“Y
ahora, dadme el billete de cinco euros que he dejado caer junto a
aquel banquillo”. Así terminé el entrenamiento de hoy con
mis infantiles. Un entrenamiento bastante bueno, la verdad. Con
ritmo, intenso, con varios gestos de calidad. Pero yo quería mi
billete, el que había dejado a propósito en el suelo nada más
comenzar la sesión con la intención de observar reacciones y
comportamientos, tratando, en definitiva, de conocer mejor a los
chavales que tengo el gusto de entrenar.
El
lunes anterior, a pesar de ser muy tarde para ellos, tuve que
reunirlos al acabar la sesión. En el ejercicio competitivo de tiro
por equipos ambos conjuntos incurrieron en la tentación de contar de más. Yo, que estaba en el medio del campo vigilando la técnica de
lanzamiento, pude percatarme aun así de algunos “errores
matemáticos” que no me gustaron. En mi discurso final no
me quedó otra que sacar a colación la palabra honestidad, en su
cuarta acepción en el diccionario.
“Probo,
recto, honrado”. Así define la RAE a una persona honesta.
Y si vamos a honradez nos habla de “rectitud de ánimo e
integridad en el obrar”. Valores a la baja,
sin duda. Desconocidos por arribistas y corruptos, por famosillos y
pregoneros de una felicidad basada en la acumulación de medallas y en la que todo vale mientras no te pillen.
Principios ignorados por los personajes de esta comedia humana a la que asistimos a diario
y de la que nuestros jóvenes son testigos atentos, testigos y
víctimas pues, en su proceso de horneado y ante tanto estímulo de
dudosa calidad, corren el riesgo de acabar apestando al humo con el
que numerosos personajes de la vida pública, ejemplos paradigmáticos
del “éxito”, ocultan sus miserias.
¿Cuál
es nuestro papel como entrenadores? Desde luego, si seguimos en esta
deriva semántica, el entrenador, en cuanto que “persona que
entrena”, es decir, en cuanto que persona que “prepara
o adiestra personas o animales, especialmente para la práctica de un
deporte”, no tendría por qué ocuparse de un tema
colateral como pudiera ser la honradez de sus jugadores. Sin embargo,
tal vez, en cuanto que educador (o coeducador), “persona que
educa”, persona que según la segunda acepción de educar,
“desarrolla o perfecciona las facultades intelectuales y
morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios,
ejemplos, etc.” sí que tenga algo que decir.
Pero
claro, en este terreno somos, a ojos del derecho laboral, intrusos.
Algunos no hemos estudiado pedagogía. Otros no han cursado el
antiguo Certificado de Aptitud Pedagógica (hay que tener cara para
llamarlo así). Y más allá de la fétida burocracia, en la búsqueda
de nuestra propia honestidad, cabe hacernos la siguiente pregunta. ¿Quiénes somos nosotros, “personas
que entrenamos”, para promover o inculcar unos valores?
Aquí
les diré que una de mis motivaciones para dejar caer un billete de
cinco euros en el suelo y tratar de sonsacar de lo anecdótico una
enseñanza, pasa por esa suerte de “contrato” que he “firmado”
con los padres de los chicos y en virtud del cual quedo
responsabilizado de una parte de su educación. Ello, que me
inhabilita para inculcar según qué pensamientos propios,
ideológicos o políticos, creo que me faculta, en cambio, para
hacerles llegar esos valores que, en mi modesta opinión, convierten
a una sociedad en más virtuosa; esto es, en mejor conocedora
del bien. Y ya nos lo dijo Aristóteles, para practicar el bien
primero hay que conocerlo.
Pero
más allá de estas premisas morales, les diré que lo que de verdad
me movió a reflexionar sobre el concepto mismo de honradez, es lo
imprescindible de su presencia en el seno de un grupo para que este
funcione. Solo si el uno puede confiar en el otro, y viceversa, podrá generarse el entorno de confianza necesario para que los elementos puedan fluir
hacia ese estado deseado por todo entrenador en el que el conjunto es
mucho más que la suma de todos los individuos por separado.
Así
que, desde mi experiencia, en beneficio de la educación de las
futuras generaciones de adultos, pero también para que tu grupo esté
mucho más cohesionado y pueda conseguir sus objetivos, enseña HONESTIDAD (y practícala, faltaría más). Ah, me olvidaba. Procura que no se te caigan al
suelo cinco euros. Eso pese a que los míos, aunque hechos llegar por un remitente anónimo, hayan vuelto a mi poder
minutos después de que desaparecieran.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS