Puede
que el entrenamiento deportivo no sea un sector estratégico. Puede
que ni siquiera sea prioritario en un momento en el que lo
fundamental es formar a los adolescentes en aquellas facetas técnicas
que les harán falta –o eso parece– para aspirar a un futuro
relativamente próspero en entornos cada vez más competitivos. Tal
vez no seamos ni siquiera su primera opción de ocio y la señal de
nuestra llamada sea tenue, casi indistinguible entre la polifonía
disarmónica que inunda sus oídos a diario desde emisores de radio
tan potentes como las personas del otro sexo, las redes sociales que
ofrecen copiosas raciones con las que alimentar el ego u otros
soportes desde los que poder expresar su identidad y compararse con
los otros, principales ambiciones de la generación llamada a
convivir, en su edad adulta, con múltiples derivadas de la
inteligencia artificial.
A
pesar de ello, justo hace un año, en las vísperas –como hoy– de
un Día del minibasket en Salamanca, invitaba a librar la batalla
embebido de una fe de la que, trescientos sesenta y cinco días
después, me hallo realmente escaso. Lo cierto es que no ha cambiado
nada. El panorama sigue siendo parecido y uno no sabe si las claves
de esta visión son territoriales, sectoriales o fundamentalmente
íntimas y personales. Es decir, si las soluciones pasan por mudarse
de ciudad (o de planeta, que diría Sabina), cambiar de oficio u
hospedarse en otro cuerpo.
Hace
escasas fechas, al calor de la red social Twitter, unos cuantos
entrenadores de baloncesto, entre los que cabe destacar, por citar
algunos nombres, al ex jugador ACB Óscar Yebra o Jorge F.
Campomanes, mantuvieron una conversación de esas que por su
esterilidad (más o menos la misma que la de esta entrada de blog)
parecen tener lugar a grito pelado en medio del Death Valley. En ella
valoraban el estatus actual del entrenador de baloncesto, la
relevancia de su función en un contexto más amplio, las condiciones
laborales de lo que debería ser un oficio y sin embargo pasa por ser
poco más que un hobby. Hablaron de ello donde pudieron, tras una
larga jornada en los patios y pabellones, de la manera informal en la
que se aborda todo en este país mientras los cuatro tipos más
ambiciosos y organizados de la clase hacen y deshacen a su antojo
(sí, esos a los que les prestabas apuntes, gilipollas).
Lo
cierto es que al tiempo que la Tierra se vuelve plana, los procesos
se globalizan y las inercias devienen más poderosas, el individuo,
paradójicamente, se encuentra cada vez más aislado. En la lucha por
la supervivencia, mientras cava a conciencia para obtener vetas de
tiempo con las que completar un nuevo trabajo, se aleja de la idea de
comunidad, del asociacionismo que reclaman los tiempos de la tiranía
de las economías de escala (pez grande, pez chico) y los discursos
hegemónicos (generadores de opinión pública, de valores dominantes
y prioridades sociales). Salva su culo, en definitiva, ignorante de
que haciéndolo de cualquier manera, aceptando determinadas
condiciones, hipoteca su propio futuro.
Es
hora de reunirse, de sumar fuerzas, de explicarle al mundo que cuando
entrenamos baloncesto, o cualquier otro deporte, educamos a través
de una materia como otra cualquiera, que les va a hacer igual de
ricos o pobres que las recogidas en el currículum y de la que, por
la mayor motivación con la que la afrontan, es posible que conserven
más y mejores recuerdos el día de mañana. Es tiempo de explicarle
a todos los actores relacionados que es importante alcanzar una
regulación laboral que vaya más allá de una ley que desconoce la
realidad del asunto, elaborada desde el barro –y el barro no es
otra cosa que las reuniones donde tendrían que juntarse los
representantes que no tenemos, las asociaciones que solo figuran
formalmente. De lo contrario seguiremos asistiendo a la dedicación
parcial y a la formación incompleta de los preparadores; a la
ausencia de proyectos formativos coherentes y de la
debida personalización del aprendizaje. A algo que, efectivamente,
realizado de esta manera, no es otra cosa que eso que muchos padres llaman “pasar el rato alejados de
las drogas”.
Sinceramente,
creo que convendría darle una vuelta al asunto, convocar
a todos los interesados en un foro que podría abarcar todos los
deportes (cuantos más seamos, más poder para negociar) y sacar
adelante un documento que nos defina en función de lo que somos y lo
que queremos ser, que ponga negro sobre blanco los derechos y los
deberes del entrenador. Del entrenador, que no del monitor, el
acompañante o chico o señor del chándal. Del entrenador que, antes
de caer en esos vicios tradicionalmente gremiales de la envidia o la
rapiña, debería aprender de las defensas de lo suyo que hacen
algunas corporaciones sindicales como –aprovechando que está de
actualidad– el sector de la estiba. Así que parafraseando a Marx y
permitiéndome un tonto juego de palabras… Entribadores del mundo…
Uníos.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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