Diario de un encierro. Día XXXIX




Mucha policía, poca diversión



Viendo El hombre tranquilo, disfrutando con el mimo en el trabajo de fotografía, la dirección de actores y empapándome, al mismo tiempo, de las viejas tradiciones de la verde Irlanda en una trama que avanza con la parsimonia e ingenuidad con la que se vivía entonces, me atrevo a pensar que los cortes generacionales son demasiado arbitrarios u obedecen a criterios que no siempre comparto, aunque la demografía y los expertos, nuevamente los expertos, tendrás sus propias razones.

Por compañeros de generación entiendo a aquellos que comparten referentes, lugares comunes de la memoria, ritos, dejes y ademanes, aunque no sean siempre conscientes, y también una sensibilidad. Sí, una sensibilidad distinta, adquirida en la infancia, cuando no sabíamos de qué hablaban papá y mamá en el dormitorio, como ahora no saben, esos chicos que al fin podrán pasear el próximo fin de semana, qué clase de monstruo invisible nos acecha y obliga a permanecer en casa, cuando todas las aventuras de los cuentos suceden fuera: en el barrio, en el bosque, en otros países.

En lo baloncestístico, el partido de la Recopa que hoy ha emitido Teledeporte, entre PAOK Salónica y CAI Zaragoza, representa un buen ejemplo. No tengo ningún recuerdo formado de aquella final, tendría que esperar a la Copa de Europa del Madrid para ver imágenes en mi memoria, aunque queda algo, en el subconsciente, de la que ganara el Joventut: cierro los ojos y creo ver el triple de Corny Thompson. Aun así, reconozco la voz de Pedro Barthe, el color de aquellas retransmisiones, la humareda provocada por el tabaco, las tretas de los equipos griegos, los arbitrajes caseros, el discurso certero aunque exageradamente victimista de los narradores,… Y, no sé, me gusta.



El refinamiento del baloncesto ha terminado edulcorándolo en exceso, creo. Ahora es, sin duda, un deporte mejor jugado y más limpio. Más perfecto, excesivamente perfecto. Sé que es absurdo que diga esto, nadie podría ir en contra de estos progresos, negar la abrumadora diferencia que existe entre el sofisticado producto actual y el rústico de aquellos años. Sin embargo, aun aceptando que esto es así, me parece que por el camino hemos renunciado a gran parte de los motivos que nos movilizaban: la pertenencia a un lugar o club, una suerte de orgullo por representar unos valores casi telúricos y un barbarismo bien entendido, bonachón, que hacía de cada pequeño acontecimiento una gran fiesta.

Lo he dicho muchas veces. Toronto empezó a ganar el anillo con su campaña “We, the north”, una manifestación bastante evidente de un repliegue, no tanto nacionalista como regionalista, que supo aunar en torno a unos pocos lemas a toda la provincia de Ontario y prácticamente a todo el Canadá. No me malinterpreten, no se trata de volver a permitir fumar en los pabellones, o de recuperar los ambientes infernales, al límite de la criminalidad, de algunos pabellones turcos o griegos, ni mucho menos, pero más vale que entre lo apolíneo rescatemos también lo dionisíaco.

En fin, los de mi generación lo entienden, aunque no todos llegáramos a tiempo para ver a Rambis por los suelos, o a Laimbeer repartiendo tarjetas de invitación en la zona de los Pistons. Está bien, refinamos el juego, acabemos con la violencia, usemos las mascarillas, pongámonos guantes y lavémonos las manos, pero, no sé, inventemos otra cosa para no aburrirnos. Convénzannos de que, además de que ganará el mejor, pasará algo divertido. Ya se sabe, mucha policía... 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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