Setenta
veces siete pido perdón por cada una de las setenta entradas que con
esta han salpicado con tinta virtual este diario durante 2015.
Setenta por no dejarlas en sesenta y nueve, número redondo y
simbólico, pero poco conectado con el perfil más bien escarpado de
este diario y su autor. Setenta entradas que, partiendo de la órbita
de un balón de baloncesto, tomaron derivadas inesperadas adquiriendo
rumbos no siempre queridos. Setenta entradas de las que, agrupadas
temáticamente, rescataré a modo de resumen las que más me
gustaron.
En
2015 quise airear los cajones de mi habitación y extraer de entre las pelusas y el polvo la pedagogía asociada a la formulación de dilemas en un par de entradas de diario que invitaban a la reflexión y al diálogo.
También, después de ver Wiplash, la película basada en la
descarnada lucha de un aspirante a baterista, quise compartir mi
opinión sobre la crisis de las vocaciones. Meses después, tras leer la obra
de Ramón Gener, Si Beethoven pudiera escucharme,
extraje un cuento que él mismo incorporaba para reflexionar sobre la creatividad y relacionarla, a posteriori, con la enseñanza del
baloncesto. Por último, para no firmar en noviembre mi primer mes en
blanco después de más de cinco años, tuve que inventarme un
pequeño juego con mi equipo infantil para poner a prueba la
honestidad de los jugadores y el pacto de confianza que hemos establecido. Todo para hablar del baloncesto en su faceta más
didáctica. Todo para hablar, en definitiva, de educación, en un
país donde todos estos temas se resuelven a base de decreto y sin
abordar las cuestiones de fondo. 41-32 fue el marcador.
En
esta misma línea, quise recuperar también la línea trazada por los
grandes maestros. Si Billy Wilder escribía los guiones para sus
futuras películas en un despacho presidido por un gran cartel que
rezaba “¿Cómo lo haría Lubitsch?” todos los
entrenadores deberíamos planificar nuestras temporadas y nuestra
toma de decisiones con un lema parecido siempre en mente. En mi caso,
y en este caso el blog sirve tanto de radiografía como de
manifiesto, pienso que John Wooden, Mike Krzyzewski y Gregg Popovich deben ser
los tres grandes referentes. Todo para poder triunfar al recibir,
cerca del final de una carrera o de la propia vida, el cariño que el
mundo del baloncesto le expresó a Jim Valvano poco antes de morir y
que tan bien recoge el documental Sobrevive y Avanza. O todo,
simplemente, para que pasados unos años, sigamos recibiendo una
llamada cuya primera frase sea: qué tal entrenador.
En
este año que termina escribí también sobre actuaciones que me
emocionaron. Sobre el virtuosismo de los 37 puntos en un cuarto de Klay Thompson, sobre los valores que hay detrás de los 40 puntos de Pau Gasol en la semifinal del Eurobasket y sobre el heroísmo de la
victoria de los Clippers ante los Spurs en el playoff de la mano de
un Chris Paul haciendo las veces de un Héctor resucitado. En la
previa de las finales hablé también del gran villano de la liga y
de ese niño al que se hace necesario recordarle cada poco que deje de joder ya con la pelota.
También
hubo espacio para los grandes equipos. También, incluso, para uno de
fútbol, el Atlético de Madrid, tras su 4-0 en el derby de la
capital. No me olvidé de los Spurs a raíz de la victoria de los Patriots, su “alter ego”, en la Superbowl. Y hablando de almas
gemelas, aproveché la visita de los Celtics a España para referirme
a los paralelismos que de modo natural se establecen entre ellos y el Madrid, un Madrid, por cierto, en el que Laso obtuvo al fin el premio
al no siempre valorado talento de “saber esperar”. Por supuesto,
en el año de los Warriors, no pude evitar comparar su juego con el
de otros grandes equipos, de este y otros deportes, en la entrada que
titulé “El baloncesto total”.
Por
lo que a mí respecta, seguí formándome de manera más o menos
activa. Lo hice en la semana de entrenadores a la sombra de Porfirio Fisac en Valladolid y también de regreso a Zaragoza para el máster
de táctica, donde además tuve la gran oportunidad de exponer los
resultados del proyecto de investigación del CES 2014. Además,
aunque de manera muy precaria, a través de vídeos de los que
sentiré vergüenza –espero– el día de mañana, quise explorar
mi vena divulgadora hablando de los Spurs y el pase, de Curry y
Carmelo y sus habilidades en el uno contra uno, de la defensa del futuro que representaron, aunque solo fuera el año pasado, los
Milwaukee Bucks, y de nuevo, del juego de pick and roll de los San Antonio Spurs. Además, rescaté la sección más longeva de este
blog con la octava edición de Aclarando conceptos.
Y
saqué a la luz reflexiones de fondo de armario que no interesan a
nadie, y menos en Navidad. Y busqué la solución en la catedral de Burgos, en la redefinición de la oferta televisiva o en el
replanteamiento del lugar que ha de ocupar el baloncesto en el sistema educativo. Y divagué, y caí en incoherencias y paradojas
–esas que no se perdonan en esta sociedad tan perfecta que no duda
ni a la hora de autodestruirse–. Y no convencí. Y fracasé como lo
hacía Scott Fitzgerald en comparación con Hemingway, pese a que su
prosa era tal vez (seguro) más profunda y delicada. Y reclamé, de
manera cuanto menos osada, cada vez que le di al botón “publicar”,
un lugar en la vida privada de muchas personas. Porque uno escribe
para que lo lean, aunque escriba lo que le dé la gana. Como es el
caso.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS