Miente,
estoy seguro, el que presume de haber sido consciente de la
importancia histórica de un acontecimiento, a priori menor, en el
momento de su concepción; el que toma a un recién nacido, hijo de
nadie y de su mujer, le corta el cordón umbilical y anuncia inmediatamente al
mundo tener una intuición mesiánica. No se equivoquen, incluso
aunque fuera cierto, peca de vanidad el que incurre en la tentación
de la verborrea; el que dice recordar, perfectamente, habérselo
dicho a los amigos y tener testigos de ello.
Y si
no miente, da igual. Lo importante es el hecho. Y el hecho ocurrió
el 25 de julio de 1999, en una (la probabilidad juega a favor de la
memoria) cálida tarde de Santiago. Fue en Lisboa, en las antípodas
literarias de Ítaca, en la ciudad que mejor representó la idea de
partida durante la Baja Edad Media. E igual que navegantes
portugueses fueron capaces de avanzar hacia lo desconocido y doblar
el Cabo de Buena Esperanza superando los temores asociados al mito,
los juniors españoles, abanderados por un base y un escolta, a falta
de que un tres larguirucho se destapara como el mejor jugador de
nuestra historia, consiguieron vencer a los Estados Unidos y poner en
marcha el imparable periplo de nuestro baloncesto hacia destinos
ignotos.
El
escolta se llama Juan Carlos Navarro y aún conserva la ambición de
disputar sus quintos Juegos Olímpicos en Río. En aquellos días de
julio, muchos de nosotros descubrimos su “bomba” y admiramos su
incansable afán anotador. Sin embargo, no hacía falta tener
activados los cinco sentidos para darse cuenta de que el Gran Capitán
de aquellos victoriosos tercios no era él, sino un tipo aún más
pequeño, un base con el sello de La Penya, pero investido además de
un genuino sabor a playground. Raül López.
Raül,
hasta la segunda lesión grave en la rodilla, acaecida en un amistoso
contra Rusia el verano de 2002, mezclaba el vértigo y el sosiego, el
orden y el caos, con deliciosa naturalidad. Su físico, sin ser el de
un gran atleta, le permitía improvisar, de vez en cuando, osadas
penetraciones que si no culminaban en canasta lo hacían en un pase
al más puro estilo Magic Johnson. Por aquel entonces, cuando aún
podía ejecutar lo que imaginaba, su juego, sin dejar de ser eficaz,
evocaba casi sin querer la palabra entretenimiento.
Todo
lo cambiaron las malditas lesiones, aquellas que se iban sucediendo
con una suerte de macabra periodicidad, justo unos meses después de
saborear el reencuentro con las pistas, al tiempo mismo de empezar a
coger sensaciones. Una de ellas, sucedida ya en las filas de Utah
Jazz truncó la que estaba siendo una buena experiencia en la NBA.
Como suplente de Carlos Arroyo, Raül disputó muy buenos minutos
llevando la manija del equipo entrenado por Jerry Sloan, un
entrenador nada dado al elogio y que no dudó, en cambio, en comparar
el juego del base de Vic con el del gran ídolo de la parroquia
local, John Stockton.
Pero
tocó regresar y reinventarse. Ser, ahora sí, el base modélico que
se enseñaba en las escuelas de baloncesto a comienzos de siglo
(antes de que Curry se graduara en primaria), el heredero de los
Solozábal, Corbalán, Rafa Jofresa y compañía. De díscolo jugón
amante del riesgo, Raül pasó a ser la justa medida, la prudencia;
el balance a tiempo, el tiro correcto, la ortodoxia más pura. Por
suerte, como pidiendo perdón a su público, de vez en cuando aún se
destapaba con una acción genial, con un resquicio de ese genio
reconvertido a la fuerza en oficio.
Y
así llegaron los títulos y los reconocimientos. El mayor, sin duda,
el que le brindó Aíto llamándolo para Pekín, donde jugó unos
minutos brillantes y decisivos en la semifinal contra Lituania
haciendo lo que debe hacer un buen base: cuidar el balón y meter los
tiros libres. Quién se lo iba a decir a él, al caudillo de aquella
generación victoriosa; quién le iba a decir que volvería de la
nada para compartir nuevamente la gloria con esos amigos que habían
dejado de girar en su órbita para pasar a formar sus propias
galaxias.
Finalmente,
esta semana, meses después de que lo hiciera Kobe Bryant, otro
eterno luchador perseguido por el infortunio en forma de lesiones,
Raül López ha anunciado que esta será su última temporada, que
nos deja definitivamente un poco más tristes y más huérfanos a
todos los que, lo crean o no, fuimos perfectamente conscientes que en
aquel verano lisboeta se estaba gestando algo muy grande de la mano
de un gran base.
GRACIAS
POR TODO RAÜL. UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
1 comentarios:
Lástima de lesiones. Gran jugador, qué tendrán los Raúles y eso que no soy merengue ;)
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