Grande, enorme, infinita

 



Siguiendo las sabias palabras de Miss Baker (you will never rest until your good is better and your better the best), este post no debería ser publicado. Nunca será lo suficientemente bueno como para ser el mejor. Pero me parece de justicia, en primer lugar para mí, más en este puente del 1 de noviembre en el que recordamos a los que ya no están, no por no estar, sino por haber estado, como bien reza la oración que le dedicaron sus hijos y su esposa a las cenizas del genial futbolista y comunicador inglés Michael Robinson.

 

Es bueno saber enterrar el pasado para reconvertirlo en presente y alimentador de energía, valores y sueños. Y algunos, muchos, hemos crecido con Michael en la pantalla de nuestro televisor, o en el del bar donde bajábamos a ver los partidos del Plus, los que cerraban el fin de semana y anunciaban, por lo tanto, el regreso a la escuela, a los chascarrillos y rivalidades Madrid-Barça, a los partidos en el recreo queriendo ser Raúl, Kiko o Stoichkov, que de todo había.

 

Lo mejor de todo lo que nos transmitió, creo, es que uno se lo puede pasar muy bien haciendo su trabajo, que no hace falta sentir el acecho de la tragedia, la sombra de las dudas o el temor al qué dirán para sacar adelante pequeñas joyas en directo, aunque luego, en este último programa de Informe Robinson, un Michael ya desmejorado, sabedor de lo cercano del fin, nos confesara que su gran motor fue el miedo al fracaso.

 

Qué bien lo disimuló. Especialmente gracias a su enorme sonrisa y a sus prominentes paletos, un rasgo que, lejos de esconder, llenó de personalidad sus intervenciones del mismo modo en que lo hizo su particular uso del castellano, donde, una vez más, nos demostró que lo perfecto es enemigo de lo bueno. O que lo perfecto es lo imperfecto si lo acompañas de toda otra serie de talentos. O ni siquiera.

 

El último Informe Robinson nos invita a destacar, de entre todas sus cualidades, la mirada. El lugar y el modo en el que situó la cámara para abordar el hecho deportivo, una circunstancia que puede ser tan pedestre como demostramos a diario o tan épica y sublime como solo unos pocos logran transmitir. El deporte es sudor, son hormonas, es fisiología, anatomía y psicología. Y puede ser solo eso, y estar bien, ser un duro trabajo, un campo de estudio para la ciencia. O puede ser mística y religión, en el buen sentido de la palabra. Y humanidad, también en su interpretación más positiva.

 

Lugar de encuentro, en definitiva, como lo ha sido durante todos estos años Michael Robinson en sus múltiples facetas, sobre todo en la humana. Algo que su propio equipo de colaboradores también destaca, recordando las reuniones de equipo que se iban hasta la madrugada, el modo en el que los invitaba, como nos invitaba a todos de algún modo con su forma de contarnos el mundo, a probar, inventar y ser mejores, cada día mejores, con una sonrisa enorme en la boca: una sonrisa grande, enorme, infinita.





UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

2020: el verano de la resistencia






Este año la temporada veraniega de eventos baloncestísticos ha sido más breve que nunca. Breve y distinta, empezando por los imprescindibles complementos de moda y la adaptación de los contextos a realidades desconocidas. Ni los cursos de formación presenciales ni los campus de baloncesto volverán a ser lo mismo que antes.

No es sencillo. La inercia era tan poderosa que aún estamos sacando el tren de aterrizaje y frenando con los pies, al más puro estilo Picapiedra. Clases magistrales por un lado, entrenamientos colectivos, coreográficos, más estéticos que eficientes por otro, siguen estando en nuestro imaginario colectivo y hará falta más que un virus, por letal que este sea, para alterar los códigos genéticos de profesores y entrenadores.

El potencial mortífero de unas gotas de saliva no lo pone sencillo. El trabajo por proyectos exige interacción, debate apasionado, cercanía física e intelectual (no creo que en el dualismo cuerpo-mente). El baloncesto, como juego de cooperación-oposición, apenas puede entenderse sin el choque, el contacto o la camaradería en forma de palmada cariñosa, choque de manos o abrazo al final del partido.



Y sin embargo lo conseguimos. Tanto en Valencia, con la celebración de la fase presencial del Youth Pro Coach, como en Valladolid, en el primer turno del Campus Gigantes en esta sede, el baloncesto ha sido el gran protagonista. Por encima de las restricciones y el lógico temor que impone este virus, ha estado la ilusión de todos los alumnos y jugadores y también de los organizadores, verdaderos promotores a los que debemos aplaudir por asumir riesgos y ofrecer baloncesto de calidad, cada uno en su área. Sport Coach y Gigantes, gracias por contar conmigo. Seguimos en la aventura.

Me quedo con numerosos aprendizajes y anécdotas. Compartir mesa con Pepe Laso y José Luis Ereña, atender a todas sus historias, fue un auténtico clínic improvisado. Hacer un aparte con Jota para hablar de spacing, para que me diera su opinión sobre si este es proactivo o reactivo, es otro lujo que me pude permitir. Compartir trabajo y algo de tiempo libre en Valencia con el gran equipo que dirige Miguel Martín fue un auténtico placer.



Y qué decir de la posibilidad que nos ofrecen los campus, en este caso el Gigantes, de reunirnos con los viejos amigos (con David Barrio, Rafael Gil, Fernando Merchante, Fernando Fernández, Javier Martínez, Chave…) de poder darle el codo a tantos buenos entrenadores invitados como David González o Francisco Paris y con los que vienen apretando, como Adrián Pérez o Rodrigo de Anta, mientras intentamos darle una vuelta al uso de conos, a la toma de decisiones sin oposición real, a la mejora de la percepción y de todas las habilidades motrices genéricas y específicas que necesitarán los jugadores en un futuro ojalá próximo.

