Asumirlo
todo como viene, lo que no elimina la posibilidad del descubrimiento,
el entusiasmo o la perplejidad. Cerrar una temporada como quien se
desata las zapatillas, se ducha y acuesta de nuevo, del mismo modo
que ayer y todos los días anteriores. Abrazar el devenir incierto
con la ausencia de preguntas con la que conduce el carrito de bebé
la mujer morena que pasea ensimismada al otro lado de la vitrina.
Repasar los errores, dando por hecho que los aciertos se repetirán
de un modo natural cuando se sucedan idénticas circunstancias,
presunción de la que no puedo estar seguro. Reflexionar ahora que se
han agotado el ruido y la furia poniendo a prueba mi libertad de
pensamiento, esto es, ¿por qué pienso lo que pienso? ¿Por qué
esto y no otra cosa?
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años no parece una edad para debutar. Uno se inicia con granos y
espinillas en la cara, pelo aún suave en las axilas y en el pubis,
no con cicatrices, aunque hoy le dé las gracias a cada una de ellas.
La edad, me parece, es un elemento clave para desenvolverse en el
mundo profesional. Los años, si no pasaron en balde, conceden mesura
al juicio, cuando no lo eliminan del todo, ordenan por criterio de
densidad los valores poniendo, si la educación sirvió para algo,
por encima de todos la generosidad, el trabajo honesto y la lealtad.
Y, si bien es cierto que los errores se repiten con una absurda
tozudez, al menos uno se hace consciente y, si no está a tiempo de
rectificar, entiende que lo mejor es reconocerlos sin insistir en
ellos o tratar de exculparse.
Dos
preguntas: ¿quién entrena al entrenador? ¿Quién ayuda al
ayudante? No puedo negar mi fortuna. Las fronteras de mi baloncesto se
han expandido hasta límites insospechados dejando obsoletas las
viejas cartas de navegación con las que me movía por las canchas.
Acompañar a Jenaro Díaz me ha recordado que las cimas estaban cubiertas
de nieve antes de que las escalásemos. Como un jugador recién
llegado al equipo, he sido equipado de numerosas fórmulas, teorías
y antiteorías para poder estar a la altura del oficio, esto es, ayudar. Pero a colación de las dos preguntas antes mencionadas, me gusta la
tradición de los preparadores serbios, que siempre tienen un maestro
al que acudir para compartir los éxitos o encontrar en él consejo,
o simple escucha, cuando la nave zozobra. La soledad del entrenador
pesa, se siente, y un entrenador ayudante solo puede actuar como
testigo doliente, creo.
Humano
soy, es verdad, pero mucho de lo humano me toca los cojones, lo que no quita que en el futuro, puede que por cabezonería, siga pecando de exceso de fe en los individuos. Es labor de todos
transmitir amor y respeto por el baloncesto, un juego con más de
cien años de historia que ya estaba cuando llegamos y que a buen
seguro nos sobrevivirá. Eso y desechar, de paso, el culto a los
números, estadísticas o salarios que tienen secuestrada la pasión
con la que los equipos deberían pasarse la bola para encontrar una
cómoda situación de tiro o bailar coordinadamente para evitar que
el equipo contrario consiga ese mismo objetivo.
Lo
cierto es que salgo vivo y contento de la aventura, consciente de que
podía haber acelerado el proceso de aprendizaje, de que algunas
veces, tal vez cansado, me puse por encima de los intereses del
equipo renunciando a los sacrificios que demanda un determinado nivel
de exigencia. Pese a amar el silencio no siempre atendí a los tres
filtros socráticos de la comunicación, por lo que muchos de los
mensajes que compartí no fueron útiles (distrajeron del foco o
restaron energía) ni cien por cien verdaderos (absolutamente
contrastados) –con la bondad quiero pensar que cumplí–. En
ocasiones, por una mezcla de relativismo y humildad, como un Bartleby
cualquiera, preferí no hacer lo que ahora sé que tenía que haber
hecho.
Hoy
deseo que la reflexión conduzca a la acción, lo que no siempre
ocurre, y que haya nuevas oportunidades para equivocarnos de más y
más originales formas. Y para seguir ligado al baloncesto, aunque
cada derrota anuncie dos o tres días de luto y, lo que nació como
un juego, nos enfrente a decisiones moralmente complejas, a noches en
vela y a un evidente abandono de las personas amadas, duerman o no al otro lado del colchón.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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