Filosofía y método






Esta tarde a eso de las siete en la Cafetería Cervecería 5 Arcos de Salamanca (C/Alfonso IX de León, 122), como previa a la final olímpica que enfrentará a Serbia y Estados Unidos, y gracias a la confianza depositada por José Ángel Cortés Ramos, responsable del área de entrenadores en la delegación de Salamanca, expondré en una breve charla las claves que, en mi opinión, explican los indiscutibles éxitos de la selección norteamericana, la cual afronta esta noche la búsqueda de su decimoquinto oro en diecinueve Juegos Olímpicos (y que puede presumir, también, de seis oros consecutivos en categoría femenina). 

Claves que residen, probablemente, en cuestiones que van más allá del baloncesto (demográficas, económicas, sociológicas,…) pero que también se encuentran en el núcleo del propio deporte, en su historia, en sus relaciones con los diferentes niveles educativos y, sobre todo, en la existencia de un método de enseñanza que, si antes perduraba por el contacto entre “escuelas de entrenadores”, hoy se ha institucionalizado gracias a los esfuerzos de USA Basketball por unificar todas esas tendencias en una que, siendo flexible, pretende marcar el camino de la excelencia: el youth development curriculum.

Dado que en la cumbre de dicha pirámide que abarca a las más de treinta millones de personas que practican el baloncesto en Estados Unidos –en todas las edades y categorías– se encuentran las selecciones absolutas, me he querido valer de lo que el equipo entrenado por Mike Kzyzewski ha ofrecido a lo largo de la competición. Un equipo, por cierto, cuya propuesta me ha parecido poco ambiciosa –quizá por el poco tiempo para prepararse–, pero que sigue mostrando el ADN fundamental del jugador norteamericano, mezcla de escuela y baloncesto callejero, con mil recursos sobre bote, dominio absoluto de su cuerpo en las finalizaciones y muy buenos fundamentos desde la situación de triple amenaza. Un jugador que defiende con posiciones muy ortodoxas, agobiando el balón con sus manos y cerrando líneas de pase.

En cualquier caso, aunque los estadounidenses pudieran terminar imponiéndose esta noche consiguiendo el doblete olímpico, dos modelos salen igualmente reforzados de la cita demostrándoe, tal vez, como los únicos que, en la actualidad, cuentan con un nivel adecuado de planificación, programación y seguimiento, además de con vías de financiación suficientes como para mantener la apuesta. Estos son el serbio, que con siete millones de habitantes ha colocado a sus dos selecciones en las medallas y, por supuesto, el español, el derivado de la FEB, pero deudor indiscutible del trabajo que los jugadores realizan en los clubes.

Si España logra, como todos deseamos, conquistar el bronce ante Australia, tres selecciones se habrían repartido las seis preseas en juego. Tres selecciones con filosofías y métodos distintos, sí, pero con filosofía y método. Esto para los que empiezan en el baloncesto pensando que se trata básicamente de enseñar a botar, pasar y tirar. Esto para los que creen que todo pasa por meter un punto más que el rival. Filosofía y método.

Os dejo con el avance de la presentación, que podéis ver pinchando AQUÍ.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

The american game (I)




Me pillan preparando una pequeña charla sobre el sistema de formación de jugadores en los Estados Unidos. Para ello estoy viendo muchos vídeos y acudiendo a numerosas webs de Primary Schools donde se cursan los ciclos elemental y primario; de High Schools, donde se imparte la enseñanza secundaria y también de centros universitarios, que ofertan grados y maestrías en diferentes disciplinas. También de escuelas de baloncesto, aunque lo cierto es que son escasas, pues la primera seña de identidad de este modelo es la trabazón estructural entre deporte y educación. Todo surge, de hecho, en un centro de la YMCA (Asociación de Jóvenes Cristianos), en Springfield, Massachusetts, en la antesala del solsticio de invierno de 1891, hace 125 años.

Buscaba el señor Naismith, ministro de la iglesia y profesor del centro, un deporte interesante, fácil de aprender, que se pudiera jugar en invierno con luz artificial. Todo para atraer la atención de un grupo de aspirantes a administrativos, a quienes no les motivaba nada la ejecución de las rutinas clásicas de la educación física: hacer el pino, flexiones, saltar obstáculos,… Dicen que se encerró una tarde en su habitación con el compromiso de salir solo cuando las reglas del juego estuvieran trazadas. Lo hizo pasadas cuatro horas y fueron trece los primeros preceptos, que apenas fueron retocados en los años posteriores salvo en la norma del dribling, inicialmente prohibido porque el profesor pensaba que propiciaría el juego violento, como sucedía en el rugby cuando un jugador intentaba avanzar con el balón.

