Mientras guardaba silencio


Individual o Zona cierra 2017 con solo veintidós entradas, mínimo histórico de un blog que cumplía siete años el pasado 23 de junio, víspera de una noche de hogueras que preludiaron, al menos en mi caso, un intenso verano de campus entre Béjar y Espinho pasando por Mallorca y Madrid. Aquellas fueron semanas de aprendizaje y crecimiento personal, puede que también profesional y, por encima de todo, preciosas oportunidades para conocer a un conjunto de personas que encuentran en el baloncesto una ligazón que convierte en secundario y prescindible todo lo demás.

Y aunque la mayor parte del tiempo guardara silencio, manteniendo a raya el impulso comunicativo que me lleva a escribir y publicar con alta periodicidad sobre este y otros temas, lo cierto es que 2017 ha sido un año productivo en cuanto al conocimiento del deporte, de la faceta educativa y didáctica que comporta y también de mí mismo, en cuanto que compañero inseparable (el hombre que siempre va conmigo) del entrenador y pedagogo que pretendo llegar a ser. Estas son algunas lecciones que aprendí:

1. Empieza por ti mismo. Pon orden en tu casa y tus asuntos. Llena de armonía tu salón. Pon nombre a los demonios para desmitificarlos, sacude con frecuencia las alfombras. Alcanza, en definitiva, una estabilidad en medio del temporal. Cuando entrenamos, mucho más que contenidos concretos o valores previamente tamizados, transmitimos lo que somos, el yo pero también su circunstancia.

2. Se trata del proceso. En efecto, se trata del proceso y no bastaría con escribirlo una tercera vez para poder interiorizarlo. Se trata del proceso (voy a probar, por si acaso), pero demasiadas inercias van a intentar desviarte de esta creencia. Se trata del proceso pero, si no tienes experiencia o principios muy sólidos, acabas cometiendo el error de perderlo de vista y enfocarte en el resultado, de compartir con tus jugadores que una victoria lo puede todo. Y entonces ya será tarde para quitarle dramatismo a la derrota, para hacerles comprender que el cómo va antes que el qué, y no solo en el diccionario.

3. Que la del entrenador sea una actividad solitaria es solo una posibilidad, una forma de hacer las cosas. Tras haber tomado contacto con entrenadores de gran nivel me he dado cuenta de que el camino es mucho más tortuoso si se camina sin mapa ni compañía. El túnel se convierte en un mirador si añades otros puntos de vista. La inclinada pendiente en un suave repecho si te espera, y lo aceptas con sinceridad y sin reparos, un gesto de comprensión y de ánimo al subir al autobús o al llegar a casa.

4. Si el sabor de las mieles del triunfo apenas sí deja un leve regusto en el paladar, una sonrisa discreta (o una gran celebración, da igual), no debemos dotar a la derrota de ínfulas inmerecidas e innecesarias. No es que triunfos y fracasos sean dos impostores, que también, es que son puntos finales o, como mucho, nuevos puntos de partida. Postales de puertos o playas que, en cualquier caso, debemos dejar atrás, en un modesto cajón de la memoria.

5. No deseches información, por anecdótica que parezca. Échale imaginación y verás que cualquier fuente de agua, por escaso que sea su caudal, puede terminar confluyendo y jugando a tu favor, aportándote claves imprescindibles en la dimensión humana y técnica. Este año he acudido a varias jornadas de formación para entrenadores y, sin ánimo de desacreditar lo que allí aprendí, las mejores enseñanzas me las dejó el kickboxing.

6. Más no siempre es más. Ni menos es siempre es menos. Con ello pretendo poner en valor el baloncesto de formación sin las connotaciones que lo terminan definiendo como una pasarela hacia la élite. Si de verdad, y no solo de palabra, creemos en que se trata del proceso, cualquier entrenamiento o partido es igual de importante, con independencia de la edad y la categoría, más allá de la atención mediática. Aunque no me hagan mucho caso, tal vez todo esto tenga que ver con que este año me encuentro muy vinculado a la categoría mini y me encanta la naturalidad con la que se juega, la nobleza con la que se comportan los jugadores y la ausencia de representantes en las gradas (salvo aquellos padres que no entendieron su papel).

7. Entrenar es un trabajo, sí, que requiere de vocación y formación, que exige planificar y ejecutar y que, como muchos otros, se realiza delante del público con el añadido de que se hace mirando a los ojos, no de funcionario a administrado, sino de alma a alma. Entrenar es una forma de educar como cualquier otra, que te hará tan rico o pobre como cualquier otra, pero que está claramente encaminada, si creemos en eso del proceso y no nos desviamos, a que las futuras generaciones, a lo largo de un exigente camino orientado a la mejora de las capacidades personales (en este caso driblar, pasar y tirar), puedan vivir bien, de forma honesta y sincera, comprendiendo al otro y aceptándose a uno mismo sin margen para la resignación o el conformismo. Entrenar es un trabajo se cobre lo que se cobre

P.D. Esto para un buen amigo que ayer mismo me comentaba que se avergonzaba de decirlo y para mí mismo, que llevo muchos años reduciendo aún más mi ya de por sí tenue hilo de voz al afirmarlo.


