Coincidiendo
con la Pascua de Resurrección de 1656, varios viajeros portugueses,
que habían acudido esperanzados a la región de Bahía, en Brasil,
descubrieron que, allí donde debía de haber minas de oro y plata,
solo había polvo. Ante el desconsuelo natural de esperar y no
hallar, que ya se había generalizado entre sus familias y afectado
al espíritu de todo el país, el padre jesuita Antonio Vieira, en
uno de los sermones que pronunciaba (Sermón Primero del segundo día
de Pascua de Resurrección en la ciudad del Belén del Gran Pará) y
que ahora son estudiados como ejemplo de retórica argumentativa,
dijo lo siguiente: “Es mucho mejor no haber descubierto las minas”.
“Ved, si no, de cuántos peligros y trabajos os redimió”. De la
codicia ajena y de invasiones extranjeras. De todo ello les libró,
según el Padre Vieira, el hecho de que no se hallaran, finalmente,
las minas prometidas y recordó, como ejemplo, la invasión romana de
la Península.
Minas
de oro y plata que han devenido, ahora, en máquinas de tirar
dólares. Revisado hace dos años el contrato de televisión y en
base al convenio salarial con el que pretenden, ahora, negociar
duramente los sindicatos de jugadores; y sin que a nadie le pueda
parecer mal que una mayor parte del pastel vaya a parar a estos, lo
cierto es que la NBA se ha convertido en el único destino posible
para quien apunta mínimas maneras. La pregunta es evidente, ¿acabará
siendo esto una desgracia?
Si
no lo es ya, habríamos de apuntar en primera instancia. Si no lo es
ya para las ligas continentales, que no solo pierden, como antaño, a
los talentos consagrados, a los currículums de dos tomos, sino
también a los diamantes por pulir, a jóvenes de doce minutos por
partido. Si no lo es ya para estos propios chicos, cuyo ímpetu y, en
cierto modo avaricia, no merecen reproche, pero que corren el riesgo
de estrellarse contra los modos de hacer y las inercias de los
equipos NBA, ejemplos categóricos de la búsqueda de la máxima
rentabilidad. Si no lo es ya para la propia NBA, que depaupera su
producto al ritmo de esta inflación salarial que hace que sea aún
más de necios, de lo que ya lo era, “confundir valor y precio”.
Del
querer siempre se ha dicho que es poder. Sin embargo, del poder no
debería derivar de forma automática un querer. Lo saben muy bien
los clásicos, que nos hablaban de prudencia y contención, de mesura
en la toma de decisiones. Me parece fenomenal que haya dinero y que,
como afirmé antes, este llegue a los jugadores en cuanto que parte
fundamental del juego. Ahora bien, es indignante escuchar el baile de
cifras, pensar que de verdad conquistan con su trabajo diario todos
esos millones de dólares que, en este sistema entrópico, hubieron
de salir de algún otro estrato de la sociedad y negársele a quien
no nació provisto de dones o suerte suficiente.
Son
los riesgos de ir a buscar minas… y encontrarlas. El precio de que
el salario sea un número a caballo entre lo que se está dipuesto a
pagar y lo que se está dispuesto a cobrar (sindicatos y patronal por
medio) cada vez menos referenciado a la economía real, a los costes
y al sentido común. Son los delirios propios de una grandeza que el
pueblo otorga a cambio de entretenimiento. Pero que se anden con
cuidado, pues con este afán abarcador, “democratizador” a su
manera, se corre el riesgo, también, de terminar con las ligas
europeas, nexo de unión y puente con el aficionado europeo, el que
antaño se enamoraba del basket animando desde la grada al equipo de
su pueblo. Ya se verá.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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