Todo ello sin olvidarnos de los jugadores, que acuden con la mejor de las sonrisas, y con los padres, que aún creen que el 28x15 es la mejor escuela de verano posible para aprender valores a través de la educación física y un juego que atraviesa uno de los momentos más difíciles de sus 129 años de historia. Muchas gracias. Sabed que resistiremos. Y que lo seguiremos pasando bien.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

La década que vivimos peligrosamente






Hace diez años, en otro caluroso 23 de junio, sin pandemia pero igualmente en crisis, por recomendación de mi hermano Fernando, hermano, compañero y amigo, comencé la redacción de artículos para este diario, un blog de baloncesto que pretende ser algo más siendo, probablemente, mucho menos.

Los principios

Los primeros años estuvieron marcados por el entusiasmo, el seguimiento puntual de los viejos amigos, quienes incluso se atrevían a dejar comentarios, tal era la inocencia con la que nos desenvolvíamos entonces. En lo baloncestístico aún jugábamos sobre las cenizas de los últimos Celtics-Lakers y ya veíamos llegar, de forma inevitable, los años de supremacía de Lebron (pensábamos que también de Durant), no tanto la inesperada irrupción de un nuevo estilo de la mano de los Warriors, aunque ya el 25 de marzo de 2012 le dediqué una entrada a Klay Thompson afirmando, tras anotar 31 puntos frente a Sacramento, que habría más y mejores noches y el 24 de enero de 2015, cuando ante el mismo equipo anotó 37 en un solo cuarto, tuve que volver a escribir.



Entrenadores

Gratas, muy gratas, fueron las sorpresas de Dallas Mavericks, en 2011, y San Antonio Spurs, en 2014, asentadas ambas sobre una concepción del juego que sigue siendo, en mi opinión, la más justa, virtuosa y bella, aunque como escritor disfrute de las epopeyas y los tour de force encarnados en la figura de un solo hombre ungido por los dioses. Aquellas gestas colectivas con acento tejano incrementaron mi interés por el baloncesto y los entrenadores. Desde luego, Gregg Popovich ocupa un lugar de privilegio en mi santoral, principalmente por haber creado a las orillas del río San Antonio una cultura de exigencia máxima y cuidado mutuo, un método sobre el que escribí el 3 de mayo de 2012 y que comparé con el de los New England Patriots el 2 de febrero de 2015.



No les costará mucho adivinar quién es, sin embargo, el entrenador que más veces ha sido citado en este blog. Tres europeos, dos medallas olímpicas, un mundial y un anillo de la NBA como ayudante han terminado de doblegar los recelos iniciales y el consenso es casi unánime: Sergio Scariolo es el mejor seleccionador de nuestra historia.

La formación

A hombros de aquellos gigantes, sin el apoyo pero con el respeto silencioso de los seres queridos, con la incomprensión de muchas otras personas cercanas incapaces de adivinar lo mucho que nos motiva e incita la cancha como uno más de los escenarios de la vida, he ido dando pasos en mi carrera como entrenador. Por un lado, los puramente necesarios, “oficiales” y federativos, que me aportaron mucho más que un título. En el verano de 2012 en Valladolid y en el de 2014 en Zaragoza conocí mejor a mis amigos, sumé nuevos compañeros de viaje y adquirí un renovado compromiso con mi vocación. Por otro, jornadas, talleres, semanas de entrenadores, eventos puntuales que aportaron ideas y nuevas preguntas.



Las experiencias

En cualquier caso, las mejores fuentes de aprendizaje han sido las experiencias. Cada temporada nacemos, crecemos, maduramos y morimos, pero siempre de una manera distinta. Y yo, que me niego a extrapolar el recuerdo como guía de mis actuaciones futuras, pues creo que no hay dos sucesos iguales, dos instantes idénticos, admito, en cambio, que lo esencial es ser conscientes del porqué y el cómo de nuestras decisiones y hacer balance. ¿Actué con ira, con miedo? ¿Estuve tranquilo para analizar con calma o nervioso porque creía estar jugándome la reputación?



Agradezco a todos aquellos que me dieron la oportunidad de estar en sus clubes y aprender junto a ellos. Aunque haya mucho que mejorar a nivel estructural, en este recorrido de diez años me he encontrado con un altísimo porcentaje de personas que actúan con nobleza y honestidad, empezando por los árbitros, a quienes aprendí a entender después de cometer varios errores en el trato hacia ellos, con quienes vuelvo a disculparme, colectiva e individualmente por alguna de mis actitudes pasadas. Cuánto echamos de menos, por cierto, a Pepe San Agustín.

La comunicación

Salvo excepciones, la relación con los padres también ha sido buena en este tiempo. Comprenderlos, sumarlos a la causa, hacerlos partícipes de lo que sucede actuando con plena transparencia me parece fundamental para sumar activos y, por otra parte, para dejar sin argumentos a aquellos que tienen una vocación incendiaria. Llevar el peso de la comunicación, ser el primero en trasladar los mensajes, resta fuerza a los conatos de rebelión y las actitudes egoístas, actitudes que debemos abordar desde la comprensión (todos los somos) y la intransigencia (no tienen cabida en un equipo).

Lo mismo sucede con los jugadores, a quienes no basta con negar la capacidad de opinar para que no opinen o piensen. En este tiempo he aprendido que habrá veces en que habrá que obligar e imponerse, pero también ocasiones para escuchar y reconsiderar posturas. Como siempre, es fundamental marcar los tiempos y los espacios, algo en lo que me ha ayudado mi vocación literaria, una vocación que creía incompatible, por estar basada en valores a priori contrarios a los del deporte como la imaginación o la sensibilidad, y que, sin embargo, se vuelve cada vez más esencial. Los entrenadores somos contadores de historias.