UN ABRAZO Y FELIZ 2018 PARA TODOS

Más que una "J"




La noche del pasado sábado la pasé realmente afectado por la imagen que había dado mi equipo cadete en la liga autonómica de Castilla y León, por lo mal que competimos en la segunda parte, cuando todo estaba en juego al descanso. No me servían como excusas las lesiones ni la superioridad física del rival. Habíamos fallado en la comprensión de aspectos muy básicos de la vida de un equipo: no habíamos peleado unidos ni aceptado el reto de competir hasta el final.

Por eso apenas presté atención a una corrección técnica que al final del encuentro un árbitro, de forma bien intencionada, le hacía a uno de los jugadores de mi equipo por su manera de botar. “Hace acompañamiento siempre” (se lo habrán señalado dos veces en toda la temporada), me comentaba y yo le aceptaba agradecido el consejo enterrándolo en el fondo del saco donde guardo todo lo que tenemos que entrenar y mejorar. Y por supuesto no voy a pedirle a mi jugador que cambie su naturalidad, esa adaptación que le permite suplir su falta de explosividad, de exuberancia física. También es talento forzar los límites del reglamento.

Sirva esta anécdota para ilustrar la diferente concepción de árbitros y entrenadores, actores igualmente necesarios para que el baloncesto pueda seguir desplegando sus alas. Yo me llevaba a casa numerosos aspectos sociológicos, psicológicos, también técnicos y tácticos sobre los que reflexionar y él, además de un acta que entregar a la entidad gestora de la competición, la conciencia de haber ayudado a un jugador a adaptar su juego a la norma. Yo me iba jodido y él satisfecho; él con todo hecho, yo con todo por hacer.

Escribo esto desde el respeto que profeso por los árbitros como colectivo y también, faltaría más, de manera particular. Condeno cualquier protesta de mis jugadores y procuro ser educado y generoso con su actuación desde la convicción de que ambos estamos aquí para hacer mejor el baloncesto. Hace dos años que no recibo una técnica y no creo, en absoluto, en la función catártica de una exageración histriónica como la que tantos practican tratando de encontrar en el fondo del colegiado una señal de debilidad que le incite a alterar el criterio a favor de los intereses de su equipo. Todo esto es verdad, pero estoy con Jota.



Sí, estoy con el entrenador del Tecnyconta Zaragoza, con quien comparto mucho más que una consonante en el nombre: al menos una inmensa pasión por el baloncesto, la competición y la enseñanza. De Jota admiro su capacidad de trabajo –qué no habrá hecho por llegar donde está–, el haberlo arriesgado todo por conseguir su propósito en el mundo del baloncesto. Ahora también la claridad con la que se expresó ante una situación que consideraba injusta (el diferente criterio a la hora de juzgar la agresividad defensiva en ambos lados de la cancha), que empezó sacando de quicio a uno de sus mejores jugadores y afectando al estado de ánimo general de su equipo, lo que, entre otras muchas cosas, que también comentó en rueda de prensa (soluciones individuales, pérdida de concentración), terminó costándole, además de una expulsión por doble técnica, una derrota que los mantiene en la parte baja de la tabla, allí donde se duerme infinitamente peor y empieza a correr riesgo el pan de los hijos.

El tono de su rueda de prensa fue duro, pero sus palabras estuvieron bien seleccionadas. Quizá sobró la alusión personal, pero lo hizo desde el convencimiento de que el asunto se estaba desarrollando en dichos términos: de nombre propio a nombre propio. Jota reclamó para su equipo, que es también el de una ciudad, unos patrocinadores y una masa social respeto, solo eso. Jota, aunque puede que influenciado por una visión parcial, pidió igualdad de criterio (algo complicado, es cierto) y una comunicación abierta con los árbitros, no para convertirlos en protagonistas, sino para poder saber a qué atenerse (¿por qué aquella mano sujetando el antebrazo se señaló y aquella otra no? ¿qué vio distinto?) en la búsqueda de una uniformidad de criterio que permita disolver toda sombra de duda, pensar que a alguien pueda provocarle dentera su mera presencia lo que, a la postre, provocará, de forma consciente o inconsciente, decisiones equivocadas que perjudicarán a su equipo.

No hay duda: los mejores árbitros son aquellos que entienden el origen de las ojeras, la tensión de los jugadores; los que se comunican con naturalidad, seguros de sí mismos, y no solo por su conocimiento del reglamento, sino también por la capacidad para gestionar las emociones que suscita la competición, el encuentro agonístico entre dos contendientes que han aceptado medirse en igualdad de condiciones, cinco contra cinco a lo largo de cuarenta minutos. Estoy seguro de que la mayor parte de árbitros ACB son los mejores de nuestro país también en estos aspectos, pero a pesar de todo estoy con Jota, pues no dudo de la génesis de su enfado ni de la esencia de su queja.

Él es mucho mejor entrenador que yo, pero, en otra escala, en otra ciudad, y con mucho más en común que una simple J en el nombre, yo sé mejor que ningún árbitro cómo pudo pasar esta noche Don José Ramón Cuspinera. Mucho ánimo, coach.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS