Hace
menos de cuarenta y ocho horas regresaba a Salamanca procedente de
Mallorca dejando atrás siete días de emociones intensas en el
Campus Rudy Fernández, una cita que se ha consolidado como hito
imprescindible en el calendario veraniego de este tipo de eventos. El
cansancio, que hizo del trayecto en autocar entre Madrid y Salamanca
un parpadeo, se mezclaba con el aluvión de recuerdos que poco a poco
irán haciéndose hueco en la memoria a largo plazo hasta formar
parte de mi biografía.
Cuando
Alberto Miranda, entrenador ayudante en UCAM Murcia, me comunicó su
interés en que formara parte del equipo de este campus no lo dudé.
Comprobé que no habría incompatibilidades con otras citas y
confirmé mi presencia expresando de forma tácita mi deseo de
compartir experiencias y teorías con otros entrenadores, de seguir
aprendiendo de los chicos a través de esas dos fuentes de
conocimiento que son la observación y la escucha atentas. También
de aportar, claro, en la pista y fuera de ella, en todos los ámbitos
que fueran necesarios para que más de doscientos jóvenes de entre 8
y 18 años pudieran convivir de la manera ejemplar que lo hicieron.
Nada
más llegar a Pollença, además de conocer los efectos de la
humedad, comprendí que, si la marca “Rudy Fernández”, su valor
intrínseco y su capacidad mediática, bien pudiera llenar uno, dos y
hasta tres campus por sí sola, su organización, en cambio, es ante
todo un ejemplo de empresa familiar capitaneada por Marta, la hermana
mayor del jugador del Real Madrid y, no lo olvidemos, ex jugadora de
élite con experiencia en la WNBA. El binomio que esta forma junto a
su pareja, el ya mencionado Alberto Miranda, es el ancla que soporta
el peso de toda una estructura que, durante una semana, adquiere una
dimensión difícilmente manejable.
El
número de Dunbar nos viene a decir que la cantidad de individuos que
pueden desarrollarse plenamente dentro de un sistema es de 150
personas. Hacer funcionar una comunidad bastante mayor (en torno a
270 personas entre jugadores y monitores) no es nada sencillo, aunque
se establezcan grupos, se fijen rutinas y protocolos, se especialicen
roles y todas las noches se realice una reunión de control y
planificación del día siguiente. Pero lo cierto es que se consiguió
y que la maquinaria funcionó de forma eficiente a lo largo de toda
la semana, fundamentalmente gracias a un grupo humano que entendió
enseguida cuál era su misión.
Gracias
a eso, a la labor de coordinación y a una solidaria y eficaz
ejecución de las tareas, los chicos pudieron disfrutar de un modelo
de campus no apto para naturalezas perezosas o corazones enfermos. Y
es que además de una oferta variada de baloncesto, que incluía
entrenamientos de calidad pero también una amplia variedad de juegos
y competiciones (incluida el famoso “Tu momentum”, en el que
chicos y chicas tratan de imitar una acción propuesta por Rudy), los
chicos pudieron disfrutar de la práctica de otros deportes, la
realización de talleres y actividades de tiempo libre, visitas de
jugadores de élite, viajes a un parque acuático y a la playa o
actividades educativas orientadas a temas tan prioritarios en
nuestros días como el reciclaje o una buena alimentación.
Todo
eso y mucho más. Sobre todo una intensa convivencia basada en los
valores de respeto y cooperación que nuestro deporte lleva en el ADN
desde hace más de cien años. Una vida en comunidad que terminó
diluyendo, sin extinguirlos, los diferentes acentos e idiomas hasta
terminar expresándose en el lenguaje de las emociones, que es
también el del baloncesto. Emociones que no pudieron contenerse
(¿acaso deben?) en el momento de la despedida, en ese “pobre de
mí” que anuncia un largo periplo alejados de todas las amistades
que se hicieron entre literas, vasos de desayuno, bailes de moda y,
sobre todo, que nadie se olvide, en los 28x15 de ese rectángulo de
los sueños que es una cancha de basket.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
2 comentarios:
Que grande Juanjo!!!! Nos vemos pronto!!
Adrià
Sensación indescriptible hasta que le has dado vida a las palabras. ¡Enorme Juanjo!
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