Nuevos retos y "viejos" maestros

Contar historias es lo que hago también en el blog de Sport Coach Academy, empresa líder en la formación online de entrenadores, con la que tengo el placer de colaborar y donde también me esfuerzo por dar salida a mi lado más analítico, el que se está imponiendo de la mano de herramientas como Synergy Sports Technology, empresa en la que tuve la suerte de trabajar durante una temporada, antes de que un compromiso total con el C.B. Clavijo, me impidiera renovar con garantías. Sin duda, en esta parte más táctica del juego, estar en compañía de Jenaro Díaz durante las dos últimas temporadas ha sido un auténtico lujo. Nuevamente, me considero un privilegiado por ello.



En fin, me gustaría citar muchos nombres, a pesar de considerarme autodidacta, pues todos ellos aportaron su granito de arena. Probablemente, nadie me dedicó más tiempo que Nacho Iglesias, en la temporada 2011-2012 en el C.B. Santa Marta, aunque también estuvieron muy bien los cafés con Fernando Merchante a la llegada a C.B. Tormes en 2015, el año junto a Rafael Gil comprendiendo las necesidades del minibasket como su ayudante en la selección de Castilla y León, las ocasiones en que he podido coincidir con Alberto Miranda, ayudante en UCAM Murcia, y, por supuesto, las conversaciones antes del amanecer con el ya citado Jenaro Díaz, despierto desde mucho antes para observar detalles de Euroliga y NBA. Por no hablar de las conversaciones sobre poesía, música y un poco de baloncesto con Fernando García, maestro de maestros o todas las mantenidas con colegas en pabellones, bares o discotecas.



De manera resumida, así han sido estos diez años de blog, la historia de un desatino, de un chico que encontró en el baloncesto un sentido, modesto pero un sentido, para vivir peligrosamente y escribir sobre ello.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLIX





...Y 49. Muchas gracias. 


Con el final de la fase dura de la cuarentena, a riesgo de parecer poco original, echo el cierre a este diario que me ha acompañado estos días con esta entrada cuyo propósito no es otro que dar las gracias.

En primer lugar a Miguel Martín, por compartir conmigo esta idea allá por el 13 de marzo, cuando ni siquiera habíamos cerrado los ojos en la previa de esta pesadilla. También a quienes me han ayudado a mantener la paz mental necesaria para poder afrontar una tarea diaria sin cejar en el empeño. Ahí incluyo, aunque negaré haber dicho esto, a los grupos de WhatsApp y demás comunidades en las que he vertido frustraciones, ansiedades, incredulidad y sensación de desamparo. La de entrenadores, a pesar de que sigan tomando droga dura en forma de clínics, también.

No puedo olvidarme de los lectores, los 60-70 fieles a los que puntualmente se han unido otros. Cada minuto de atención, en medio de este frenesí y esta cantidad de ofertas de entretenimiento y formación, me hace sentirme privilegiado y responsable. De ahí que haya querido generar debate, poner la cama del revés, la silla encima de la mesa. No estaba en condiciones de decir algo más interesante o científico de lo que se cuenta en otros lares. En mi caso no es posible poner en la puerta aquello de: Peligro, aquí vive un experto. Tendré que comprar un perro.

De lo que más orgulloso me siento es de haber culminado el viaje, de haber llegado a puerto y completar la última hoja de este cuaderno. Hoy repasaba muchos perfiles de Twitter que se encuentran inactivos en este momento. Nada queda ya del entusiasmo inicial, de la sensación de indestructibilidad con la que se idearon los proyectos, por modestos que fueran. Si algo ha definido este trayecto ha sido la resistencia.

Y a la resistencia os conmino, amigos, ahora que vienen tiempos difíciles. Aquí hemos puesto sobre la mesa esta problemática y, en función del estado de ánimo, os he dado alas y os las he cortado, he sido optimista, pesimista y todo lo contrario. Así será también la salida a la superficie mañana, una oda al extrañamiento y un auténtico carrusel descontrolado de emociones. Y qué decir del primer entrenamiento después de esta pandemia y del primer partido. Nadie sabe cuándo ni cómo serán. Lo mismo terminamos echando de menos la cuarentena.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLVIII




All that Jazz


Ayer escuchaba a Juan Echanove defendiendo la importancia del teatro. Y me convenció. Llevamos más de dos mil años ofreciendo confort espiritual a los pueblos de todo el mundo, decía. También escuché al gremio de hosteleros, defendiendo la santidad de los bares y restaurantes, aunque a estos no les hace falta mucho para convocar a los fieles en su defensa. Y las iglesias también están llamando a la puerta de los gobiernos, recordando la importancia del culto, aunque no prevenga guerras ni pandemias, como alivio.

En fin, que los veo a todos muy bien preparados, con las armas del discurso bien afinadas; la dialéctica del apocalipsis en buena forma. Se preparan para luchar con denuedo por su cuota de protagonismo en un contexto de crisis económica, de repliegue obligado a la austeridad como forma de vida. Llorar mejor que nadie, plañir sin descanso y con estilo, salvará más puestos de trabajo que una exposición ordenada y objetiva de los datos, no lo duden. Seguimos siendo un conjunto complejo de emociones desordenadas, aunque nos conozcan como animales racionales.

La pregunta, al menos para el autor de este blog, es en qué trinchera se hará fuerte el baloncesto como industria, de qué forma reclamará su carácter pertinente y necesario. También como mecanismo de formación, pues no es menor su valor pedagógico si se saben rescatar las claves adecuadas, ya les adelanto que ninguna de ellas tiene que ver necesariamente con su absurda sofisticación terminológica: esta mañana he visto a unos cuantos chicos describir lo que hacían con un balón con términos en inglés que habrán aprendido de un capullo como yo.

Tampoco sé muy bien quién podría ser nuestro portavoz, quién podría mostrarse tan afectado como Echanove, tan convincente como Francisco y su séquito o tan resolutivo como un camarero con treinta años de experiencia a la hora de representarnos. Supongo que Pau Gasol lo podría hacer bien, aunque él es el primero que eligió Chicago (y plantó a Durant y una mejor posibilidad de anillo) por sus teatros. Y Navarro regresó a Barcelona por su familia después de una buena temporada en Memphis. Y Raúl López pasa todo lo desapercibido que puede. ¿A ver si no hay nada que hacer?

