Un día para olvidar
Saber que existe
un día del entrenador de baloncesto en la víspera del Día del Libro no deja de
ser reconfortante. El entrenador, como el propio libro, es un ente en constante
crisis pero también un gran ejemplo de supervivencia. Si se trata de un
entrenador de formación, las generaciones se suceden, con sus propios ritmos
vitales, estructuras sociales, espíritu colectivo y ética particular. Ello
mientras el primero permanece, anclado en sus raíces y en sus principios, puede
que formándose, pero formándose siempre desde su posición; qué difícil es dejar
de ser quienes somos (sin ser conscientes de que lo estamos haciendo, o
intentándolo).
Si hablamos de
un entrenador profesional, cambian los entornos, las directivas, los jugadores,
las exigencias, pero siempre permanece la urgencia de obtener resultados, de
convertir en hechos las teorías menospreciando el valor de la suerte, aunque,
bien mirado, este sea siempre un factor capital. La incertidumbre se convierte
en el pan de cada día, el abismo en un paisaje habitual. Es lógico, muchos
intereses están en juego.
No sé si es
meramente semántica la distinción entre adiestrador, formador, entrenador,
técnico o cualquier otro en apariencia sinónimo. Creo que hay matices, claro,
en función del propósito y los medios a emplear, también en la propia relación
que establezcamos, precisamente, entre los medios y el propósito. Puede que
unos se centren en el proceso, pensando en el mañana y que otros lo hagan en el
resultado, pensando en el hoy que ya es prácticamente ayer. En cualquier caso,
sea uno u otro el contexto, creo que en todos los casos posibles el entrenador
debe ser un líder: un seductor de almas, un abanderado de la causa y un
intachable ejemplo para su plantilla.
Esta mañana leía
como Benny Goodman, célebre líder de una de las orquestas más famosas del mundo
del jazz fue una auténtica guillotina para muchos buenos músicos que llegaron a
él esperanzados en formar parte de su proyecto. Su perfeccionismo impedía los avances;
su intensidad, al contrario de lo que pudiéramos suponer, desalentaba a los
candidatos. En cambio, Duke Ellington prosperó hasta el punto de ser estudiado,
hoy en día, como un caso paradigmático de liderazgo exitoso. Uno de los más
famosos artistas que pisaran nunca el famoso Cotton Club construía el éxito de
sus bandas partiendo de los puntos fuertes de sus músicos, lo que derivaba en
una atmósfera más dispuesta al trabajo y al disfrute. Mientras los músicos iban
y venían de la orquesta de Benny, muchos de los músicos que trabajaban a las
órdenes de Duke lo harían durante décadas.
Estaría bien
recordar esto cuando en el día del entrenador, o en el resto de días del año, nos
den ataques de ello. En mi opinión, aspirar a que el jugador amplíe su rango de
habilidades es necesario, pero partir y fomentar sus puntos fuertes es
obligatorio. Solo con un jugador con la autoestima saneada, que sienta de su
entrenador el aliento tras una buena acción, se puede emprender un plan de
mejoría técnico-táctica que, como todo, debe partir de la detección de una necesidad,
de un pacto o convicción interna (interna del jugador, siento que debo
introducir el matiz) y de un plan con su correspondiente seguimiento,
evaluación y replanteamiento al que le pediremos cuentas mucho más adelante,
casi cuando nos hayamos olvidado de nuestra genial idea, de nuestra capacidad
de convicción y, por supuesto, de que somos entrenadores de baloncesto y el 22
de abril se celebra nuestro día. Nuestro día, tíos. La hostia.
UN ABRAZO Y BUEN
BALONCESTO PARA TODOS
1 comentarios:
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