta de tuerca a la explotación
de la imagen y los patrocinios deportivos.
Sin embargo, tal
vez porque decir Michael Jordan supone invocar uno de los lugares comunes por
excelencia de la literatura sobre baloncesto, lo cierto es que apenas le he
dedicado un par de entradas a su figura. La mayor parte de las veces lo relegué
a roles secundarios para ilustrar los éxitos de sus entrenadores o la grandeza
de sus rivales. También el mérito de sus compañeros, como en esta Crónica de un delirio a propósito de Scottie Pippen, o el duro camino de tratar de imitarlo, como en esta semblanza de
Grant Hill: Ha nacido una estrella.
También fue
protagonista, claro, de este artículo sobre David Thompson, su ídolo, en esta
entrada que recuerdo con especial cariño, The Sweetheart of Tobacco Road, y de
la reseña tras la lectura de Canastas sagradas, por supuesto. Solo un día lo convertí
en protagonista, y tampoco en solitario, pues el contexto era el de un 19 de
marzo, día del padre en España, aunque no en USA: En el nombre del padre.
En fin, si no he
escrito más de Jordan es porque citarlo es casi motivo de herejía. Todos los homenajes
hubieran sido merecidos pero redundantes. Cualquier posible debate, en mi
opinión, una pérdida absoluta de tiempo. No sé qué nos contará el documental de
Netflix, tal vez altere la visión de los más jóvenes acerca de una de esas
leyendas que solo han podido ver en YouTube, pero muy mal que se le tiene que
dar a Jordan este partido para que no siga siendo considerado el mejor jugador
de baloncesto de la historia y, posiblemente, el deportista más influyente de
todos los tiempos.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
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