Volvamos por un momento a Chicago. A Chicago, a sus teatros y al jazz que sonaba en ellos, también en sus salas de fiesta y cabaret. Quizá tengamos que retrotraernos a esta época, en la que baloncesto y jazz implosionaron jugando un papel central en la historia de los Estados Unidos, del mundo y de la cultura afroamericana para encontrar un argumento. O encontrar en una orquesta de jazz, o en un cuarteto, y en sus similitudes con un equipo de baloncesto, las claves que los “coaches” llevan buscando años sobre el trabajo en equipo, la cesión pautada, o improvisada, del foco, la importancia de la labor del batería o el especialista defensivo,… Y entender que hay algo en deportes de acción-reacción tan rápidos como el baloncesto, y el jazz, que incentiva la espontaneidad y el pensamiento rápido, que obliga a quienes los practican a tener que trabajar muy duro para llegar a hacer sencillo lo difícil.

Pero para eso tenemos que romper nuestras particulares batutas, flexibilizar las estructuras, retornar a la esencia del baloncesto en vez de seguir vistiéndolo de guirnaldas cada vez más vistosas e inútiles, y abrazar de una vez por todas este discurso. El del entretenimiento, el del mero entretenimiento, lo ganarán únicamente NBA y Euroliga, y solo porque con buen lacrimal bien se llora.



UN ABRAZO Y FELIZ DÍA INTERNACIONAL DEL JAZZ PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLVII




Why can´t we be friends?


Seguramente, la principal razón de que no tenga claras las fases a seguir en el desconfinamiento tenga que ver con mi desinterés por el asunto. Y sé que es importante, pues es posible que las canteras puedan retomar el trabajo, algunas ligas ensayar fórmulas para cerrar el año y, además, que todo vaya bien puede ser la garantía de que puedan celebrarse los campus, veremos en qué condiciones, lo que salvaría el verano de muchos pequeños emprendedores, de los entrenadores, que obtienen unos ingresos extra fuera del ejercicio, y también de muchos padres, que se “desembarazan” de sus hijos y los entregan para que se formen en los ámbitos deportivo y humano, hecho que exigirá, al menos este verano, de un plus de confianza.

También ello posibilitaría que los jugadores que terminan la etapa junior, o que se hallan en ese páramo frío y desangelado que media entre los 18 y los 22 años, apuesten por recorrer el camino y asumir sus dificultades. De eso hablaban en una interesante conversación organizada por la federación gallega, Antonio Pérez Caínzos, Diego Ocampo, Paco Redondo y Carlos Colinas. Es el momento de que el jugador de formación, a quienes los reglamentos de las competiciones van a empezar a premiar con plazas en los equipos, invierta en su futuro. Es también, quizá, el momento, de que los agentes den un paso adelante y se hagan con una maquinaria en condiciones para que sus agenciados puedan subir un escalón el nivel, algo que muchos han pretendido que sucediera por arte de magia.

No tardará mucho en llegar la cultura del trabajo en verano a nuestro país. Pronto entrenadores especializados en la enseñanza de fundamentos y lecturas individuales alquilarán sus naves y crearán grupos de trabajo para conseguir una motivación, precisamente grupal, a la hora de afrontar la meta. En este sentido, para quienes se aventuren en esta empresa, un título fundamental es The hoops whisperer, de Idan Ravin, un libro en el que este entrenador de jugadores cuenta su particular trayectoria y el modo en el que contactó y se ganó a figuras de la talla de Lebron James, Carmelo Anthony o Chris Paul.

Una vez más, establecer un clima de confianza con el jugador, fijar unos códigos de comunicación internos con los que ambos, entrenador y jugador, se encuentren cómodos, se torna fundamental. Y esto es algo que me sorprende también de lo observado en la producción de moda del momento, The last dance, donde Phil Jackson aparece estrechamente unido a figuras como Jordan o Rodman, o de lo que manifiesta también en el documental sobre los San Antonio Spurs, “su secreto”, en el que vemos cómodamente sentados en corro a Manu Ginobili, Tim Duncan, Tony Parker y el propio Gregg Popovich departiendo amistosamente, señal de que se ha roto el distanciamiento social. 



No es esto lo que se nos comenta en los cursos de entrenadores, ni lo que se observa en las plantillas de las ligas profesionales y semiprofesionales, seguramente por la aún mayor incertidumbre, por la doble condición de entrenador y verdugo, por los recelos mutuos y, seguramente, porque haya motivos objetivos para que esto sea así, pero no sé, quizá haya que darle una vuelta y dotar a todo de una mayor naturalidad. Aunque para ello tengamos que resetear décadas de experiencias filtradas bajo los parámetros de la culpa, la búsqueda de la responsabilidad y la desconfianza mutua. ¿Por qué no podemos ser amigos?



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLVI




Michael, ya eres historia de España


Hoy adelanto la publicación, me da igual lo que pueda pasar de aquí al final del día, qué puede ir peor: ha muerto Michael Robinson y con eso basta. Desde 1992, en mi caso, venía siendo uno más de la familia. Recuerdo como si fuera ayer sus correcciones tácticas en aquella maqueta de Atocha con su español con acento inglés que nunca fue perfecto, pero nunca, tampoco, mejorable, pues era ideal para su humor típicamente británico. Él mismo reconocería un día que podía hablar español perfectamente, pero que si lo hiciera se quedaría sin trabajo.

Los lunes eran mucho mejores gracias a que en El Día Después nos enseñaban la cara b del fútbol. Antes de que los medios empezaran a buscar el morbo, y los futbolistas decidieran cubrirse la boca al hablar, aquel programa nos rescataba lo que sucedía en el campo al margen de los planos habituales. Lo que el ojo no ve era también una radiografía de la España de copa y puro que despertaba a la democracia con la ingenuidad de un niño, que acudía al estadio en familia y aún era capaz de reírse de sí misma. Las rivalidades se resolvían, más allá de las actitudes fanáticas, con cánticos llenos de guasa. Los personajes políticos quedaban retratados en guiñoles y no pasaba nada.

