“No
olvides que es comedia nuestra vida y teatro de farsa el mundo todo”
(Francisco de Quevedo)
La
final de la Copa del Rey no ha hecho sino alimentar las pasiones, ya
de por sí bien nutridas, de un pueblo, el español, que asiste
asombrado y paralizado al espectáculo lamentable que sus políticos
protagonizan a diario, citándolo a las urnas, porque no pueden
hacerlo a las armas, bajo el paraguas de una retórica sectaria y
revanchista. La contienda entre Real Madrid y Barcelona, epítome de
la lucha de contrarios, se convirtió, en función del punto de vista
que elijamos, en un relato perfectamente tramado, con un
encadenamiento de circunstancias favorables, o adversas, al que sigue
un giro dramático de los acontecimientos que concluye con una escena
de enorme suspense que, como la buena literatura, genera debates más
allá del punto y final de la obra.
Desde
bien pequeño, acompañando a una sarta de tópicos, escuché aquello
de que compensar es equivocarse dos veces, lo que por otra parte
parece irrefutable. Desde un punto de vista lógico, casi kantiano,
cada acción debería ser juzgada de manera aislada por seres
desprovistos de prejuicios, corazón, alma y, por supuesto,
conciencia. Algunos madridistas, incapaces de ponerse en el lugar del
otro, recurren a este principio para atribuir la derrota a la
actuación arbitral proponiendo símiles que justifican su postura.
Olvidan esa máxima del derecho civil que dice que el daño debe ser
reparado, la situación previa a una actuación ilegal, restituida.
El Barça debería haber tenido dos tiros libres para sentenciar el
partido, cuando no dos tiros y posesión. Los árbitros, errando dos
veces, es verdad, se aproximaron más a la noción tomista de
justicia, dar a cada uno lo suyo, que si solo lo hubieran hecho
obviando la falta de Singleton y juzgando con atención a la física
y el sentido común lo que todos pudimos comprobar en el instant
replay: no cabía interpretar interferencia.
Pesic,
cambiando a Heurtel cuando veía el aro como los anillos de Saturno,
actuó como solo lo puede hacer un hombre que está en paz consigo
mismo. Laso, dando las llaves de la nave a Llull, demostró ser
lector de novela épica, ese género en el que la fuerza de los
ejércitos queda reducida a la personalidad de un solo hombre. La lesión de Rudy, fulcro de cualquier balanza, fue determinante. Como lo fue
también perder dos balones en la salida de presión, tardar en
solicitar el tiempo muerto o en ingresar a Tavares en pista para
poder presionar en el perímetro con la garantía que solo puede
ofrecer su presencia en la zona. Dicho esto, como seguidor del Real
Madrid, no puedo sino darle las gracias a Pablo y todo su equipo por
su trabajo diario y las bondades del plan que ejecuta diariamente al
frente de la sección.
Se
duerme mal, pero algo mejor, pensando que los responsables de las
derrotas fueron los árbitros (¿alguien sabe cómo durmieron
ellos?), tal es el efecto paralizador de la noción de culpa en
nuestra cultura. Sin embargo, una de las muchas cosas que me llevaré
para siempre de este año junto a Jenaro Díaz, entrenador del C.B.
Clavijo, es que nos equivocamos al derivar la responsabilidad, al
buscar fuera de nosotros lo que pasa y nos pasa. Nada alivia más –y
otorga más libertad– que un “me equivoqué, aprendí, la próxima
vez estaré mejor preparado”. Eso es lo que cabría esperar del
capitán, Felipe Reyes, íntimo, a estas alturas de su carrera, de
esos dos impostores que son las victorias y las derrotas.
Comprendo
perfectamente a cada uno de los espectadores del Palacio de los
Deportes. Querían drama, emoción, intriga, suspense,… Y lo
tuvieron. A cada uno de los que siguieron el partido en sus casas y
celebraron y lamentaron canastas propias y ajenas como si las vida se
les fuera en cada lance. Pero no a la gente del deporte que alimenta
estos debates, que se deja llevar por la ira dejando que las áreas
del cerebro relacionadas con la ecuanimidad y el juicio razonable
queden envueltas en la bruma.
Entrenar
es algo más que ensayar para la obra y ponerla en escena, aunque todos queramos llegar
con el guión aprendido y el método por la mano a su estreno. Pero
si solo aspirásemos a legar un palmarés que consultarán nuestros
descendientes mucho después de muertos, estaríamos relegando a un
plano secundario lo que tiene de especial este oficio, la conexión
íntima y personal que, inexplicablemente, dos aros, un balón y diez
jugadores en ejercicio simultáneo de sus facultades, facilitan.
Igual que el compromiso del pintor se circunscribe a la obra, al arte
en sí mismo, el pacto del entrenador debe ser con su equipo y el
arte de entrenar, no con el diablo de la victoria, que ofrece
efímeros orgasmos a cambio de sentimientos de ira, venganza,
resentimiento o enajenación que, estos sí, y no la culpa, ni las
derrotas, deberían abochornarnos.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS