Killing us softly
Este virus que
no muere pero mata, como no pudo predecir ni el gran maestro de la canción,
Joaquín Sabina, no solo es que sea letal, sino que amenaza con torturarnos
lentamente a través de todas sus derivadas: la mental, la económica, la social,… Ni
Foreman azotó tanto a Ali en aquella Rumble in the jungle tan famosa, en la que
el mejor boxeador de los tiempos echó mano de la táctica del despiste y el desgaste
para vencer a un oponente más pesado y más joven tras encajar un sinfín de
golpes en lo que esperaba su momento.
Si cambiáramos
de deporte, y echáramos mano del cine para explicarlo, estamos en medio de la
partida de billar del inicio de El Buscavidas en la que el Gordo de Minnessota le
da una lección al impetuoso Eddie Felson. Una lección de paciencia y veteranía,
de saber esperar el momento oportuno, de dejar crecer la arrogancia del
aspirante para que ella misma lo acabe estrangulando, sin necesidad de
mancharse las manos.
No traigo estos
símiles para hablar de la política de actuación contra el virus, de la que no
tengo la menor idea, y que cumplo a rajatabla drogado a base de clínics de
formación, videoconferencias con amigos, lectura, escritura y tareas
variopintas que me otorgan la rara sensación de estar ocupado, lo que mi ego en
cierto modo agradece. Me refería más bien a la estrategia de actuación de las
diferentes instituciones y actores relacionados con el baloncesto ante este
impasse que amenaza con prolongarse en la medida que no surjan curas,
tratamientos efectivos o llegue la deseada vacuna.
En primer lugar,
trataría de sanarme a mí mismo. Me daría curas terapéuticas, algo que muchos no
hemos hecho, contagiados por la necesidad de actividad para la que fuimos
programados en el colegio. También las instituciones pueden aprovechar esta
parada biológica obligada para reestructurar sus organigramas, hacer más
eficientes sus mecanismos de toma de decisiones, repensar sus modelos y estilos
de comunicación, para, una vez superado el shock inicial, seguir en la tarea de
aprender de otras instituciones y comenzar a plantear escenarios, más por
divertimento que otra cosa, o también por aquello que decía Pasteur, ya saben,
la suerte suele favorecer a las mente preparada.
Me preguntaba un
antiguo compañero de viaje en esto del baloncesto que cómo lo veía yo, sobre
todo en lo que se refiere a la formación, a las canteras, al baloncesto escolar.
Me salió un pareado al decirle que o lo hacemos más asequible o se volverá, si
ya no lo era, prescindible. Este modelo mixto de enseñanza colectiva en la que
solo los buenos formadores educan en valores positivos y se hace casi imposible
el trabajo individualizado no es atractivo para los padres, que son los que
pagan y cortan el pastel. Otro amigo, bastante clarividente, ya está
en ello. El modelo que puede sobrevivir es mixto: equipos para divertirse
compartiendo experiencias con los iguales y academias para tecnificar y poner los medios para que el chico pueda alcanzar el baloncesto profesional y obtener un retorno cuantificable a su inversión, aunque
por medio haya que recorrer un camino lleno de incertidumbre y riesgos.
Pero claro, no
ayuda el silencio del baloncesto profesional, amparado en el silencio de las
administraciones ante lo novedoso del problema. Ni el tancredismo de los
dirigentes, convencidos de que esta crisis será, simplemente, una noche más
larga de lo normal y de que, al despertar, todo volverá a ser como antes y, por
lo tanto, no serán necesarios los cambios que deben plantear y abordar.
Necesitamos un baloncesto profesional saneado y atractivo, con jugadores,
entrenadores, responsables de medios, gerentes y directivos profesionales al
tiempo que vocacionales, guiados por una ética que no beba de las fuentes de su
propia educación, ya no nos fiamos, sino de la vigilancia del propio sistema, que después de años
de ser consentidor debe empezar a ser inflexible y diligente en la extirpación
de los tumores.
En definitiva,
toca tener paciencia. Curarse de las dos fiebres que nos achacan, la de la
rutina a la que seguíamos abrazados en su ausencia y la de este virus que nos
mantiene impedidos, limitados de muy diferentes modos para ejercer nuestra
profesión. También para saber hacia dónde vamos, para saber si los gestores
serán valientes, al fin, o si serán meros funcionalistas parapetados tras la
larga sombra de las instituciones, instituciones cuyas existencias pasarán a ser
más cuestionadas que nunca si, en medio de la crisis que vamos a sufrir, no
aportan soluciones y nos mandan a comer pasteles o huevos de pascua.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
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