El corazón de la primavera




Hoy, que apura el mes sus últimas lluvias (esperemos) y amenaza mayo con polinizar las zonas verdes de nuestras ciudades, he decidido hacer un repaso de los últimos acontecimientos. No me pidan ir en orden, pues se mezclan en mi cabeza sanciones federativas, eliminaciones sonadas, lesiones y cánones. Las noticias se sucedían con tal cadencia que hubiera hecho falta dedicación exclusiva para no ser sobrepasado por su volumen.

Perdió el Madrid, frente a Fenerbahce, y no podrá defender su título en Berlín. Perdió en agosto, al planificar la plantilla y no saber suplir la baja de Slaughter ni añadir centímetros a la ausencia de Bourousis. Perdió en octubre, jugando copas intercontinentales y amistosos contra equipos NBA, renunciando con ello a hacer una buena pretemporada. Desde entonces todo han sido palos de ciego, inconsistencia y arreones de talento sin orden ni concierto. Demasiado corazón, poca cabeza.

Cayó el Barcelona, frente al Lokomotiv, exigiendo un nuevo esfuerzo a sus seguidores para mantener la paciencia. Xavi Pascual sabe de qué va esto, conoce toda la geometría que encierra el baloncesto, el conjunto de redes y nodos que se tejen en un partido, pero a sus equipos siempre les falta algo: pasión.

El Tribunal de la Competencia resolverá en pocos días anulando el canon de ascenso a la ACB. La justicia dirá en términos jurídicos lo que al ciudadano de a pie llevaba años saltándole a la vista. Entre cánones, fondos de ascensos y descensos, avales y, por supuesto, IVA, los clubes que ascendían por primera vez a la ACB debían reunir 7,5 millones para hacerlo. Para más inri, el dinero procedente del canon se repartía directamente entre los clubes miembros como compensación a los esfuerzos que estos han venido realizando para el mantenimiento de la competición, es decir, no eran reinvertidos en beneficio de la competición, en su difusión o la mejora de la calidad. El canon era ante todo una barrera de entrada al mercado profesional de baloncesto. Una anomalía.

Tengo claro que España participará en los Juegos Olímpicos de Río. Se ganó su plaza conquistando el campeonato de Europa en tierra hostil y allí estará a pesar de las amenazas de la FIBA de castigar a la FEB por no haber sido contundente con los clubes que han firmado ya su compromiso con la Euroliga y la Eurocup, competiciones gestionadas por la ECA, una organización que según la FIBA impide la participación de ciertos clubes y de ciertos países y que no cumple con unas mínimas normas de transparencia. No sé quién tiene razón en todo este asunto ni cómo se resolverá la cuestión, pero España participará en Río soñando con el oro que le fue esquivo en Pekín y Londres.

Perdieron los Celtics y están eliminados. Tras doscientas posesiones el talento se convierte en un factor desequilibrante y ni la dinámica, ni el apoyo incondicional de la Bombonera del baloncesto, el TD Garden, son suficientes. Atlanta Hawks es mejor equipo y juega mejor baloncesto porque tiene mejores jugadores, más amenazas exteriores, más centímetros en la zona y mejor rotación. Para los verdes llega un verano clave, el que definirá si el período de reconstrucción ha llegado a su fin o si serán necesarios nuevos parches. El peso de la historia y la presencia de un gran entrenador deberían ser atractivos suficientes para la llegada de ese talento que tanto hemos echado de menos.

Las lesiones de Paul y Curry han cambiado el panorama de los playoffs. La de Paul, sumada a la de Griffin, es devastadora; ningún equipo de la NBA actual podría sobrevivir en la postemporada sin la participación de sus dos mejores jugadores. La de Curry simplemente introduce incertidumbre. No sabemos cuándo volverá y hasta dónde podrían llegar los Warriors sin la presencia del MVP. Parece que Portland, si concreta su pase frente a Clippers, no será rival, pero tanto los Spurs como los Thunder se presentan como un negro horizonte para los de la Bahía si Curry no llega a tiempo para desestabilizarlos con su inconsciencia controlada.