Michael Robinson ha sido junto a Andrés Montes el mejor comunicador de deporte en nuestro país (seguro que me dejo a muchos pero hoy lo siento así). Ninguno de los dos bebió, precisamente, en las fuentes de la ortodoxia. Ambos entendieron en qué consiste el entretenimiento, cuáles eran las principales demandas de la persona que se ponía frente a un televisor. Andrés, porque conocía el medio, Michael porque había sentido el barro de los campos ingleses, las mieles del triunfo y el dolor del fracaso. Michael conocía a los futbolistas casi tan bien como a los espectadores. Tal vez por que jugó para una de las mejores aficiones del mundo: la del Liverpool, su gran amor.

Lo reconozco, muchas veces lamenté la poca simpatía que mostraba por mi equipo, el Real Madrid, por muy bien que la disimulara. Supongo que representaba unos valores muy distintos, una perfección casi obscena. Pero lo perdonábamos, la verdad, sus críticas eran siempre las mejor fundamentadas y al menos había que escucharlas. Y, por supuesto, si el elogio procedía de Robin es que lo estábamos haciendo muy bien. Valía doble.

En cualquier caso, la redención definitiva, el ascenso a los altares de la comunicación deportiva en nuestro país, lo alcanzó nuestro querido Michael cuando dio a luz al mejor programa de deporte de la historia de nuestro país, un serial de documentales llamado Informe Robinson que destila grandeza. Sí, grandeza en una época en la que los contenidos deportivos de la televisión se volvían cada vez más viles y miserables. No conozco mejor introducción al deporte, para nuestros hijos, sobrinos o nietos, que un programa al azar de Informe Robinson.

En fin, Michael, nunca caminarás solo.  Nunca estarás más solo que la una, aunque sé que allá donde estés intentarás rematar cualquier balón llovido, cualquier centro al área. Eres historia del fútbol, eres historia del deporte, eres historia de España.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLV





Saben aquell que diu 

Por necesidad sobrevenida, dadas las actuales circunstancias, por salud o porque todos los gremios que tienen un amplio repertorio de chistes sobre sí mismos tienen salarios medios que, eliminando los casos extremos, quintuplican el de un entrenador de baloncesto, creo que nos convendría rescatar de entre los sesudos análisis de pitagorín y las poses de escritor maldito un poco de sentido del humor.

Menos mal de Darío Méndez, que pone ante los espejos cóncavos y convexos de El Callejón del Gato muchas de las circunstancias cotidianas que rodean nuestro oficio. También de Guillermo Giménez y Antoni Daimiel, que encuentran siempre un recoveco donde incluir una hipérbole o una anécdota, siguiendo a su manera la estela que aún ilumina el cielo al sur de Madrid, esa que dejó Andrés Montes con su humor tan reconocible al tiempo que no exento de un cierto amargor.

Esto no necesariamente iría en contra del famoso ego del entrenador, ese que le protege contra los posibles contratiempos y que, quizá, le impida hablar con humor de sí mismo. Hay algo en el discurso cómico que, al contrario de lo que pudiera parecer, al encaramar al sujeto a la altura de lo parodiable, lo enaltece dotándolo de una superior categoría. En determinadas culturas, no eres nadie hasta que no eres portada de revistas satíricas, personaje de monólogos malintencionados o si tú mismo no eres capaz de hablar de ti mismo con cierta distancia, recordando aquella vez en la que te confundiste, ordenaste a un jugador hacer lo contrario a lo que indicaba al sentido baloncestístico, y salió bien, o aquella otra en la que te quedaste en blanco durante el discurso más importante de tu carrera.

Urge un monólogo sobre el oficio, con Gila al teléfono o un dúo como Tip y Coll explicando cómo se anota un tiro libre en dos idiomas. También me imagino a Chaplin jugando con una pizarra sintiéndose el amo del universo o a Chiquito explicando el porqué de una decisión definitiva a su directiva en el vino de después del partido. Necesitamos humor, carcajadas, relajar la tensión de los músculos de la cara, aceptar que estamos en manos de otros y que dios hubo solo uno y se llama Michael Jordan, no Phil Jackson, como a muchos nos gustaría pensar. Necesitamos humor para ocultar, como Eugenio, la tragedia que nos acompaña.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS




Diario de un encierro. Día XLIV





Winner wins it all

No sé desde qué perspectiva abordar este asunto y, sin embargo, la perspectiva es la clave para resolver este y cualquier otro asunto. Quiero decir, no sé si se trata de una realidad económica, que deba ser abordada a través de los esquemas neoclásicos, desde luego queda fuera de toda posible consideración de bien público, o si nos debemos mover más bien en términos de justicia, honor u otras cuestiones de corte más bien moral. Hablo de la formación en baloncesto.

Tenía pensado hablar sobre el tema antes de que corriera como la pólvora la noticia que apunta a una homologación o equivalencia profesional de los títulos de entrenador superior obtenidos en una convocatoria anterior a 2008. Esa era la rama hasta ahora formal de acceder a una formación en baloncesto, la que nos igualaba al comienzo de la carrera y evitaba intrusismo y, a priori, abusos y malas prácticas. Aun así, se trataba de una modalidad formal/informal, pues aunque los requisitos estaban ahí, y eran conocidos por todos, la realidad del baloncesto y la de sus entrenadores impedía que se tratara de cursos convencionales.

Pero la verdad, no venía a hablar del cauce oficial, sino de toda la formación que se imparte por el circuito informal y comercial, un hecho que quiere volverse económico en atención a las características de la oferta pero que muchas veces olvida los condicionantes de la demanda, especialmente de los demandantes y del mercado profesional de entrenadores. Creo que hay un error de base, que es ignorar que el mercado de empleo de entrenadores de baloncesto es todo menos un mercado de competencia perfecta. Además, hay que recordar que no hay elasticidad en la oferta o, mejor dicho, que esta no depende ni del precio ni de la formación de los entrenadores, esto es la productividad.

