All that Jazz
Ayer escuchaba a
Juan Echanove defendiendo la importancia del teatro. Y me convenció. Llevamos
más de dos mil años ofreciendo confort espiritual a los pueblos de todo el
mundo, decía. También escuché al gremio de hosteleros, defendiendo la santidad
de los bares y restaurantes, aunque a estos no les hace falta mucho para convocar
a los fieles en su defensa. Y las iglesias también están llamando a la puerta
de los gobiernos, recordando la importancia del culto, aunque no prevenga guerras
ni pandemias, como alivio.
En fin, que los
veo a todos muy bien preparados, con las armas del discurso bien afinadas; la
dialéctica del apocalipsis en buena forma. Se preparan para luchar con denuedo
por su cuota de protagonismo en un contexto de crisis económica, de repliegue obligado
a la austeridad como forma de vida. Llorar mejor que nadie, plañir sin descanso
y con estilo, salvará más puestos de trabajo que una exposición ordenada y
objetiva de los datos, no lo duden. Seguimos siendo un conjunto complejo de
emociones desordenadas, aunque nos conozcan como animales racionales.
La pregunta, al
menos para el autor de este blog, es en qué trinchera se hará fuerte el
baloncesto como industria, de qué forma reclamará su carácter pertinente y
necesario. También como mecanismo de formación, pues no es menor su valor
pedagógico si se saben rescatar las claves adecuadas, ya les adelanto que ninguna
de ellas tiene que ver necesariamente
con su absurda sofisticación terminológica: esta mañana he visto a unos cuantos
chicos describir lo que hacían con un balón con términos en inglés que habrán
aprendido de un capullo como yo.
Tampoco sé muy
bien quién podría ser nuestro portavoz, quién podría mostrarse tan afectado
como Echanove, tan convincente como Francisco y su séquito o tan resolutivo
como un camarero con treinta años de experiencia a la hora de representarnos. Supongo
que Pau Gasol lo podría hacer bien, aunque él es el primero que eligió Chicago
(y plantó a Durant y una mejor posibilidad de anillo) por sus teatros. Y
Navarro regresó a Barcelona por su familia después de una buena temporada en
Memphis. Y Raúl López pasa todo lo desapercibido que puede. ¿A ver si no hay nada que hacer?
Volvamos por un
momento a Chicago. A Chicago, a sus teatros y al jazz que sonaba en ellos,
también en sus salas de fiesta y cabaret. Quizá tengamos que retrotraernos a
esta época, en la que baloncesto y jazz implosionaron jugando un papel central en
la historia de los Estados Unidos, del mundo y de la cultura afroamericana para
encontrar un argumento. O encontrar en una orquesta de jazz, o en un cuarteto,
y en sus similitudes con un equipo de baloncesto, las claves que los “coaches”
llevan buscando años sobre el trabajo en equipo, la cesión pautada, o
improvisada, del foco, la importancia de la labor del batería o el especialista
defensivo,… Y entender que hay algo en deportes de acción-reacción tan rápidos
como el baloncesto, y el jazz, que incentiva la espontaneidad y el pensamiento
rápido, que obliga a quienes los practican a tener que trabajar muy duro para llegar
a hacer sencillo lo difícil.
Pero para eso
tenemos que romper nuestras particulares batutas, flexibilizar las estructuras,
retornar a la esencia del baloncesto en vez de seguir vistiéndolo de guirnaldas
cada vez más vistosas e inútiles, y abrazar de una vez por todas este discurso.
El del entretenimiento, el del mero entretenimiento, lo ganarán únicamente NBA y
Euroliga, y solo porque con buen lacrimal bien se llora.