Y es que una de las bases fundacionales del balón cesto (así, en dos palabras, hasta 1927) era la promoción de la habilidad por encima de la fuerza; la destreza y la coordinación por delante de la violencia y la intimidación que reinaban en otros deportes. De ahí que situara el objetivo –inicialmente una caja, pero finalmente, por necesidades del guión, unos cestos de melocotones– muy por encima de la altura de las cabezas de los jugadores (a diez pies, casi 3,05 m) con la intención, además, de que los lanzamientos fueran arqueados, evitando así un posible destrozo del mobiliario. Tal era el afán por mantener la limpieza en el juego, que tres faltas consecutivas de un mismo equipo lo penalizarían con una canasta en contra (entonces “goal”) y dos, solo dos, de un mismo jugador, obligarían al equipo a jugar con uno menos hasta la siguiente anotación. Quizá, cabría repensar esta cuestión al albur del abuso flagrante –cuando no sangrante– de las faltas tácticas y los bumps (contactos de antebrazo que intentan evitar la progresión de un jugador sin balón). Todo en aras de respetar el espíritu del juego.

Pero para respetar dicho espíritu primero hay que conocer su historia. Pocos entrenadores saben que en diciembre estaremos celebrando el 125º aniversario, que las normas fueron publicadas en el periódico del centro, llamado “The Triangle”, que en su base se encuentra la promoción de los ideales cristianos, que hasta 1898 no se podía botar o que hasta 1913, tras una situación de fuera, sacaba el jugador que primero tocara la bola. Por cierto, ahora que estamos de Juegos Olímpicos, la primera edición, Berlín 1936, la ganaron los Estados Unidos, un equipo integrado únicamente por jugadores blancos, tras vencer en la final por 18 a 9 a Canadá. Yo mismo desconocía alguno de estos detalles hasta que he iniciado la lectura de la obra “Coaching Basketball” un libro editado por la NABC (National Association Basketball Coaches), una asociación surgida en 1927 para, entre otras cosas, dignificar el juego.

Pero de la NABC os hablo mejor en la próxima entrada, en la que seguiré detallando algunas pinceladas de la historia del durante décadas conocido como “The American Game… played worldwide”. Por si a algunos, ahora que los de USA Basketball parecen vulnerables, se les olvida. 


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Sobrevivir a la paradoja





La mayor parte de los viajes que emprendemos, por mucho que nos queramos parecer al despistado Odiseo, implican una partida y un regreso. Todo regreso, a su vez, exige una ardua labor de supervivencia, más aún si el puerto en el que hemos atracado por unos días no es un estercolero; o si la dársena de llegada, en la que pasaremos gran parte de nuestras vidas, no se parece precisamente a un vergel (real o figurado). La primera paradoja que debemos afrontar a la vuelta encuentra su razón de ser en el propio concepto “vacaciones”, cuya mera existencia revela, tal vez, el fracaso de un modelo que quiso convertir a la felicidad en su eje motor. Durante su disfrute, los seres humanos descubren que el mundo es más que una oficina o una estación de metro, pero se percatan, también, de que no les pertenece, llegándose a esta posible conclusión: “Pudiendo disponer de paraísos naturales o culturales, el ser humano se condena a vivir en junglas de asfalto”. Sí, ya sé lo que está pensando, que invente, si me atrevo, una solución mejor. Denme tiempo.

Situado sobre un acantilado, uno se da cuenta de la existencia de un tiempo geológico prácticamente inconcebible desde la perspectiva humana. Viendo al mar cincelar la roca caliza uno se percata de su propia nimiedad, no ya solo en términos espaciales, también temporales. Es curioso, seres que no son nada –apenas un eructo de la naturaleza– lo quieren todo deprisa. Curioso pero lógico: el mar tiene todo el tiempo del mundo, morirá con el planeta. Pero ello no elimina la paradoja. Si la naturaleza acepta firmar una obra inacabada ¿por qué estos seres diminutos se empeñan en quererlo todo ya, en dar por terminados miles de bosquejos imperfectos? ¿Por qué no se conforman con sobrevivir?



Tal vez porque trascender sea también pervivir, inmortalizar una obra que entierra a un cuerpo y se desvincula de su triste penar. Una suerte de progenie surgida de regiones inhóspitas de nuestro cerebro. Y de trascender sabe un poco Gaudí, de quien me enamoré aún un poco más tras ver su “opera prima”, El capricho, en la localidad cántabra de Comillas. La que pretendía ser la residencia de Máximo Díaz de Quijano, abogado, músico y filántropo (pero que moriría siete días después de su inauguración), es, no cabe duda, la obra de un genio. Si vista desde lejos parece una casa de fantasía, examinada al detalle fascina por sus guiños a la melomanía de su inquilino o por la sutil fusión de pragmatismo y belleza. Sin embargo, mirarse en el ejemplo de Gaudí supone una cura de humildad dolorosa. También una lección de matemáticas. Probablemente, su existencia elimina la posibilidad de que nazca otro arquitecto de su envergadura en su mismo contexto cultural hasta finales de este siglo, por mucho que se hayan acortado los ciclos económicos o tecnológicos, que no el que atañe a los genios (menos aún el que afecta a los “clásicos”).