De ahí que el mercado de formación, por las características del mercado laboral y por el reducido número de entrenadores, al menos en España, que viven de este trabajo, deba ser necesariamente reducido y tienda a la concentración de esfuerzos, energías y activos. Conseguir que una empresa de formación de entrenadores de baloncesto escape de la informalidad, de mecanismos de financiación pseudocaritativos exige de una calidad, unas garantías de certificación y un acceso a esa red clientelar de contactos de la que veníamos hablando, lo que está en manos de muy pocos.

Internet y la cuarentena han sido caldos de cultivo excelentes para la celebración de charlas y la masificación de un hambre natural y elogiable por compartir y aprender. Sin embargo, en el medio plazo, el mercado de la formación responde a las características de todos aquellos en los que el ganador se lo lleva todo: Winner wins it all. La escalabilidad de la producción está al alcance de muy pocos competidores y pasa por ser la única garantía de supervivencia en una red tan pequeña como informal. Así que mi consejo es que esperemos a que nos abran los bares o que nos sumemos a los proyectos que se lo han tomado en serio y los ayudemos a crecer.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLIII





Equipo improvisador vale por dos

Quizá vaya siendo hora de hablar de baloncesto- Por cierto, no sé si hacer deporte “individualmente” habilita para echar unos tiros en uno de esos parques que siempre están vacíos o si la conquista se circunscribe al jogging, al footing o a lo que solíamos llamar correr. Yo lo intentaré el primer día, ya lo aviso. Sanitariamente no creo que haya problema, el próximo domingo habrán pasado cincuenta días sin que nadie, salvo perros (y no se infectan), haya pisado una cancha de baloncesto. Eso sí, espero que a nadie más se le ocurra. Esta vez ya pueden venir los mayores armados con navajas que no me pienso mover.

Pero hablemos de baloncesto, les decía. Aprovechando que un amigo me pidió ideas para compartir con entrenadores de su club, me dio por discurrir un poco, algo que no sale fácil toda vez que el mundo se ha visto reducido de golpe a las cuatro paredes de la casa y a las 17 pulgadas del monitor. Estas fueron tres ideas que me vinieron a la cabeza.

En cuestiones técnicas, también artísticas, cuanto peor es el modelo peor es la copia, aunque existan posibilidades de que la copia supere al original, como el alumno puede superar al maestro. Ello para empezar a utilizar los medios audiovisuales en los entrenamientos de técnica individual y ajustar los gestos a enseñar a los parámetros anatómicos de cada jugador. No enseñen vídeos de Chris Paul a su cadete de 1,92, ni intenten enseñar gestos de Kevin Durant a su base jugoncete. Simplemente, no es lo mismo.

X + Y Z Es decir, para llegar al punto final de un proceso de enseñanza no creo en la segmentación del mismo ni en las fases transitorias que muchas veces pueden ser contraproducentes y contradictorias. En mi opinión el primer paso para hacer bien Z es hacerlo mal, muy mal, rematadamente mal. Así fue también el primer ensayo del musical El rey león o del último directo del Circo del sol. Pondré un ejemplo: para que un jugador sea efectivo en situaciones de “spot up” o recepción con ligera ventaja (posicional, temporal o espacial) el paso previo no es enseñar a parar el balón, subirlo por encima de la cabeza, mirar, pivotar,… Si queremos jugadores que tomen rápidas decisiones antes de tener el balón en sus manos tendremos que mejorar su capacidad de percepción/análisis intuitivo y trabajar únicamente con herramientas que sean compatibles con la velocidad de juego que exige el baloncesto actual: ejecución rápida de tiro, pase extra o puesta del balón en el suelo con múltiples recursos, incluido el paso cero. Y convivir con el error, primero en entornos no estresantes y luego, por supuesto, también en competición. 

De la concentración de la culpa a la difusión de la responsabilidad. Creo que como entrenadores tenemos que determinar qué clima queremos que reine en nuestros entrenamientos. Si toda la carga del reproche, en la medida en que la corrección se produce siempre sobre un error por alejamiento de la acción de un jugador sobre el plan previsto, cae sobre el infractor, crearemos equipos jurado. De ahí que siempre que una acción del juego no desemboca en una acción positiva me guste poner el foco en la reacción, en la falta de creatividad de quienes asistieron a ese alejamiento del plan previsto y se quedaron paralizados, cuando no culpando al compañero. En mi opinión, los grandes equipos de la historia fueron grandes improvisadores sobre la base de un guion. Creo, además, que esta es la principal característica de un equipo imposible de analizar o “scoutear”, el grado de improvisación, no la modificación sistematizada de 90 jugadas.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS.

Diario de un encierro. Día XLII




Escapismo y autojustificación.



A veces tengo la sensación de que es obligatorio participar en el clima de “aquí no pasa nada” que sibilinamente nos venden los profetas del optimismo. Y algunas veces hasta me lo creo y me digo “qué bien, otro día con más muertos que en el mayor atentado de la historia de España y confinado sin hijos, perro o trabajo considerado medianamente esencial que hiciera las veces de salvoconducto y remedio terapéutico, pero qué bien, era verdad que el ser humano se adapta a todo”. Ello mientras las horas se consumen entre actividades varias con mayor velocidad que antes de la cuarentena, entre otras cosas porque ya no existe la excusa de estar en tránsito o haciendo lo que tienes que hacer para ignorarlas, aunque te siga tocando hacer lo que tienes que hacer, no sabes muy bien los motivos.

