Barbarismos "baloncestísticos" (A)







No sé si es una crisis o es que no he dormido bien, pero lo que más me interesa de la Gira Ñ es la Ñ, esto es, la letra que viene a diferenciar nuestro idioma con su perturbadora presencia. Supongo que llegarán los Juegos y se me pasará. Y que me volverá a importar lo que ese puñado de profesionales puedan hacerle a la pelotita naranja de cuero (de cuyo lugar de manufactura prefiero no acordarme).

Sí, será una crisis, una más a sumarse a cuantas nos definen como generación. La financiera, la económica, la inmobiliaria, la de valores, la de valores morales, la política,… Es la crisis del fin de siglo prolongada en el tiempo. Del fin de siglo XIX, me refiero. Y como para sobrevivir a este tipo de crisis –a todas menos a la financiera– suelo echar mano de un cuaderno y un bolígrafo, hoy he vuelto a reincidir y me ha dado por escribir unas cuantas definiciones de términos más o menos baloncestísticos copiando, literalmente, la idea de Andrés Neuman, fantástico autor argentino, que estuvo en Salamanca hace unos meses y que nos iluminó con su lucidez mental y su agilidad verbal, aunque esto último pueda sonar redundante toda vez anunciado su pasaporte. Bueno, al grano.

Acierto. 1. Probabilidad de fracaso que el error se concede a sí mismo. // 2. Producto de la indulgencia futura de uno hacia sí o de los otros hacia los demás cuando están bien muertos.

Acompañamiento. 1. Infracción del reglamento por acunamiento del único hijo que no te abandonará de mayor. // 2. Como en toda violación, algo que cometen solo los del otro equipo.

Aficionado. 1. Enorme jugador de cantera que se rompió la rodilla en el momento de dar el salto a profesional (lo que a veces es cierto). // 2. Padre seguro de que su hijo es su hijo, pero no de que este deba ser tan malo como lo fue él. // 3. Ciudadano griego en tratamiento psiquiátrico (con cariño, eh. ¡Somos amigos!).

Alero. 1. Escolta del escolta // 2. Tercer hombre.

Asedio. Lo que el catenaccio ve cuando se mira en el espejo.

Ataque. 1. Pesadilla recurrente de Xavi Pascual. // 2. Invento de los americanos, según Xavi Pascual. // 3. Concepto consecuencia del error cometido por James Naismith en la redacción del reglamento al proclamar que el objetivo es introducir una pelota en la cesta, cuando todo el mundo sabe que es al contrario. Todo ello según Xavi Pascual.

Atleta. 1. Negro mejor que el de tu equipo. // 2. Vecino cachas del quinto (¿o esto solo es en mi caso?) que le recuerda a tu mujer que estás echando tripa.

Atlético. 1. Locura transitoria que se alimenta de derrotas por la mínima o en los penaltys. // 2. Equipo de Belén Esteban (Hala Madrid).

Ayudante (de entrenador). 1. Aprendiz de traidor. // 2. Masturbador compulsivo en el tiempo que le queda entre montaje y montaje de vídeo. // 3. Ex marido, ex amante, ex amigo,… // 4. Típica clase de hombre del que todo el mundo se pregunta cuándo fue la última vez que lo vio.  

UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

El peligro de encontrar minas de oro






Coincidiendo con la Pascua de Resurrección de 1656, varios viajeros portugueses, que habían acudido esperanzados a la región de Bahía, en Brasil, descubrieron que, allí donde debía de haber minas de oro y plata, solo había polvo. Ante el desconsuelo natural de esperar y no hallar, que ya se había generalizado entre sus familias y afectado al espíritu de todo el país, el padre jesuita Antonio Vieira, en uno de los sermones que pronunciaba (Sermón Primero del segundo día de Pascua de Resurrección en la ciudad del Belén del Gran Pará) y que ahora son estudiados como ejemplo de retórica argumentativa, dijo lo siguiente: “Es mucho mejor no haber descubierto las minas”. “Ved, si no, de cuántos peligros y trabajos os redimió”. De la codicia ajena y de invasiones extranjeras. De todo ello les libró, según el Padre Vieira, el hecho de que no se hallaran, finalmente, las minas prometidas y recordó, como ejemplo, la invasión romana de la Península.

Minas de oro y plata que han devenido, ahora, en máquinas de tirar dólares. Revisado hace dos años el contrato de televisión y en base al convenio salarial con el que pretenden, ahora, negociar duramente los sindicatos de jugadores; y sin que a nadie le pueda parecer mal que una mayor parte del pastel vaya a parar a estos, lo cierto es que la NBA se ha convertido en el único destino posible para quien apunta mínimas maneras. La pregunta es evidente, ¿acabará siendo esto una desgracia?

