Me
pillan preparando una pequeña charla sobre el sistema de formación
de jugadores en los Estados Unidos. Para ello estoy viendo muchos
vídeos y acudiendo a numerosas webs de Primary Schools donde se
cursan los ciclos elemental y primario; de High Schools, donde se
imparte la enseñanza secundaria y también de centros
universitarios, que ofertan grados y maestrías en diferentes
disciplinas. También de escuelas de baloncesto, aunque lo cierto es
que son escasas, pues la primera seña de identidad de este modelo es
la trabazón estructural entre deporte y educación. Todo surge, de
hecho, en un centro de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos),
en Springfield, Massachusetts, en la antesala del solsticio de
invierno de 1891, hace 125 años.
Buscaba
el señor Naismith, ministro de la iglesia y profesor del centro, un
deporte interesante, fácil de aprender, que se pudiera jugar en
invierno con luz artificial. Todo para atraer la atención de un
grupo de aspirantes a administrativos, a quienes no les motivaba nada
la ejecución de las rutinas clásicas de la educación física:
hacer el pino, flexiones, saltar obstáculos,… Dicen que se encerró
una tarde en su habitación con el compromiso de salir solo cuando
las reglas del juego estuvieran trazadas. Lo hizo pasadas cuatro
horas y fueron trece los primeros preceptos, que apenas fueron
retocados en los años posteriores salvo en la norma del dribling,
inicialmente prohibido porque el profesor pensaba que propiciaría el
juego violento, como sucedía en el rugby cuando un jugador intentaba
avanzar con el balón.
Y es
que una de las bases fundacionales del balón cesto (así, en dos
palabras, hasta 1927) era la promoción de la habilidad por encima de
la fuerza; la destreza y la coordinación por delante de la violencia
y la intimidación que reinaban en otros deportes. De ahí que
situara el objetivo –inicialmente una caja, pero finalmente, por
necesidades del guión, unos cestos de melocotones– muy por encima
de la altura de las cabezas de los jugadores (a diez pies, casi 3,05
m) con la intención, además, de que los lanzamientos fueran
arqueados, evitando así un posible destrozo del mobiliario. Tal era
el afán por mantener la limpieza en el juego, que tres faltas
consecutivas de un mismo equipo lo penalizarían con una canasta en
contra (entonces “goal”) y dos, solo dos, de un mismo jugador,
obligarían al equipo a jugar con uno menos hasta la siguiente
anotación. Quizá, cabría repensar esta cuestión al albur del
abuso flagrante –cuando no sangrante– de las faltas tácticas y
los bumps (contactos de antebrazo que intentan evitar la progresión
de un jugador sin balón). Todo en aras de respetar el espíritu del
juego.
Pero
para respetar dicho espíritu primero hay que conocer su historia.
Pocos entrenadores saben que en diciembre estaremos celebrando el
125º aniversario, que las normas fueron publicadas en el periódico
del centro, llamado “The Triangle”, que en su base se encuentra
la promoción de los ideales cristianos, que hasta 1898 no se podía
botar o que hasta 1913, tras una situación de fuera, sacaba el
jugador que primero tocara la bola. Por cierto, ahora que estamos de
Juegos Olímpicos, la primera edición, Berlín 1936, la ganaron los
Estados Unidos, un equipo integrado únicamente por jugadores
blancos, tras vencer en la final por 18 a 9 a Canadá. Yo mismo
desconocía alguno de estos detalles hasta que he iniciado la lectura
de la obra “Coaching Basketball” un libro editado por la NABC
(National Association Basketball Coaches), una asociación surgida en
1927 para, entre otras cosas, dignificar el juego.
Pero
de la NABC os hablo mejor en la próxima entrada, en la que seguiré
detallando algunas pinceladas de la historia del durante décadas
conocido como “The American Game… played worldwide”. Por si a algunos, ahora que los de USA Basketball parecen vulnerables, se les olvida.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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