La
semana pasada he estado siguiendo el Campeonato de Europa masculino
sub 18 disputado en Grecia en el que la selección española solo ha
podido ser séptima tras caer ante Bosnia en los cuartos de final. En
él he observado que los chicos juegan igual que los adultos, es
decir, que las selecciones de formación son clones de equipos ACB y
selecciones absolutas. Esto es, corren más bien poco, juegan con
sistemas elaborados que rara vez culminan en menos de catorce
segundos, apenas introducen un balón interior, (los grandes son
ejecutores de bloqueos y esforzados del rebote) definen en situación
de bloqueo directo y como las defensas priorizan parar al driblador y
la continuación todo acaba resumiéndose en un concurso de triples.
Solo
las selecciones balcánicas constituyen una excepción, aunque la de
Serbia U-18, en concreto, menos de lo que lo pudo ser la U-20 que le
arrebató el oro a España en la final. Son verticales, construyen
desde el uno contra uno y el concepto de dividir y doblar (draw and
kick) y dominan el arte de la parada y tiro (pull up shot) y el de la
fabricación de espacio desde bote. Normalmente carecen de
especialistas y cuentan con tipos grandes, muy grandes, con una gran
lateralidad, amenaza de tiro y presencia en el rebote.
La
pregunta es si la formación debería tener sus propios códigos, si
en vez de victorias los logros debieran estar enfocados a la
promoción de los jugadores, aunque claro, defensores del estado
actual de cosas afirman que solo a través de la competición puede
terminar de formarse un jugador llamado a formar parte de la élite.
Si preguntas a los técnicos federativos todos presumen de que el
jugador español destaca entre sus compañeros de generación por su
capacidad para competir. Y es cierto, pero a su vez es también un
eufemismo de ciertas carencias relativas a la técnica individual que
son, al final, junto con los condicionantes físicos, las que dan el pase a grandes contratos y grandes
ligas.
Quizá
el excesivo uso de soluciones tácticas que van más allá de
nociones básicas sobre ocupación de espacios, acompañamiento de
penetraciones y ofrecimiento de ángulos de pase se deba a que, de lo
contrario, sin estas herramientas, nuestros jugadores no podrían
competir de tú a tú con otras selecciones. Tiro de memoria y vengo
a recordar una selección sub 19, en el mundial junior de Lisboa que
vencemos, mucho más vertiginosa y simple en sus planteamientos. Y
también con soluciones novedosas y a priori poco lógicas (Raúl
López posteando a su par, unos contra uno de Pau Gasol desde seis
metros,...). Ahora bien, quizá aquello solo pueda repetirse cuando
volvamos a tener una generación de semejantes características. Y el
sentido común nos dice que no se volverá a repetir.
Bueno,
todo esto para continuar dotando de argumentos a mi particular
posición en favor del juego uno contra uno, del enfrentamiento
directo, de la lucha frontal entre el ánimo de crear y la necesidad
de destruir. Nuevamente acompaño un vídeo, esta vez de Carmelo
Anthony, ese nativo de Brooklyn de ascendencia portorriqueña y afroamericana que
juega como dicta tal mezcolanza, como esa mezcla de parque y escuela que terminó
derivando en uno de los más versátiles jugadores ofensivos. Capaz
de anotar desde cualquier punto de la cancha, Carmelo es, junto con
Kobe Bryant, el verdadero maestro de la triple amenaza, la situación
de juego en la que el atacante, con los pies encarados a la canasta, puede realizar cualquier acción del juego pudiendo, a través del uso de las fintas, cubrir sus verdaderas
intenciones. De nuevo, si sois jugadores o entrenadores, os invito a
aprender de los mejores a través del siguiente vídeo.
Si te interesó puedes recuperar la lectura de:
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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