Otra
vez en los cuartos de final de un gran campeonato, en el lugar que
nos corresponde por demografía y tradición baloncestística.
Estamos donde hace un año, en nuestro mundial, pero con la sensación
de haber retrocedido dos décadas en el tiempo, a un nuevo período
de transición, como aquel que tuvimos que atravesar entre la
generación de Los Ángeles 84 y esta que apura sus últimas fuerzas.
Ahora mismo, a fecha de hoy, a una semana de que finalice el
Eurobasket, un objetivo razonable podría pasar por ganar un único
partido. Ello nos garantizaría estar entre los siete primeros y
acudir al Preolímpico a luchar por una plaza para Río. Hay tres o
cuatro selecciones mejores que España quilate a quilate y una de
ellas es Grecia. Ganarles, admitámoslo, sería una sorpresa.
Es
triste, pero son las sensaciones que nos deja un grupo que, sin el
talento de otras ocasiones, se aferra a la presencia de Pau Gasol
para seguir soñando en bronce, plata u oro. Pero Pau está
magullado, al límite de sus fuerzas, soportando el dolor sabedor de
su importancia. Una importancia que sería extraordinaria en
cualquier equipo, y que se muestra vital en las actuales
circunstancias. Su séquito tiene menos talento, menos desparpajo y
menos gasolina que aquel que le acompañara en pasadas citas
olímpicas, mundiales o continentales. Gasol quiere estar en Londres.
Gasol quiere ganar cada partido. Gasol sabe que, sin Gasol, España
es una selección vulgar.
De
la sequía de nuevos talentos, quizá tenga que ver la propia
alargada sombra de esta generación, una generación a la que todos
los seleccionadores han ido prolongando su fecha de caducidad,
conscientes de lo insustituible de su sello. Sin embargo, más allá
de que se le hayan cerrado puertas a posibles talentos de futuro, lo
cierto es que la factoría lleva años funcionando bajo mínimos. La
base de nuestra selección ronda o supera ampliamente La treintena.
Ricky, Mirotic e Ibaka, con la particularidad de que de estos dos
últimos solo podremos utilizar a uno en los diferentes campeonatos,
están a la espera de dar un salto en su protagonismo. Es el
resultado del descenso de nivel de las competiciones nacionales,
víctimas de la crisis; de las prisas de algunos entrenadores por
cosechar antes de tiempo y de numerosos factores sociológicos que
hacen que cada vez sea menos rentable arriesgarlo todo para emprender
una carrera profesional.
Hace
veinte años, un 30 de junio, en la radio del coche de mi padre,
aparcado junto a la playa de Alba de Tormes, escuché cómo perdíamos
ante los anfitriones griegos en el choque de cuartos de final por 66
a 64. Eran los años de Dejan Stankovic como presidente de FIBA, años
de continuas sospechas de prevaricación arbitral. Eran años,
también, en los que la selección acudía acomplejada a las citas
internacionales. Quizá, siendo realistas, debamos ir
acostumbrándonos a acudir nuevamente a los torneos sin la vitola de
favoritos. Tal vez tuviera razón el gran Carlos Gardel. Tal vez
estemos obligados a aceptar que veinte años no es nada y "volver" a pensar como entonces.
P.D. En los últimos minutos se ha conocido la muerte de Moses Malone, uno de los pívots más dominadores a comienzos de la década de los ochenta. Descanse en paz.
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