Creo que esto les pasa también a muchos clubes, y lo celebro, anfitriones de numerosas orgías del conocimiento y la metodología baloncestística que han sabido convertir la necesidad en virtud y la crisis en oportunidad y, entre adagio y adagio, se fuman unos puros metafóricos y se dan golpes de pecho. He podido ver alguna de sus charlas y, en primer lugar, he de celebrar que exista este interés por hablar de baloncesto, compartir, enseñar y aprender, vaya esto por delante. Sin embargo, muchas veces me parece que el principal interés es autojustificativo y escapista.

Autojustificativo para tratar de explicar los salarios que se mantienen, las cuotas que no se han retirado, el puesto, el cargo o los futuros contratos o colaboraciones. Escapista porque a veces pienso que los tíos que se enfrascan en debates sobre aspectos muy concretos del baloncesto, yo el primero, creen que mañana se levantarán e irán al pabellón como lo hacían el 1 de marzo en Figueres, Vigo o La Línea de la Concepción. Y señores, lo que toca ahora es aprenderse el manual de supervivencia: cómo se hincha el salvavidas, cuántos días aguanta el cuerpo humano sin comer y, en todo caso, educar el espíritu para los tiempos difíciles; para el “no”, el “vuelva usted mañana” y el “no es usted prioridad para este ministerio”.

Toca apelar a la resistencia íntima, a la resignación sublime, a todas estas uniones de sustantivo y adjetivo que nada tienen que ver con la desescalada progresiva o el desconfinamiento gradual. En paralelo al cumplimiento de las normas y el cuidado, por acción u omisión de nuestros familiares, debe ir este cultivo, este lento cultivo para el que no hay crisis que se convierten en oportunidades ni demás frases hechas. Mejoren su relación consigo mismo, distánciense socialmente del baloncesto, abróchense las mascarillas antes de hablar sin reflexionar y apaguen el televisor cuando el experto les cuente aquello que su hijo de siete años, el que les va a sacar de casa el domingo, y no al revés, ya sabía porque se lo había contado Carlos, Antón o como quiera que se llame su amigo imaginario.



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XLI





Lo que tiene de ciencia, lo tiene de tómbola. 


Hoy traigo sentimientos contradictorios. Por un lado, dos amigos parecen estar cerca de llegar a un acuerdo con su club y renovar con ciertas garantías, y me alegro un montón por ellos. Por otro, no un amigo, pero sí un gran tío al que estaba empezando a conocer, anuncia que sale de un club en el que ha conseguido los objetivos a base de ganar, ganar y volver a ganar. No conozco los motivos, pero este es el fino hilo de una profesión con contratos anuales, resultados basados en un alto porcentaje en el azar y en otros aspectos incontrolables y en la que es más fácil pulsar el botón de cese que el de la gestión y el replanteamiento.

Avanzada ya la cuarentena, cuarenta y un días reza este diario, la primera pregunta que me hago es si me gusta tanto, sí, si me gusta tanto esto. Me siento incapaz de mirar con lupa los detalles, será que soy un amante de las abstracciones, aunque baje a lo concreto para describir el estado de las cosas, y el del alma. En mi caso, cuando el sabio señale a la tierra, a un fantástico crossover, a un magnífico hip swivel o a un pronunciado sweep and Sway, seguramente me coja mirando a la Luna, ¿no era así la fábula de la necedad?

De pequeño, el tercer trimestre era siempre el de la geometría. Había que montar sólidos en tres dimensiones de distintos poliedros o figuras de revolución, creo que las llamaban así. Y pintar mediatrices, bisectrices a rotring, para que equivocarse fuera la gran hijoputada de aquellos tiempos, vaya usted a saber por qué. Lo cierto es que era el trimestre que menos me gustaba, un doble por aquí, recorte por allá, haga así con el compás, pinche usted aquí. Y ostrás, será porque nos acercamos a mayo y estamos inmersos, precisamente, en el tercer trimestre, pero no veo más que triángulos, bisectrices y ángulos agudos y obtusos en muchos de los clínic que sigo.

Y bueno, si a cambio establezco relaciones, me empapo de un deporte que discurre en paralelo de la historia de muchos países, especialmente Estados Unidos, que pone ante el espejo al hombre y todos sus debilidades, pues me place, me gusta y hasta me siento realizado sacando del estuche la escuadra y el cartabón. Pero ni la deriva matemática ni la arbitrariedad nada creativa ni sesuda con la que discurren muchos directivos me atrae demasiado. Y eso que suelo caerle bien a las abuelas.

Porque mis amigos, los que renuevan, han hecho un trabajazo y es justo que sigan y los consideren parte importante del proyecto, pero el tío al que no renuevan, vaya usted a saber por qué, también, he sido testigo de ello. En fin, brindo por ambos, por que los primeros sigan dándole un sentido al día a día y trabajando con ilusión en el desarrollo de individuos y colectivos, en ese orden bajo mi punto de vista, y por que el segundo encuentre una segunda casa, donde lo quieran un poquito mejor, o por que lo mande todo al pairo y sea más feliz.

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XL




Un día para olvidar



Saber que existe un día del entrenador de baloncesto en la víspera del Día del Libro no deja de ser reconfortante. El entrenador, como el propio libro, es un ente en constante crisis pero también un gran ejemplo de supervivencia. Si se trata de un entrenador de formación, las generaciones se suceden, con sus propios ritmos vitales, estructuras sociales, espíritu colectivo y ética particular. Ello mientras el primero permanece, anclado en sus raíces y en sus principios, puede que formándose, pero formándose siempre desde su posición; qué difícil es dejar de ser quienes somos (sin ser conscientes de que lo estamos haciendo, o intentándolo).

Si hablamos de un entrenador profesional, cambian los entornos, las directivas, los jugadores, las exigencias, pero siempre permanece la urgencia de obtener resultados, de convertir en hechos las teorías menospreciando el valor de la suerte, aunque, bien mirado, este sea siempre un factor capital. La incertidumbre se convierte en el pan de cada día, el abismo en un paisaje habitual. Es lógico, muchos intereses están en juego.