Y así se fue abril, su segunda quincena. Y así amanece mayo, el mes en el que veremos si Baskonia puede sorprender en la Final Four, si Curry vuelve a tiempo, si Popovich tiene la varita y si, como todo parece indicar, los Cavs se presentan como alternativa en el Este.


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Sobre cómo se fabrica un 73-9




Ayer, en la columna que publico todos los jueves en un diario digital de Salamanca, me pregunté cómo es posible alcanzar un récord como el del 73-9 de los Warriors. 

¿Cómo se ganan 73 (72) partidos en una temporada? ¿Cómo es posible perder solo uno de cada diez jugando cada dos noches ante varios de los mejores equipos del planeta, muchas veces tras haber sobrevolado un país que es más bien un continente? ¿Cómo alcanzar un registro tan importante siendo el equipo más estudiado de la liga y sobre el que todos los focos están puestos a diario? ¿Cómo mantener el nivel de los tanques de la ambición por encima de los del hastío o la autocomplacencia? ¿Cómo se soportan, u obvian, durante ocho meses, las manías del otro para poder trabajar codo con codo con él en la pista, sin que importe que deje la ropa interior tirada por el suelo de la habitación o que mire con lascivia las piernas de tu mujer?


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UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Euforia, emoción, envidia




Estoy eufórico y necesito compartirlo con todos vosotros. Hoy me he levantado temprano para ver la final del Torneo de la NCAA entre Villanova y North Carolina y he terminado derramando lágrimas de emoción. La secuencia final, con el triple tras rectificado de Marcus Paige para empatar un partido que llevaban dominado los Wildcats, y el último lanzamiento, ya sobre la bocina, de Chris Jenkins, para decantarlo del lado de los de las afueras de Philadelphia ha sido espectacular, una dura prueba en cualquier caso para los que nos creemos con la capacidad de narrarlo todo con palabras.



Tras la euforia y la emoción desatada he tenido que sentarme unos minutos en el sillón. Allí me embargó una rara sensación de envidia hacia todo lo que mueve el deporte universitario en Estados Unidos. Viendo cómo un encuentro amateur puede llenar un gran estadio de fútbol americano reconvertido en recinto de baloncesto y movilizar a todas las fuerzas vivas (y también a algunos fantasmas) de la universidad en torno a unos colores, uno se pregunta si es necesario recuperar en Europa el gusto por la mitología y el respeto a los símbolos que llevan a gala los americanos y que tanto nos rechina por hiperbólico e irracional.

Lógicamente, para movilizar a las masas a través del deporte universitario, sería necesario actuar en una escala superior a la de las naciones, hablar al fin de Europa como de un único espacio, no solo económico, sino también educativo y social. Por el momento, Bolonia, a juzgar por los resultados evidenciados en España, solo ha unificado la mediocridad de las enseñanzas, del profesorado y de la vida universitaria en general a través de convalidaciones y equiparaciones meramente burocráticas. Así, el recuerdo que habitualmente nos queda de nuestro paso por la universidad es solo el de las juergas y los amores furtivos; el de las agobiantes épocas de exámenes y la de la inutilidad del título obtenido. Créanme, nunca me atrevería a ir diciendo por ahí que fui a la Universidad de Salamanca y nunca iría a ver un partido de sus equipos, instalados en el régimen de “tengo x funcionarios (desmotivados) que mantener en el servicio de deportes” (régimen del que se salvan sus románticos entrenadores), pintado con sus colores.

Cuestión aparte es la ausencia total de una cultura deportiva. En España toda fuente de inspiración, más allá del escabroso fútbol, ha pasado por la genialidad de casos aislados que un día se llamaron Ángel Nieto, Manolo Santana o Seve Ballesteros, como ahora pueden llamarse Fernando Alonso, Rafa Nadal o Javier Fernández. Pero si la inspiración es casual y aleatoria, peor aún es el tejido administrativo sobre el que se deben asentar los sueños de esos niños que, contra todo pronóstico, prefieren luchar por ser deportistas en vez de por ser funcionarios. El deporte en la escuela es colaborativo, los clubes andan escasos de medios y financiación y las federaciones, salvo excepciones, están en manos de tipos a los que ya, desde lejos, se les puede reconocer entumecidos y faltos de ambición.

