Vivir
para contarla es, junto a El mundo de ayer de
Stefan Zweig, mi libro de memorias favorito. En él Gabriel
García Márquez rememora su infancia y primera juventud
partiendo de los siempre difíciles días en los que un clan pone en
venta la casa familiar, sumidero de recuerdos, de vivencias
experimentadas cada cual a su manera pero siempre en el mismo marco
geográfico y cultural, entre unas mismas paredes y bajo un mismo
techo. Vivir para contarla es un lema para quienes nos gusta
sentarnos en un escritorio y juntar un par de letras aquí y allá.
Pero otro lema que yo practico, y que hoy me viene a la cabeza tras
asistir a la charla La construcción de hábitos en formación
impartida por Javier Torralba, técnico de Siglo XXI y de categorías
inferiores de la selección española, es el de “escribir para
recordarla”.
Porque
precisamente con esta intención rememoratoria compongo hoy este
pequeño post en resumen de todo lo que me sedujeron las palabras de
este entrenador catalán. Para no olvidarlas y para poder repasarlas
algún día sin temor a que el folio que empleé ayer, reverso de un
billete de tren, desaparezca llevándose inscritas en él algunas
claves que, seguro, me ayudarán a ser mejor entrenador.
“El
baloncesto tiene que contestar a mis porqués”. Nada por nada,
sin criterio o sin estar encaminado a un objetivo. Todo por algo,
dentro de un método y hacia un fin que, paradójicamente, debe estar
en la génesis de la planificación. Nuevamente aquí se juntan mis
dos grandes pasiones –el baloncesto y la escritura–, pues
programar no es otra cosa que componer un relato partiendo de un
final preconcebido y, eso sí, con unos jugadores/personajes, que
muchas veces no podemos elegir, y que, teoría narrativa básica, no
pueden ser los mismos al final de la novela (en este caso tienen que
ser mejores, deportiva y personalmente).
Javier
Torralba fue fiel en su exposición al título de la charla, muchas
veces un reclamo o mcguffin que no adelanta nada de su contenido.
En esta ocasión se incidió con suficiente detalle en la
“construcción de hábitos” y se hizo, además, desde una óptica
y una perspectiva muy próxima a la de nuestras realidades
cotidianas. Y es que no hay otra manera de conseguir que un jugador
se acostumbre a realizar dos esfuerzos consecutivos, tirarse por cada
balón, cerrar el rebote, ser un buen compañero, contactar en ataque
y en defensa, que introduciendo estas componentes en nuestras tareas
y ejercicios, aunque se basen, por economía de medios, en la
enseñanza de un fundamento o en dinámicas más globales. Creo que
de forma plenamente consciente rescató de las nuevas corrientes
pedagógicas un término que fue cediendo paso a la
hiperespecialización en la que se basó la economía durante las dos
primeras revoluciones industriales y presente hasta hace poco en
nuestra “querida” universidad: la transversalidad. Y es que toda
una serie de hábitos, principios o rutinas deben aparecer en cada
una de nuestras tareas si queremos que modifiquen cromosoma a
cromosoma el código genético de nuestros jugadores.
Uno
de esos hábitos debe ser el de competir, por mal que les parezca a
algunos. Competir para sacar lo mejor de nosotros mismos y de quienes
tenemos alrededor, lo que implica sentir dolor en ocasiones y
celebrar cada pequeño paso, que no se nos olvide celebrar. Porque
celebrar comparte con la escritura ese don de traer al presente los
sentimientos de gozo y autoestima que nos permiten creer en lo que
hacemos, sin titubear o temblar ante la grandeza de un rival u
objetivo. De ahí que a la salida del clínic, tomando algo de
distancia respecto de mis compañeros entrenadores, me otorgase el
lujo de sacar el puño y gritar, aunque fuera en bajito, un "¡vamos!" que me recordó por qué me gusta ser entrenador y cuánto hay aún
de excitante y retador en el camino.
P.D. Gracias, Javi. Quede constancia gráfica de este ¡Vamos! que escribiría con el puño si las teclas fueran más
grandes.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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