Me
pillan echando cuentas, explorando los entresijos del oficio de
entrenador de baloncesto, analizando las probabilidades que un tipo
nacido en Salamanca, sin especiales cualidades para el juego, tiene
de prosperar en este mundillo. Solo espero que no me lean quienes “ya
me lo habían dicho”, o quienes, sin expresarlo verbalmente, me
invitan continuamente a retomar la idea de preparar una oposición
por el simple –que no banal– hecho de asegurar el futuro. Me
pillan haciendo tablas, investigando trayectorias y buscando
causalidades que me hagan llegar a la receta del “éxito”;
tratando de discernir, en definitiva, cuáles son los caminos a tomar
si es que, verdaderamente, somos nosotros, y no el azar, los que los
elegimos.
Y
resulta que de los 34 entrenadores que pueden vivir más que
dignamente de esto en nuestro país (los 18 de ACB y los 16 de LEB
Oro) 10 fueron jugadores de élite. Su conocimiento del juego por
“haber estado ahí” y su acceso privilegiado a los códigos
internos de un vestuario los hace candidatos casi inmediatos a un
puesto de estas características. El último en incorporarse a esta
lista ha sido Carles Marco, pero de todos ellos el más veterano y
reputado es, sin duda, Aíto García Reneses, excelso base en
Estudiantes y F.C. Barcelona y auténtico gurú de los banquillos.
Muchos de ellos llegaron a los cargos técnicos de grandes equipos
sin haber conocido otras categorías y, por supuesto, ninguno de
ellos hubo de dedicarse antes al baloncesto de cantera. El caso
paradigmático de entrenador de estas características es, hoy en
día, Pablo Laso, aunque al menos el vitoriano sí que recorrió
ligas más modestas dentro del mundo senior antes de dar el salto a
la ACB.
Otra
variable a tener en cuenta es la geográfica. De nuevo, al igual que
en tantas otras facetas de la economía nacional, se reproduce el
patrón centro-periferia que explica el actual mapa de riqueza y
desempleo en nuestro país. El centro, agrario y despoblado, es
también, en el baloncesto, un erial con un único foco productivo
situado en Madrid. Además, no es difícil encontrar en Badalona la
sede del particular Santa Clara Valley de nuestro gremio, la mayor
concentración de talento e innovación por metro cuadrado entre las
columnas de Hércules y los montes Balcanes. Siete de los
veinticuatro entrenadores que no fueron antes jugadores de élite, se
formaron en las categorías inferiores del baloncesto catalán y seis
de esos siete (Pedro Martínez, Salva Maldonado, Joan Plaza, Sito
Alonso, Roberto Sánchez y, por supuesto, Alfred Julbe) bebieron
directa o indirectamente del maná que fluye por las canchas de
Badalona. Pero ojo, más allá de la conurbación barcelonesa, el
resto de focos y núcleos nos remite a zonas con cierta tradición y
a “escuelas” de baloncesto más o menos asentadas en torno a
algunas figuras reconocidas. Sin embargo, cabe esperar que gracias a
las nuevas tecnologías y a la superación de las barreras
espaciales, idiomáticas y culturales, proliferen casos como los de
Sergio Valdeolmillos (Movistar Estudiantes) o Carlos Frade (Planasa Navarra), con formación también en el
extranjero. Casos particulares de aprendizaje autodidacta y fuera de
los grandes circuitos serían los de Toni Ten (Amics Castelló) y Porfirio Fisac (Retabet.es GBC),
ejemplos claros de que al menos unos pocos pueden evitar el filtro
del determinismo geográfico o la ausencia de “escuela”.
Otra
de las cuestiones pasa por esclarecer si el camino hacia un banquillo
de élite pasa por recorrer todas las categorías de cantera en algún
club de garantías o en “ascender” rápidamente, como ayudante o
directamente como entrenador principal, al baloncesto senior en sus
diferentes ligas. Una vez estudiado y analizado el caso de los
veinticuatro entrenadores que no habían sido anteriormente jugadores
de élite, los resultados no aportan una conclusión definitiva.
Trece de esos veinticuatro, efectivamente, empezaron en un colegio y
fueron pasando por todas las categorías de cantera inmersos, eso sí,
en clubes con equipos ACB o LEB (Xavi Pascual, Salva Maldonado, Sito
Alonso,...). Sin embargo, los otros once encontraron rápidamente un
puesto en un equipo EBA o se convirtieron en ayudantes de alguno de
los equipos senior de un club con una gran infraestructura (es el
caso de Gonzalo García de Vitoria, Sergio García Martín o Luis
Casimiro).
En
cualquier caso, más allá de la importancia de haber sido jugador,
del determinismo geográfico o de la hoja de ruta que cada uno se
dibuje, es conveniente armarse de paciencia. La media de edad de los
entrenadores en ACB es de 49,8 años y la de los entrenadores en LEB
de 44,4. La experiencia es un grado y el bagaje una componente
fundamental en la decisión de los equipos directivos y secretarías
técnicas de los clubes. Así que tomen nota, para alcanzar uno de
esos treinta y cuatro deseados banquillos, juegue muy bien al
baloncesto, nazca y crezca en Barcelona o Madrid, arrímese a un buen
maestro y forme parte de una reputada escuela, acérquese pronto a un
equipo de cantera o a un equipo EBA con buena visibilidad y, lo más
importante de todo, peine canas o falsifique, en su defecto, su documento de
identidad.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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