“Sois adolescentes, es verdad, pero sois adolescentes que han
decidido jugar al baloncesto”. Esta frase se la repito a menudo a
los cadetes que tengo la fortuna de ayudar, humildes y respetuosos en
el noventa y nueve por ciento de las ocasiones, cuando se dejan
atrapar por la pereza o lamentan en voz alta los planes que han
tenido que dejar de hacer por acudir a entrenar. Ricardo y Salva
estarán en la Operación Bocata o en el evento de moda, les digo,
pero Ricardo y Salva no tienen ni idea de lo que representa
sacrificarse por una causa común, disfrutar con el esfuerzo, pelear
hombro con hombro con los compañeros de equipo por jugar cada día
mejor, sin recompensas aparentes más allá de esa satisfacción
interna que no otorgan las grajeas ni los máster regalados: la del
trabajo bien hecho, la piel en la pista y los pulmones vacíos.
Al hilo del Campeonato de España de Minibasket, han sido varias las
opiniones vertidas acerca de la sobrexcitación de los chicos, la
agitación provocada por los entrenadores, criticando a estos por
erigirse en protagonistas de un cuento del que no debieran ser más
que un narrador omnisciente, un observador privilegiado, un guía,
todo lo más. He de decir que estos comentarios y artículos me han
hecho reflexionar, es verdad, y puede que en algún caso estén
suficientemente motivados y que hubiera más de un ejemplo, en San
Fernando, de lo que no se debe hacer, con protestas y aspavientos
excesivos. Pero, sinceramente, creo que dan una visión exagerada
poniendo el foco en lo llamativo y no en lo general, pues entiendo que, ante todo, por encima de la presión del resultado, primaron la diversión y la deportividad.
En mi opinión es esencial formar niños y adolescentes
comprometidos, a los que les importe lo que está ocurriendo en la
pista –que animen desde el banquillo y sientan como propios los
esfuerzos de sus compañeros–, que sean generosos en el trabajo,
para lo que hace falta un grado de concentración incompatible tanto
con el estado de nerviosismo que critican como con el estado de
relajación que promueven, y que muestren pasión por lo que hacen.
Objetivamente, ninguna canasta, tapón, rebote o ayuda defensiva van
a alterar la órbita elíptica que describe el planeta alrededor del
Sol, pero no hay aprendizaje efectivo sin pasión, sin una inmersión
en la tarea que linde con el estado de hipnosis. Frente a la asepsia
generalizada en la que estamos instalados, con una juventud que no es
tonta y observa la falta de sentido de sus esfuerzos, condenados a
estrellarse con una tiránica realidad laboral, el deporte debe
erigirse en bandera contra el nihilismo, en objeto de un idealismo
que le gane la partida tanto al sentido común como a las tendencias
sobreprotectoras que conducen a las nuevas generaciones a la cadena
perpetua de la dependencia, a una peligrosa ausencia de autonomía,
más aún cuando estamos a pocos años de asistir a una reconversión
aún más brutal de las estructuras productivas en el marco de una
nueva revolución tecnológica. ¿Qué profeta del buenismo les va
a rescatar entonces? ¿Qué vida extra les va a conceder este
videojuego?
El verbo competir reside en el barro del que está compuesto el ser
humano, antes animal que cultural, resultado de una evolución guiada
por el principio de la supervivencia del más fuerte. Celebro que la
educación haya moderado alguno de nuestros instintos, que hayamos
concedido a las fuerzas del estado el monopolio de la violencia y que
existan mecanismos redistributivos de la riqueza, pero la realidad
demuestra a diario que el talento y el trabajo, amén de contactos o
trapacerías bochornosas, siguen siendo la base de la promoción
social y laboral. El talento, el trabajo y también el entusiasmo.
He leído todas las opiniones con atención e interés. Me han hecho pensar y
rememorar alguno de los pasajes que vivimos en San Fernando con
espíritu crítico y autocrítico. Pero sigo pensando lo mismo: los
niños que acudieron al campeonato son niños, sí, pero niños que
han decidido jugar al baloncesto, con todo lo que ello les separa del
resto de su cohorte de edad. No veo qué hay de malo en hacerlos
competir exigiéndoles el cien por cien de sus capacidades, el máximo
compromiso con la tarea colectiva, una generosidad sin atajos en el
esfuerzo y una implicación emocional absoluta, no con la victoria en
el marcador, sino con ser lo mejores que pueden llegar a ser.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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