Si no lo es ya, habríamos de apuntar en primera instancia. Si no lo es ya para las ligas continentales, que no solo pierden, como antaño, a los talentos consagrados, a los currículums de dos tomos, sino también a los diamantes por pulir, a jóvenes de doce minutos por partido. Si no lo es ya para estos propios chicos, cuyo ímpetu y, en cierto modo avaricia, no merecen reproche, pero que corren el riesgo de estrellarse contra los modos de hacer y las inercias de los equipos NBA, ejemplos categóricos de la búsqueda de la máxima rentabilidad. Si no lo es ya para la propia NBA, que depaupera su producto al ritmo de esta inflación salarial que hace que sea aún más de necios, de lo que ya lo era, “confundir valor y precio”.

Del querer siempre se ha dicho que es poder. Sin embargo, del poder no debería derivar de forma automática un querer. Lo saben muy bien los clásicos, que nos hablaban de prudencia y contención, de mesura en la toma de decisiones. Me parece fenomenal que haya dinero y que, como afirmé antes, este llegue a los jugadores en cuanto que parte fundamental del juego. Ahora bien, es indignante escuchar el baile de cifras, pensar que de verdad conquistan con su trabajo diario todos esos millones de dólares que, en este sistema entrópico, hubieron de salir de algún otro estrato de la sociedad y negársele a quien no nació provisto de dones o suerte suficiente.

Son los riesgos de ir a buscar minas… y encontrarlas. El precio de que el salario sea un número a caballo entre lo que se está dipuesto a pagar y lo que se está dispuesto a cobrar (sindicatos y patronal por medio) cada vez menos referenciado a la economía real, a los costes y al sentido común. Son los delirios propios de una grandeza que el pueblo otorga a cambio de entretenimiento. Pero que se anden con cuidado, pues con este afán abarcador, “democratizador” a su manera, se corre el riesgo, también, de terminar con las ligas europeas, nexo de unión y puente con el aficionado europeo, el que antaño se enamoraba del basket animando desde la grada al equipo de su pueblo. Ya se verá.




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Inocente de ser tan bueno





La de Tim Duncan, jugador que ha anunciado esta pasada tarde su retirada, es la historia de un “no”, un cuento construido a base de lítotes, es decir, de negaciones que lo afirman todo. Porque no es que Tim Duncan sea el mejor jugador interior de su generación, o el líder de una franquicia que lleva veinte visitas consecutivas al Playoff. Y no, no es solo que Tim Duncan sea un especialista defensivo o el mejor reboteador del siglo XXI, ni la figura más cercana a Bill Russell o Kareem Abdul Jabbar. No, no se trata de que no sea un amante de los titulares, de las entrevistas, del marketing. Ni que no sea un compañero egoísta o fanfarrón. Ni un hombre hecho para ser conocido en los ascensores (en los que pasa desapercibido) o para ser condecorado por la comunidad por todos los servicios que le presta de manera callada, como le enseñaron a hacer las cosas. No, no es eso.

De Tim Duncan se cuenta que iba para nadador y que un huracán, Hugo, cambió los planes del chico tras arrasar la piscina donde se entrenaba a conciencia para debutar en Barcelona ´92. Dicen también, los periodistas, que en aquel ya lejano junio de 1997, todo parecía indicar que serían los Knicks el destino del chico de Islas Vírgenes. Y no mienten ni el pívot, ni su entrenador, Gregg Popovich, cuando recuerdan la visita que este le hizo al primero a Saint Croix, lugar de nacimiento del jugador que hoy se retira, y cuando mencionan y reflexionan sobre la conexión que ambos sintieron en el interior de su alma. Y sí, parece que es un hecho que a Popovich le tocó nadar varias millas adaptándose al plan previsto por el que a la postre sería, tal y como confesara el entrenador de los Spurs de manera irónica, la clave de sus victorias y su gran aportación al baloncesto.


Y dicen que ya tiene cuarenta y que si hoy dijo adiós es porque después de responder mil veces a preguntas sobre su retirada, siente que ya no le sale decir aquello de “aún me queda un partido más”. Toca vaciar, al fin, la pintura de la que durante tantos años fue centinela. Es el momento de colgar la camiseta en lo alto del cielo de San Antonio, cerca de la de David Robinson, su torre gemela y mentor, el humilde y esforzado marine que le abriera el camino. Toca recoger la cosecha y sentarse junto a la piscina lejos de los estériles debates que ya se cerraron (Garnett o Duncan, ala pívot o pívot) o de aquellos otros que permanecen abiertos (comparaciones históricas) y a la espera, tal vez, de que un nuevo huracán le lleve de nuevo a San Antonio como entrenador o miembro del staff técnico a aportar toda su experiencia y sabiduría, la que durante tantos años amasó desde el silencio que envuelve a esa gente inteligente a la que preferimos llamar “rara”.