Ligo aquí, a duras penas, con la temática de este blog. Entrar en íntimo contacto con la obra de la naturaleza, y con aquella otra de un maestro de la arquitectura, me ha dificultado el poder disfrutar de los partidos de la selección de baloncesto. Escuchando como una lejana banda sonora los comentarios de Pepu Hernández sobre tipos de arrancada, sistemas o toma de decisiones, encontraba grandes dificultades para prestar atención a semejante banalidad. En la época en la que mayores y más variadas son las posibilidades para el aprendizaje, el ser humano se empeña en levantar su edificio sobre cimientos del tamaño de un átomo. Estudiamos con un microscopio la anécdota más irrisoria de las que conforman el universo y pretendemos obtener, por ello, una medalla. Y lo peor es que muchos lo creen. Y los demás nos lo tenemos que creer.

Y sin embargo hay que seguir, aunque aquello de darle sentido a la vida deba de ser un sinónimo de autoengañarse. Toca olvidar la visión del mar enfurecido y quedarse con el inopinado afán del pescador de bonito. Es hora de dejar de aspirar a ser Gaudí y de conformarse con poseer una millonésima parte de su talento. Un nuevo reto baloncestístico espera a la vuelta de las verbenas y sus miembros, para su fortuna, aún no se han hecho estas preguntas. Solo quieren aprender a vivir jugando al baloncesto. Sin paradojas que se lo impidan.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

De pasada






Dado que no me he levantado muy olímpico, ni de cuerpo ni de espíritu, y dado que no es motivo de ninguna resaca, voy a optar por tratar el tema Río de manera más bien oblicua. De pasada, como siento que han llegado a su fecha de inauguración estos Juegos que confirman la muerte del deporte en su versión romántica, decimonónica y coubertiniana. O como prefieran llamarla.

No descarto, tampoco, que sean los años los que hayan provocado esta rebaja en el entusiasmo, este cercenamiento de la pasión infantil con la que antes afrontaba la llegada de este acontecimiento. Pero claro, antes creía en las naciones, y en la fraternidad entre las naciones. Y en el deporte, y en los valores que se le asociaban. Y en la limpieza de los deportistas. Y en la honradez de los prebostes del COI. Y en Prometeo como benefactor de la humanidad y azote de los dioses.

Sin embargo, a escasas horas para el encendido de la antorcha, todo lo que ocupa la actualidad en torno a este magno evento, son aspectos derivados relacionados con la seguridad y la tensión social en el país anfitrión, la emergencia sanitaria del Zika o el caso de dopaje institucionalizado en Rusia. Por no hablar de los aspectos organizativos, con una villa olímpica que se desmonta y con un cenagal por laguna para la disputa de una serie de pruebas acuáticos. Quisiera equivocarme, pero mucho me temo que, en esta ocasión, los Juegos no van a servir de catapulta, sino de espejo. Y no, Rio no es la mujer más bonita del reino.

En cuanto al baloncesto, me pillan revisando plantillas y resultados en los partidos amistosos. Suficiente para saber que hay un favorito claro y dos aspirantes que se elevan sobre el resto. El favorito, obvio, es Estados Unidos, un equipo repleto de bajas que echará de menos, sin duda, a Harden, Westbrook, Paul, Lebron, Aldridge, Griffin, Davis,… pero que debe bastarse para conquistar el oro no solo por el talento individual, sino por tener una concepción del baloncesto tan simple como integrada en el ADN de los jugadores. Los veremos defender con numerosas fintas y muchas manos, rebotear y correr como panteras, y dividir y doblar, o jugar situaciones de pick and roll central, para conseguir ventajas inmediatas en los primeros ocho segundos de ataque. Y bueno, algún balón interior le meterán a DeMarcus Cousins, el cinco puro más dominante que ha parido la liga desde la retirada de Shaq.

Justo por detrás, quizá a quince o veinte puntos en condiciones normales, están Francia y España, las dos grandes potencias europeas de los últimos años y, en mi opinión, en este orden. Si un Gasol de leyenda nos permitió vencerlos en su Eurobasket tras una brillante prórroga, no es difícil olvidar que en las dos ocasiones anteriores el resultado fue favorable a los galos. ¿Por qué Francia antes que España? Por juventud y exuberancia física. Por estar llevando a cabo el relevo generacional de los Diaw, Parker, Pietrus y compañía con mucha mejor nota que nosotros. Ahora bien, todo queda, nuevamente, en manos de lo que pueda hacer Pau, ese hombre de estado, como lo define Kzyzewski, capaz de invertir los términos del sentido común y devolvernos a una final olímpica aun sin la presencia de su hermano y con sus compañeros de batalla cada vez más fatigados.

Y luego ojo. Ojo a Serbia y a Croacia, aunque se les augure más peligrosos en Tokio. Y al anfitrión, por si algún día le da por jugar con ocho, dado que en condiciones normales no dejan de ser una buena banda al servicio, eso sí, de un gran director de orquesta: Rubén Magnano. Y en menor medida a Argentina, sin pegamento entre la generación de los padres (Ginobili, Scola o Nocioni) y la de los hijos. Más peligrosa que éstas es Lituania, sin duda: más grande, más fuerte, más técnica. No, en cambio, Australia, suma de nombres resultones pero sospechosa habitual de incurrir en comportamientos anárquicos. Ni el resto; China, Venezuela o Nigeria, concesiones simbólicas de la geografía en pos de un universalismo panfletario en el que ya no cree ni dios.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS