Hasta
Rajoy lo intuía cuando la mañana después de encajar la primera
hostia de la semana pasada, se dedicó a caminar en la cinta: el
ejercicio físico repercute favorablemente en el rendimiento.
Lástima, para el presidente en funciones, que no directamente en los
resultados electorales. Un reciente estudio de la Universidad Internacional de Valencia y del que los medios se han hecho eco en días pasados, ha venido a confirmar lo que en su día concluyeron otras instituciones en España y también en el extranjero.
“La
capacidad cardiorespiratoria y la habilidad motora están
relacionadas con el rendimiento escolar”, afirma Francesc
Llorens, cabeza visible del estudio. Resulta que el ejercicio se
correlaciona de manera directa y positiva con la generación de
neurotransmisores y con factores de crecimiento cerebral que a su vez
fortalecen las conexiones neuronales que facilitan la memoria y el
aprendizaje. Y si dos de las facetas que nos identifican como
especie dentro del mundo animal son nuestra capacidad de razonamiento
y nuestra habilidad para crear recuerdos, el resultado de este
estudio no puede ser tachado en ningún caso de intrascendente.
“Una
mejor respiración alienta la comunicación entre las células y, por
otra parte, la habilidad motora favorece la concentración”,
relataba en este caso Irene Esteban-Cornejo, coordinadora de unestudio semejante llevado a cabo en el marco de la Universidad Autónoma de Madrid en 2014 y en el que la muestra superó el número
de dos mil estudiantes. Por su parte, en el Reino Unido, el Estudio Longitudinal Avon de Padres y Niños también conocido como “Niños de los 90”, en el que se hizo un seguimiento de más de 14.000
chicos y chica nacidos en 1991 y 1992, fue aún más lejos al
concluir que había un efecto dosis/respuesta, es decir, que “cuanto
más intenso era el ejercicio realizado, mayor era el incremento de
las calificaciones”. Acompañaba todas estas proposiciones
con un argumentario neurológico muy sesudo del que soy incapaz de
extraer una pequeña síntesis sin incurrir en errores de bulto, pero
del que se deducía muy fácilmente la misma tesis del resto de
estudios.
Esto
que han venido a demostrar instituciones de gran prestigio es lo que
muchos ya intuíamos. Las mejoras atencionales, en la capacidad
espacial y las no mencionadas en estos estudios relacionadas con las
habilidades sociales, en el caso de los deportes de equipo, no
necesitaban del respaldo de ningún estudio para su sostenimiento. En
muchas ocasiones, y sin querer desprestigiar el bendito oficio del
magisterio, el patio y el pabellón han servido como correctores de
conductas desviadas que la escuela no hace más que reforzar con lo
esclerótico de su forma y lo oscuro de su fondo y su discurso. Cada día, un
muchacho estresado o aburrido, encuentra sentido a su infancia
correteando detrás de un balón, colaborando con un compañero y tratando de conseguir un reto, aunque como le sucede también al
horizonte, se desplace al mismo ritmo que sus intentos por
alcanzarlo.
Así
que ya lo saben, muévanse e inviten a sus hijos a que organicen su
apretada agenda marcada por los deberes escolares, el chat de
WhatsApp y la videoconsola, para que quede en ella un espacio de
tiempo para correr y saltar. Recuerden, si no, lo mucho que les puede
ayudar esto a pensar y que pensar, después de todo, no está tan mal.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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