Dicen, cuentan, redactan y susurran, narran y confiesan. Lo hacen otros por él, mientras él calla. Mientras lo niega todo: que fuera el mejor defensor, que fuera una lección de fundamentos, que fuera el jugador clave de la más exitosa y longeva franquicia desde los Chicago Bulls de los años 90.

Abraza un proyecto






Últimamente tengo la sensación de que la vida de mucha gente a mi alrededor se desmorona con sorprendente facilidad. Es cierto, no es una ayuda que te deje la persona “amada”, o que entren en conflicto dos realidades a las que no tenías previsto renunciar. O que se sucedan ante nuestros ojos tantas catástrofes (la mayoría de origen antrópico), tanto mal envuelto en los ropajes de lo convencional o heredado. Es cierto, sí, y, mientras tanto, George Steiner denunciaba ayer en una entrevista para El País, que los jóvenes ya no tienen tiempo de tener tiempo, que nunca la aceleración casi mecánica de las rutinas vitales ha sido tan fuerte como hoy. No hay tiempo para la reflexión. Vivimos en el fondo de un sumidero de estímulos superficiales, en un régimen de monocultivo de lo banal y en la ceguera de la que nos alertó José Saramago en su célebre “ensayo”, una de esas novelas con las que nos equivocamos al leerla en clave de ficción.

Ayer, en cambio, al dar carpetazo al VIII Campus del C.B. Tormes en Villamayor, tras ocho días de convivencia con 150 niños y adolescentes, me he dado cuenta de que todo es mucho más sencillo de lo que nos creemos. Es todo una cuestión de perspectiva y desde hace tiempo el ser humano, al menos el tipo de ser humano con el que convivo habitualmente (principalmente yo mismo), ha decidido afrontar el muro de la vida mirándolo desde el origen y tumbado boca arriba. Y ante esa pared vertical es fácil rendirse y dejarse secuestrar por el modo de hacer de los semejantes dando por sentado que no hay otras opciones y que a la mezquindad se la combate con mezquindad y al odio, pues eso, con más odio. Cuando es todo lo contrario.

Ahora que comienza el verano, y aunque no esté de más tomarse unos días de abandono completo de uno mismo (no confundir este abandono con irse de vacaciones para fijar un estatus, dar envidia y tocar las pelotas a los que no pueden irse), mi propuesta para todos los lectores de este blog, sean o no amantes del baloncesto, es que abracen un proyecto. Sí, un proyecto que abarque su fase de ideas previas, planteamiento de alternativas, selección final y, por supuesto, que desarrollen con persistencia y método. Un proyecto que les permita responder a las malintencionadas preguntas de conocidos con un lacónico “estoy trabajando en ello”. Un proyecto que les permita sentirse bien y realizados, no para con el mercado, perversa creación del ser humano (más dañina, si cabe, que Dios aunque me digan que necesaria y contingente), sino con su espíritu, entidad difícilmente definible, pero que debería encontrarse en todos los manuales de anatomía por ser la parte que con mayor facilidad enferma en nuestros días.

Y ya centrándome en el baloncesto; ahora que afrontamos el período estival, época de torneos internacionales de selecciones, y que las ligas más modestas ya han echado el cierre, todo entrenador debería abrazar un proyecto: salir del verano más preparado. Ser mejor entrenador y mejor persona, que como bien dijo Pedro Martínez en un clínic organizado por el Campus de Marta Fernández en Carbajosa, es prácticamente lo mismo en la medida de que se trata, ante todo, de transmitir valores. Toca releer apuntes, acudir a escuchar a los mejores, leer con calma (y con el móvil apagado) el libro que nos regalaron en navidades, mejorar el inglés (lenguaje universal en este campo), ver baloncesto con mirada de entrenador. Toca empaparse de la realidad actual de los jóvenes, comprender cuál ha de ser el canal para llegar a ellos, ahora que competimos con referentes mucho más atractivos, por guapos que seamos, que nosotros (cantantes de moda, personajes de serie o videojuego, jugadores de NBA o fútbol,…). Toca planificar el proyecto del próximo invierno, y planificar debe ser un proyecto en sí mismo.

Solo entonces, enfrascados en un reto atractivo, elegido por nosotros y que, a modo de espejo, nos sitúe ante nuestra propia realidad, terminará el desencanto de la búsqueda infructuosa de “un lugar en el mundo”, de un salario miseria, de una pareja perfecta, de un sueño que no existe, amigos, salvo que se llame proyecto y exija, más que imaginación, compromiso. Abrace un proyecto y no lo abandone: Él nunca lo haría


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS