Llevo
más de ocho años entrenando. No son muchos, desde luego. Ni
siquiera alcanzan a dotarme de perspectiva sobre una posible
evolución del juego o de las características psicológicas y
sociológicas de la juventud. No he ganado nada, nada reseñable,
digo, para poner en el currículum y presumir de ello en las
reuniones de vanidosos anónimos, típicas de todos los gremios, en
la que tras un par de copas el ambiente se carga de hazañas pasadas
que sacan a relucir egos maltrechos. En cualquier caso, ocho años sí
han sido suficientes para ir despojándome de ingenuas creencias,
para ir descartando la vigencia de teorías que, por momentos, creí
infalibles. Pero como no se trata –ni hay tiempo– de dar una
charla de escepticismo, de ir desmontando, una a una, el conjunto de
leyendas que sostienen muchas veces el armazón social, haré el
ejercicio contrario. Porque si después de un largo despertar de ocho
años, aún resisten en pie determinados juicios será porque su
fortaleza es digna de ser tenida en cuenta. Así, resumiendo, digamos
que esto es en lo que aún creo.
1.
El baloncesto es un deporte magnífico para enseñar dinámicas de
grupo, para enseñar/aprender a trabajar en equipo. El
reglamento, con cambios ilimitados, permite reprochar –y corregir–
acciones egoístas al momento de su comisión. La propia estructura
del juego, que obliga a que todos ataquen y defiendan, exige que
todos los jugadores en pista pongan a disposición del grupo su
talento y capacidad de trabajo. Es tarea del entrenador dar
visibilidad a las acciones menos vistosas, percatarse y compartir con
su equipo que la canasta es el resultado de una suma de esfuerzos
colectivos (generación de un espacio, ejecución de un bloqueo), no
el producto, únicamente, de un gesto técnico individual. Y lo mismo
sucede cuando se fuerza el error del contrario, aunque se materialice
en un rebote o robo de un jugador concreto. Maldita estadística.
2.
El baloncesto es ideal para educar en el siempre controvertido
binomio creatividad-responsabilidad. Un buen entrenador es aquel
que genera ambientes que le permitan al jugador probar nuevas formas
de llegar a los mismos resultados equivocándose en el camino, pero,
al tiempo, debe ser la persona que muestre la responsabilidad que
supone formar parte de un equipo, el hecho de que, como en la vida,
en el baloncesto todo acto (balance no realizado, pobre esfuerzo en
la defensa de una línea de pase,...) tiene sus consecuencias.
3.
El gran reto del futuro, no solo en el baloncesto, tiene que ver
con la concentración. Solo metidos únicamente en la tarea que
nos ocupa podremos alcanzar los objetivos de realización previstos
para una sesión, un mesociclo o una temporada. Este mal –discrepo
con quienes no lo consideren– viene ocasionado no solo por una
multiplicación de los estímulos, sino por la erosión del valor de
los compromisos adquiridos. Es un hecho sociológico, con base
neurológica, pero también ética. Y la ética, lo siento mucho, se
aprende en casa. No hay jugador más dañino para un equipo que aquel
que no acude al entrenamiento dispuesto, únicamente, a dejarse la
piel y terminar reventado –y por ello feliz. Aunque tenga examen de
matemáticas el día siguiente.
4.
El juego camina hacia una simplificación de los esquemas
tácticos. En parte por lo anterior, cierto, pero sobre todo por
el salto de calidad que se ha producido en las últimas décadas a
nivel individual. Cada vez más jugadores son capaces de fabricar una
ventaja desde el juego uno contra uno o desde el bloqueo directo o
indirecto, por lo que la táctica del futuro va a pasar por esquemas
que propicien una rápida generación de ventajas y conceptos de
spacing y juego sin balón para que estas puedan ir incrementándose
hasta materializarse en un “buen tiro”.
5.
Sin embargo, a pesar de toda esta evolución, el baloncesto sigue
apelando a sus raíces más antiguas cuando enseña, como sigue
haciéndolo, que los fundamentos básicos son el pase y el tiro.
No, no sobra todo el trabajo de manejo de balón, recursos sobre
bote, etc. pero los partidos se los suelen llevar los equipos que
pasan y, sobre todo, tiran bien. Y meten. Lo digo para que lo
tengamos en cuenta a la hora de planificar las sesiones.
6.
He sido muy beligerante con los árbitros en el pasado, pero creo que
de un tiempo a esta parte he adquirido la actitud adecuada en la
relación con ellos. Doy por descontado que acuden a hacer las cosas
lo mejor que saben y desmonto, en mi cabeza, cualquier teoría
conspiranoica que me quiera jugar una mala pasada. Pitan lo que ven y
a veces se equivocan, como todos. Nuestra labor pasa más por
ayudarles que por hacerles frente y eso se consigue al aceptar una
explicación con la que no estamos de acuerdo o, simplemente, al
centrarnos en nuestro trabajo dejando que ellos se ocupen del suyo.
7.
La magia no se hace con la pizarra. Tampoco con una chistera. La
verdadera magia es un acto continuo de comunicación y empatía con
los jugadores, es que salgan de cada conversación, individual o
grupal, con la certeza de haber sido escuchados, sí, pero
convencidos al mismo tiempo de que el mensaje del entrenador es el
más adecuado para el bien común. Esta fórmula podría quedar
resumida en la palabra “credibilidad”, que a su vez se alimenta
de otras como honestidad, coherencia y sensibilidad, y es la clave,
junto a la estabilidad psicológica, del éxito del funcionamiento
eficiente de todo el equipo. No del éxito deportivo, de los triunfos
y campeonatos, pues ahí ya interviene el azar con sus múltiples
disfraces. Y de la suerte, amigos, ya no me creo nada.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
3 comentarios:
En el momento de escribir este comentario solo he leído el primer párrafo y estoy en condiciones de afirmar que me interesan más los prejuicios de los que se ha librado. ¿Para otra entrada?
Hasta ahora he leído el punto 1 (no me resisto a comentar antes de seguir leyendo, porque si no, no lo voy a hacer) y debo decir que solo conozco una estadística que me parece digna de compartir con los jugadores. A ver si la explico bien: el +/- por minuto RESPECTO al equipo. Se calcula así: [(+/- del jugador) / (tiempo jugado)] - [(+/- del equipo) / (duracion del partido)]
Es poco fiable para un partido solo (es mejor usar promedio de varios partidos) pero puede servir para picar a los jugadores a dar lo máximo mientras están en cancha. Aproximadamente la mitad de los jugadores darán un valor positivo y la otra mitad uno negativo por la propia naturaleza de la fórmula. La razón de restar el +/- del equipo es minimizar el efecto del rival, de forma que se puede tener valor positivo o negativo independientemente de que se gane o se pierda por mucho o por poco, porque se compara con la media de lo que hace el equipo.
El tener el ranking de la temporada actualizado y conocido por los jugadores les puede espolear y puede ayudar al entrenador a tomar decisiones de reparto de minutos.
Credibilidad. Muy cierto. Lo que pasa es que la credibilidad del entrenador entre sus propios jugadores hay que mantenerla durante mucho tiempo (toda una temporada o dos) y tiene muchos enemigos:
- La coherencia en los mensajes del propio entrenador.
- La edad y disposición de los jugadores.
- La influencia del entorno de los jugadores. Los padres, midiendo el siempre escaso tiempo de juego de sus niños, no suelen contarse entre los mejores amigos del entrenador (aunque a veces este lo crea). En todo caso pueden ser amigos veletas. Aunque también hay excepciones que se aprestan a hacer de abogados del "diablo" cuando el niño se queja en casa del entrenador.
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