La
excelencia es una mierda, vociferó Jenaro en el salón de actos
del hotel Tryp de Zaragoza. Se refería a lo volátil de un concepto
que se altera en función del baremo que se utilice para la
comparación. “Hoy es Curry, pero mañana será otro”. Un no
parar.
La
empatía táctica. Como también sucedió el año pasado, cada
curso eleva a la categoría de mantra alguna reflexión surgida del
propio desempeño de los alumnos, amén de alguna otra lanzada más o
menos abiertamente por el claustro de profesores. Este año, además
de la insistencia en aspectos pedagógicos, se ha hecho mucho
hincapié, a raíz de la intervención de Roger Grimau a la que hice
referencia en el post anterior, en la importancia de tener
involucrados a los jugadores en el entramado táctico del conjunto
tratando de que se sientan cómodos y crean en nuestra propuesta.
Hacer
que los jugadores crean. Hilando con el punto anterior y a
colación de una entrevista que concediera Zeljko Obradovic con motivo de la Final Four de la Euroliga en Madrid, surgió en el foro
de debate con los entrenadores de LEB que han conseguido el ascenso
deportivo con sus respectivos equipos, la trascendencia de tener a la
plantilla de nuestro lado, a muerte con nuestras decisiones, con un
lenguaje corporal que denote que los jugadores serían capaz de ir a
la guerra si nosotros se lo pidiéramos. Para ello, claro,
conocimiento, capacidad de convicción y empatía. El arte de
entrenar es también, o más aún, el arte de dominar las relaciones
humanas.
Que
el ritmo no pare. Ya por la tarde, en el pabellón, tomaron la
palabra Orenga y Jenaro Díaz para introducirnos en la importancia de
que no se detenga nunca el balón. El jugador profesional debe ser
capaz de decidir con el balón en el aire, antes de la recepción. Ha
de ser capaz de estar tirando, pasando o poniendo el balón en el
suelo antes de que este repose en sus manos para que la defensa nunca
pueda alcanzar las posiciones deseadas tanto en la recuperación o
closeout al jugador con balón como en los triángulos defensivos
fuera de él. En formación se le enseña al jugador a parar y mirar
antes de tomar una decisión. La élite exige ir un paso más allá.
Bendito
y maldito bloqueo directo. No hay espacios para jugar uno contra
uno. Los entrenadores solo consideramos un buen tiro el lanzamiento
liberado y aquel otro que se intenta bajo aro, aunque sea en
presencia de varios defensores. Sin querer, como consecuencia de la
reducción de talento en todas las competiciones, de la mayor
preparación física y actividad de pies y manos de la defensa y de
los scouting, el espacio para jugar uno contra uno y generar ventajas
a partir del mismo se ha reducido. Así, aunque parezca un
contrasentido, poner dos jugadores cerca facilita el spacing de los
otros tres jugadores, ensancha el campo y mejora la capacidad de
obtener ventajas en diferentes puntos de la pista. Sin embargo, dado
su profusa utilización, los niveles de adaptaciones defensivas son
también de una sofisticación increíble, lo que hace que esa
capacidad de generar ventajas dependa, como casi siempre, de la
amenaza que representen los jugadores implicados (que son los cinco)
y de su capacidad para leer los ajustes que proponga el rival. Estas
fueron alguna de las conclusiones de un foro en el que los
participantes del Máster de Táctica pudimos comprobar cuáles son
las últimas tendencias en el ataque y defensa del ínclito bloqueo
directo. Aunque insisto, se pueden hacer muchas más cosas.
Cuidar
el negocio. Fue Ñete Bohigas, entrenador del Ciudad de Cáceres,
el más claro al respecto. O cambiamos ciertas normas o nos quedamos
solos, con el pabellón vacío y con cuatro despistados viéndonos
por el televisor. Se habló de darle un metro más al campo a lo
ancho, de introducir los tres segundos defensivos que llevan años
instalados con éxito en la NBA y de castigar severamente la falta
táctica, al menos esa que corta contraataque y que impide que
disfrutemos del vértigo que suele acompañarlo por definición. Con
estos cambios acabaríamos con las ayudas que ni siquiera tienen que
ir, sino que ya están preparadas y le devolveríamos parte del
protagonismo a una acción, el uno contra uno, en la que dos
jugadores miden sus capacidades al más puro estilo del oeste.
El
oficio. Quiero terminar esta entrada agradeciendo las más de dos
horas que Gonzalo García de Vitoria, entrenador del Ourente, nos
dedicó al final de la jornada, y hasta bien entrada la madrugada,
revelándonos no solo cuestiones relativas al bloqueo directo que
habíamos dejado pendientes en la charla prevista en el horario, sino
también aquellas otras que tienen más que ver con el oficio de
entrenador. Lo hizo recuperando las claves tácticas, pero también
emocionales, que llevaron a su equipo a remontarle un 2-1 en contra
al Breogán de Lugo para hacerse con el derecho al ascenso a ACB. Ahí
comprobamos el grado de detalle que se alcanza, dónde está el
listón de la excelencia, por mucho que a Jenaro le repugne la
palabra. Y por mucho que yo le entienda. Tomar la decisión de querer
ser entrenador en nuestros días es difícil. Llegar a serlo
profesionalmente, una larga y dura travesía.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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