Mucha policía, poca diversión
Viendo El hombre
tranquilo, disfrutando con el mimo en el trabajo de fotografía, la dirección de
actores y empapándome, al mismo tiempo, de las viejas tradiciones de la verde
Irlanda en una trama que avanza con la parsimonia e ingenuidad con la que se
vivía entonces, me atrevo a pensar que los cortes generacionales son demasiado arbitrarios
u obedecen a criterios que no siempre comparto, aunque la demografía y los
expertos, nuevamente los expertos, tendrás sus propias razones.
Por compañeros
de generación entiendo a aquellos que comparten referentes, lugares comunes de
la memoria, ritos, dejes y ademanes, aunque no sean siempre conscientes, y
también una sensibilidad. Sí, una sensibilidad distinta, adquirida en la
infancia, cuando no sabíamos de qué hablaban papá y mamá en el dormitorio, como
ahora no saben, esos chicos que al fin podrán pasear el próximo fin de semana,
qué clase de monstruo invisible nos acecha y obliga a permanecer en casa, cuando
todas las aventuras de los cuentos suceden fuera: en el barrio, en el bosque,
en otros países.
En lo
baloncestístico, el partido de la Recopa que hoy ha emitido Teledeporte, entre
PAOK Salónica y CAI Zaragoza, representa un buen ejemplo. No tengo ningún
recuerdo formado de aquella final, tendría que esperar a la Copa de Europa del
Madrid para ver imágenes en mi memoria, aunque queda algo, en el subconsciente,
de la que ganara el Joventut: cierro los ojos y creo ver el triple de Corny Thompson.
Aun así, reconozco la voz de Pedro Barthe, el color de aquellas retransmisiones,
la humareda provocada por el tabaco, las tretas de los equipos griegos, los
arbitrajes caseros, el discurso certero aunque exageradamente victimista de los
narradores,… Y, no sé, me gusta.
El refinamiento
del baloncesto ha terminado edulcorándolo en exceso, creo. Ahora es, sin duda,
un deporte mejor jugado y más limpio. Más perfecto, excesivamente perfecto. Sé
que es absurdo que diga esto, nadie podría ir en contra de estos progresos,
negar la abrumadora diferencia que existe entre el sofisticado producto actual
y el rústico de aquellos años. Sin embargo, aun aceptando que esto es así, me
parece que por el camino hemos renunciado a gran parte de los motivos que nos
movilizaban: la pertenencia a un lugar o club, una suerte de orgullo por
representar unos valores casi telúricos y un barbarismo bien entendido,
bonachón, que hacía de cada pequeño acontecimiento una gran fiesta.
Lo he dicho
muchas veces. Toronto empezó a ganar el anillo con su campaña “We, the north”,
una manifestación bastante evidente de un repliegue, no tanto nacionalista como
regionalista, que supo aunar en torno a unos pocos lemas a toda la provincia de
Ontario y prácticamente a todo el Canadá. No me malinterpreten, no se trata de
volver a permitir fumar en los pabellones, o de recuperar los ambientes
infernales, al límite de la criminalidad, de algunos pabellones turcos o
griegos, ni mucho menos, pero más vale que entre lo apolíneo rescatemos también
lo dionisíaco.
En fin, los de
mi generación lo entienden, aunque no todos llegáramos a tiempo para ver a Rambis por
los suelos, o a Laimbeer repartiendo tarjetas de invitación en la zona de los
Pistons. Está bien, refinamos el juego, acabemos con la violencia, usemos las
mascarillas, pongámonos guantes y lavémonos las manos, pero, no sé, inventemos
otra cosa para no aburrirnos. Convénzannos de que, además de que ganará el mejor, pasará algo divertido. Ya se sabe, mucha policía...
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
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