¿Pero cómo de
amigos?
Comenta Nassim
Taleb, autor de Cisne negro, libro cuya lectura me acompaña en estos días, que
en el caso de las profesiones artísticas o de gratificaciones diferidas en el
tiempo, conviene formar pequeñas sociedades o grupos con los que compartir esos
minúsculos (e invisibles para el mundo) avances en una investigación, en una
novela, en la composición de un próximo disco, un disco que el perfeccionismo del autor no le permitirá dar por terminado hasta 2022, cuando la hipoteca se haya
convertido en una soga y su matrimonio esté a punto de romperse. Ya lo dijo
Tolstoi: todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada
una a su manera.
La espera del
suceso altamente improbable que cambiará la vida de un entrenador es una espera
activa, claro, salpicada de avances y retrocesos, de necesaria autocrítica, a veces
exagerada, por ego más que otra cosa: "cómo pudo fallar ese tiro abierto, si lo
había metido las 30 veces que lo había entrenado durante la semana en
circunstancias parecidas al partido. No, no lo suficiente. No, no las
suficientes". "Alto, para ya, tío. ¿Lo viste? Un mayor porcentaje de humedad en esa
zona de la atmósfera del pabellón desvío en dos segundos de arco su trayectoria".
Este es el tipo de mensaje que necesita un entrenador tras tres copas la noche
después de un partido.
Vaya, que
necesitamos amigos. Para celebrar los fracasos, que nos harán mejores, y para
acompañarnos en la victoria, consolándonos tras caer en la autocomplacencia con
la que el héroe anuncia a sus enemigos que en la próxima batalla irá marcando
paquete, enseñando sus medallas e infinitamente menos preparado que a la
anterior. No me hagan mucho caso, pero tengan amigos, sí, porque es duro
explicar en casa esa tarea de tres canchas y media con un inicio en “corner
pick and roll” y tres situaciones de transición del otro equipo alternando defensas si vienes de
perder tres partidos seguidos, el vestuario parece Troya y te visita el líder
de la competición el domingo.
En el baloncesto,
al igual que en otros deportes, el período en el que se evalúan los procesos
suele ser demasiado corto, insuficiente para ser efectivo. Esto conduce a un
estrés que amputa parte de nuestras capacidades, lo que se une a ese “pensar
mal en el pasado” que también menciona Taleb en este magnífico libro. Cuántas
veces nos hemos hecho la ridícula pregunta de “qué hubiera pasado si (o si no)”.
¿Y sabéis qué?
Por falta de amigos o por lo que sea, este exceso de estrés, esta angustia con
la que se perciben las idas y venidas de este azar categorizado, deriva en un exceso
de evaluación, en que nuestros jugadores, en vez de ser incentivados con un
sistema de recompensas mantenidas en el tiempo, se encuentran escrutados por
esa figura polivalente, que podría ejercer un liderazgo paternal pero que, sin
embargo, opta, para su supervivencia, por un liderazgo de tipo empresarial, con
evaluaciones de nuevo muy apresuradas.
Y cuando uno se
siente evaluado complace, pero no gana, se adapta y busca beneficios a corto plazo. O gana, claro, si el sistema de
evaluación es mejor que el de los demás, porque este es solo un eslabón más de
aquellos en los que el baloncesto ha optado por la vía de la uniformización, y
no la del cuestionamiento. Entre otras cosas porque no hay tiempo para
replantearse nada y, ahora que lo tenemos, nos lo pasamos confirmando nuestras
sospechas entre rivales, y, eso sí, afortunadamente amigos.
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