El
pasado domingo, la selección española ganó el campeonato sub 20
femenino. Lo hizo basándose en una magnífica demostración de
poderío defensivo, siendo mucho más agresiva que cualquiera de sus
rivales en el campeonato. Su medalla de oro se suma a la larga lista
de condecoraciones que adornan las vitrinas de la Federación y, al
menos, se consiguió con Teledeporte como testigo. Bueno, también
con bastante afición en las gradas de Teguise, en Lanzarote.
Los
chicos de su misma edad, en cambio, afrontan en Italia la búsqueda
del campeonato en un ambiente de clandestinidad. Sus partidos se
pueden seguir por streaming a través de la página de la FEB, lo que
es de agradecer, pero eso mismo nos permite comprobar que apenas son
capaces de reunir cien almas en el pabellón. Después de siete
victorias consecutivas afrontarán a partir de mañana el camino
hacia las medallas. De conseguirla, tendremos otro galardón más del
que presumir.
A
veces tengo la sensación de que todas estas victorias son poco menos
que números. Números, sí, como de los que echan mano los políticos
en sus intervenciones en el Parlamento. Claro que, detrás de esos
números, hay largas semanas de trabajo y años de selección y
perfeccionamiento. Sin embargo, si el mérito escapa de los focos, si
los éxitos quedan en un segundo plano y apenas sí ocupan un exiguo
espacio en los periódicos; y si además los mejores jugadores
europeos de una generación son incapaces de reunir a más de cien
personas para ver sus partidos, a uno le cabe preguntarse por qué le
damos tanto valor a todo esto.
Trascendencia
e importancia no deberían estar reñidas, es cierto. La primera es
una dimensión social; la segunda, una percepción subjetiva (la foto de portada es un claro ejemplo de ello). Es más,
si el desarrollo de una actividad dependiera de la valoración
colectiva de la tribu, el abanico sería estrecho y de dudosa
calidad. De ahí que los técnicos de la federación se afanen por
presentar equipos competitivos, por hacer exhaustivos scouting de los
rivales, por motivar a los jugadores, por tener controlados todos los
aspectos extradeportivos de una concentración,... Por hacer bien su
trabajo, en definitiva. De ahí, también que los chicos ofrezcan lo
mejor que llevan dentro, su máximo esfuerzo, desde la base de que
este es innegociable. E igual los árbitros, los oficiales y
auxiliares de mesa, los voluntarios y organizadores de cada torneo.
No es una cuestión de trascendencia. Es un asunto de orgullo, competitividad y
compromiso personal.
Pero
entiéndanme cuando les propongo la siguiente pregunta. ¿En qué
medida importa el baloncesto? Sin una repercusión que rebase los
límites de un círculo cerrado el baloncesto pasa por ser un
divertimento privado, parecido al de esos chicos que se reúnen
semanalmente para jugar al rol o para pegar unos tiros virtuales en
un videojuego. Es decir, si los éxitos federativos en categorías
inferiores permanecen fuera del conocimiento del común de los
ciudadanos, si son conocidos solo por una pequeña “casta” de
frikis del baloncesto y se limitan a un resultado, como el de ganar o
perder en una partida de cartas con los amigos, ¿por qué reclamar
de instituciones y empresas privadas subvenciones o patrocinios para
clubes o proyectos de dimensión aún más reducida que los de la
federación?
Perdonen
este acceso de nihilismo. Ver las gradas vacías en un partido entre
dos de las mejores selecciones sub 20 del continente me hizo
reflexionar. Y llegué a la conclusión de que, aunque ganar deba ser el
objetivo último de cada equipo que salta a una cancha de baloncesto,
como entrenadores debemos reforzar todas aquellas facetas que van más
allá del marcador, especialmente la formación integral del jugador.
Porque el resultado es algo que queda para nosotros, para el reducido
círculo de toxicómanos del baloncesto, pero la formación, en todas
sus facetas, es un activo que el jugador lleva consigo y arrastrará
en el conjunto de su vida.
Si
en el contexto de una cantera de una ciudad de provincias, me
dedicara solo a intentar ganar partidos, a gestionar un capital
humano para sacarle la máxima productividad, no sería más que el
manager de uno de esos clubes que manipulábamos en el PC Basket o el
PC Fútbol. Y qué quieren que les diga, si los padres nos confían a
sus chicos no es para que actuemos con ellos de esta manera, sino
para que, luchando cada día por alcanzar nuestro potencial como equipo, les
otorguemos también una experiencia que va más allá de un
campeonato, tal vez la excusa para que todo lo demás suceda. Y tal
vez todo lo demás sea lo verdaderamente importante.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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