Si con algo me quedo del precioso encuentro de anoche entre Villanova y North Carolina, es con la sinceridad de los abrazos que se repartieron sobre el parqué. Y no solo entre vencedores entusiasmados, también entre vencedores y vencidos en una clara muestra del respeto que se enseña en estos centros. Y si algo me emocionó, a mí que hace cuatro años escribía sobre la gesta de Villanova en 1985 poniendo especial énfasis en la figura de su entrenador, Rollie Massimino, fue ver a este, ya octogenario, sentado tras el banquillo dando brincos tras cada canasta, emocionado tras el triple de Jenkins al comprobar que, treinta y un años después, el cuento que las madres de Philadelphia les cuentan a sus hijos todas las primaveras ha visto renovadas sus tapas y brilla ahora con nuevo lustre.

Felicidades Villanova. Felicidades NCAA por brindarnos un año más “one shining moment” como este. Qué envidia.




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Regala baloncesto




Un paseo y un regalo testimoniaron que la entente entre Podemos y PSOE, entre la izquierda del arco parlamentario español, es posible de cara a la formación de un eventual gobierno: un paseo a la segunda luz del día, en la intimidad de una Carrera de San Jerónimo vacía y sin cámaras, y un regalo entregado sin segundas intenciones, nacido de lo más hondo del alma. Ironías aparte, aunque sea cierto que la nueva política es ante todo marketing; aunque en este caso el regalo, lejos de ser un acto humilde de entrega y generosidad, quisiera destacar la bondad y la predisposición al diálogo del propio regalador; lo más destacable, para este blog y su autor, es que se tratara del libro Historia del baloncesto en España, un proyecto faraónico coordinado por el periodista Carlos Jiménez que, seguro, ha visto multiplicadas sus ventas a raíz de esta anécdota.

Sea como fuere, es muy saludable, o al menos yo así lo entiendo, que el baloncesto sea el deporte de cabecera de muchos de nuestros políticos. Ello deja entrever, de algún modo, ese relevo generacional tan polémico como necesario, pues esta preferencia no deja de ser la consecuencia de la sucesión en el tiempo de las gestas de Michael Jordan y los Chicago Bulls –las primeras que se pudieron seguir con continuidad en España a través de Canal Satélite Digital– y las de los Junior de oro; las de los Gasol, Navarro, Reyes y compañía que dieron la bienvenida al nuevo milenio.

Es satisfactorio, en cualquier caso, o al menos desde mi punto de vista, que de la España de jara y sedal (y de elefantes en Botswana), incluso de aquella otra de golf (deporte favorito de Adolfo Suárez) y pádel (quién no recuerda a Aznar jugando en Oropesa), deportes ahora ya abiertos a las clases medias, hayamos pasado a esta otra España de parques y redes metálicas, de bolsillos más angostos pero de motivaciones, sin duda, más apasionadas. Al parecer, es habitual entre esta nueva generación de políticos, que las charlas en la previa de un pleno giren en torno a la última actuación circense de Stephen Curry o sobre qué doce serán los seleccionados para representar a nuestro país en los Juegos Olímpicos.

Los políticos españoles no se han conformado con dejar el tabaco, las sobremesas de chupito, copa y puro y con pasarse al “running”, al “jogging” o a la natación; también han cambiado su presencia en los señoriales palcos de estadios de fútbol (aunque sigan frecuentándolos) y tendidos taurinos, por las primeras filas de pabellones y canchas de baloncesto. Quizá, no haya más que un efecto imitación y todo sea culpa de Obama y su afición al deporte de la canasta. De todos modos, con independencia de cuál sea el germen de este amor al baloncesto, lo que urge es reconducir la deriva en la que este se encuentra, con la Federación cuestionada por la gestión de sus fondos, con la ACB convertida en la práctica en una liga privada y con numerosos clubes modestos de cantera condenados a desaparecer por no poder reunir un puñado de euros ante el silencio, cuando no la asfixia, de las administraciones públicas.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS