Pequeña gran experiencia




Hay pocos sonidos más estremecedores que el de un campus de baloncesto recién finalizado, ese silencio que invade el albergue cuando el último chico sube al autobús que lo dejará de vuelta en casa. Atrás queda el ruido de balones, el entusiasmo por acceder el primero a la máquina de gominolas o al surtidor de chocolate. Más aún si la actividad es de Minibasket y los chicos no pasan de los once años, una edad a la que aún no tienen cabida las confesiones íntimas, susurradas, y la expresión del yo, por sincera, se hace necesariamente en voz alta.

El pasado domingo experimenté esta sensación de vacío que he descrito, ese derrumbe que sigue al júbilo y que, por oposición a este estado de ánimo, delata que fue una semana intensa, repleta de acontecimientos y emociones. Por suerte, aunque el campus mini de la Federación de Baloncesto de Castilla y León finalizó con éxito (sin incidencias reseñables y con un notable y generalizado ambiente de satisfacción), el camino no ha hecho más que empezar. Y es que el pasado enero fui requerido por el secretario técnico de la federación para ser el entrenador ayudante de la selección regional de minibasket, un puesto que acepté sin saber aún quién serían el entrenador principal y el delegado, consciente de todo el esfuerzo que requerirá la adaptación a una categoría que no he visitado mucho y de la que he sufrido un instantáneo enamoramiento.

Y es que en minibasket el sesudo lenguaje del baloncesto se simplifica hasta desentrañar las claves más aparentes del juego. Ayudar es ponerse delante del jugador que avanza liberado con el balón hacia nuestra canasta. Usar las manos es ir a robar como buenamente intuya el chico o la chica. Defender la línea de pase, algo tan sencillo como evitar que el jugador que defiendes reciba la pelota (y es peor si lo hace estando más cerca de tu canasta que tú). En minibasket, más que en ninguna otra categoría, se vuelve imprescindible eso que a veces olvidamos: que el baloncesto es un juego en el que hay que correr, saltar y “pegarse”: contactar antes de coger un rebote, luchar por un balón suelto o para evitar que el atacante se aproxime a nuestro aro. En Minibasket está permitido cometer errores y prohibido jugar andando para no hacerlos. En Minibasket están permitidos los tiros abiertos y casi prohibido no hacerlos. En Minibasket hay que dar siempre ese pase que el chico ve, aunque se pierda, y sienta mal ese bote de más, el abuso de la individualidad. Ni hablar del reproche entre compañeros o el gesto al aire.


Afronto encantado la aventura. Muy bien acompañado en el viaje y con un cuaderno de apuntes siempre a mano para tomar notas de conceptos y metodología, pero sobre todo para aprender de la ingenua y primitiva percepción de la cancha y de la vida que tienen los niños, esa de la que tantas veces hubiera querido disponer mientras rellenaba papeles, mediaba entre adultos o diseñaba sistemas en la pizarra.  

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

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