No sé si es meramente semántica la distinción entre adiestrador, formador, entrenador, técnico o cualquier otro en apariencia sinónimo. Creo que hay matices, claro, en función del propósito y los medios a emplear, también en la propia relación que establezcamos, precisamente, entre los medios y el propósito. Puede que unos se centren en el proceso, pensando en el mañana y que otros lo hagan en el resultado, pensando en el hoy que ya es prácticamente ayer. En cualquier caso, sea uno u otro el contexto, creo que en todos los casos posibles el entrenador debe ser un líder: un seductor de almas, un abanderado de la causa y un intachable ejemplo para su plantilla.



Esta mañana leía como Benny Goodman, célebre líder de una de las orquestas más famosas del mundo del jazz fue una auténtica guillotina para muchos buenos músicos que llegaron a él esperanzados en formar parte de su proyecto. Su perfeccionismo impedía los avances; su intensidad, al contrario de lo que pudiéramos suponer, desalentaba a los candidatos. En cambio, Duke Ellington prosperó hasta el punto de ser estudiado, hoy en día, como un caso paradigmático de liderazgo exitoso. Uno de los más famosos artistas que pisaran nunca el famoso Cotton Club construía el éxito de sus bandas partiendo de los puntos fuertes de sus músicos, lo que derivaba en una atmósfera más dispuesta al trabajo y al disfrute. Mientras los músicos iban y venían de la orquesta de Benny, muchos de los músicos que trabajaban a las órdenes de Duke lo harían durante décadas.



Estaría bien recordar esto cuando en el día del entrenador, o en el resto de días del año, nos den ataques de ello. En mi opinión, aspirar a que el jugador amplíe su rango de habilidades es necesario, pero partir y fomentar sus puntos fuertes es obligatorio. Solo con un jugador con la autoestima saneada, que sienta de su entrenador el aliento tras una buena acción, se puede emprender un plan de mejoría técnico-táctica que, como todo, debe partir de la detección de una necesidad, de un pacto o convicción interna (interna del jugador, siento que debo introducir el matiz) y de un plan con su correspondiente seguimiento, evaluación y replanteamiento al que le pediremos cuentas mucho más adelante, casi cuando nos hayamos olvidado de nuestra genial idea, de nuestra capacidad de convicción y, por supuesto, de que somos entrenadores de baloncesto y el 22 de abril se celebra nuestro día. Nuestro día, tíos. La hostia. 

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Diario de un encierro. Día XXXIX




Mucha policía, poca diversión



Viendo El hombre tranquilo, disfrutando con el mimo en el trabajo de fotografía, la dirección de actores y empapándome, al mismo tiempo, de las viejas tradiciones de la verde Irlanda en una trama que avanza con la parsimonia e ingenuidad con la que se vivía entonces, me atrevo a pensar que los cortes generacionales son demasiado arbitrarios u obedecen a criterios que no siempre comparto, aunque la demografía y los expertos, nuevamente los expertos, tendrás sus propias razones.

Por compañeros de generación entiendo a aquellos que comparten referentes, lugares comunes de la memoria, ritos, dejes y ademanes, aunque no sean siempre conscientes, y también una sensibilidad. Sí, una sensibilidad distinta, adquirida en la infancia, cuando no sabíamos de qué hablaban papá y mamá en el dormitorio, como ahora no saben, esos chicos que al fin podrán pasear el próximo fin de semana, qué clase de monstruo invisible nos acecha y obliga a permanecer en casa, cuando todas las aventuras de los cuentos suceden fuera: en el barrio, en el bosque, en otros países.

En lo baloncestístico, el partido de la Recopa que hoy ha emitido Teledeporte, entre PAOK Salónica y CAI Zaragoza, representa un buen ejemplo. No tengo ningún recuerdo formado de aquella final, tendría que esperar a la Copa de Europa del Madrid para ver imágenes en mi memoria, aunque queda algo, en el subconsciente, de la que ganara el Joventut: cierro los ojos y creo ver el triple de Corny Thompson. Aun así, reconozco la voz de Pedro Barthe, el color de aquellas retransmisiones, la humareda provocada por el tabaco, las tretas de los equipos griegos, los arbitrajes caseros, el discurso certero aunque exageradamente victimista de los narradores,… Y, no sé, me gusta.



El refinamiento del baloncesto ha terminado edulcorándolo en exceso, creo. Ahora es, sin duda, un deporte mejor jugado y más limpio. Más perfecto, excesivamente perfecto. Sé que es absurdo que diga esto, nadie podría ir en contra de estos progresos, negar la abrumadora diferencia que existe entre el sofisticado producto actual y el rústico de aquellos años. Sin embargo, aun aceptando que esto es así, me parece que por el camino hemos renunciado a gran parte de los motivos que nos movilizaban: la pertenencia a un lugar o club, una suerte de orgullo por representar unos valores casi telúricos y un barbarismo bien entendido, bonachón, que hacía de cada pequeño acontecimiento una gran fiesta.

Lo he dicho muchas veces. Toronto empezó a ganar el anillo con su campaña “We, the north”, una manifestación bastante evidente de un repliegue, no tanto nacionalista como regionalista, que supo aunar en torno a unos pocos lemas a toda la provincia de Ontario y prácticamente a todo el Canadá. No me malinterpreten, no se trata de volver a permitir fumar en los pabellones, o de recuperar los ambientes infernales, al límite de la criminalidad, de algunos pabellones turcos o griegos, ni mucho menos, pero más vale que entre lo apolíneo rescatemos también lo dionisíaco.

En fin, los de mi generación lo entienden, aunque no todos llegáramos a tiempo para ver a Rambis por los suelos, o a Laimbeer repartiendo tarjetas de invitación en la zona de los Pistons. Está bien, refinamos el juego, acabemos con la violencia, usemos las mascarillas, pongámonos guantes y lavémonos las manos, pero, no sé, inventemos otra cosa para no aburrirnos. Convénzannos de que, además de que ganará el mejor, pasará algo divertido. Ya se sabe, mucha policía... 



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS