ANEXO
Esta
última pieza del diario, escrita desde la aparente quietud del
hogar, desde el espejismo de apacibilidad que encierra la palabra
“casa”, es más bien un resumen, un compendio de todo lo vivido
en estos cuatro días y tres noches bajo la Alhambra. Como he venido
haciendo en entradas anteriores, para evitar estrujarme los sesos en
busca de una estructura que articule el texto, voy a lanzar unos
cuantos titulares que, en el caso de hoy, bien podrían ser
considerados aprendizajes.
Viajar
no es el estado natural del hombre. Por mucho que tengamos dos
piernas, si el creador o la evolución hubieran querido que
estuviésemos de aquí para allá nos hubieran librado de este pesado
culo.
Me
gusta trabajar con niños y adolescentes. No cuidarlos. Me gusta
conocer cómo piensan porque yo quisiera seguir pensando como ellos, percibiendo el mundo a través de esa visión de túnel que
ahora ya no puedo tener porque mi memoria actúa como retrovisor y en
él aparecen todos mis miedos y mis fracasos. Me gusta incitarles a
ser valientes, a responsabilizarse, a sentirse importantes, pero no
imprescindibles. Me alivia, en cambio, saber que a las pocas horas –o
a los pocos días, como fue el caso– acudirán a recogerlos sus
padres.
Me
cuesta actuar en equipo. Pido lo que no soy capaz de dar. Me
las arreglo mejor solo y, sin embargo, demando de ellos todo lo
contrario. Soy el verso que no rima por descuido del poeta, soy la
métrica imperfecta de un endecasílabo impropio. A veces tengo ideas
y no las comunico. A veces porque no le doy importancia. Otras,
porque simplemente me olvido.
Entre
la fatiga y el exceso de adrenalina. Un campeonato en formato
concentración es un auténtico vaivén de sensaciones. El día que
crees que vas a estar mejor, las piernas parecen de plomo. Cuando das
por hecho que ya no queda gasolina en el tanque, la adrenalina
irrumpe a borbotones. La primera tarde, después de ocho horas de
viaje jugamos un buen partido. Ayer, para despedirnos, tras tres
noches fuera de casa, jugando a las nueve de la mañana, bordamos el
baloncesto durante veinte minutos. Al final, la voluntad lo es casi
todo.
El
equipo está bien. Reacciona a los estímulos, tiene orgullo y
ambición. Nos molestó perder contra Algeciras y no nos sirvió como
excusa la inferioridad física o que el arbitraje no fuera el mejor posible.
La dinámica es positiva y en ella se integraron sin problema cinco
chicos que no venían trabajando con nosotros. Ojo, no se equivoquen,
mi mérito es el de un miembro más de esta familia que hemos formado
cediendo todos un poquito, aceptando la esencia misma de la palabra
“otro”.
Viva
el basket, el deporte que con sus reglas y con su historia; con
sus leyendas y sus nuevos ídolos, nos cita en torno a su seno y nos
permite seguir acumulando experiencias y entablando amistades.
Cuentos de la Alhambra (I)
Cuentos de la Alhambra (II)
Cuentos de la Alhambra (III)
Cuentos de la Alhambra (IV)
Cuentos de la Alhambra (I)
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Cuentos de la Alhambra (III)
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