Saber esperar





Tendrás que esperar, Pablo. No creció esta hiedra que ahora tupe la tapia que tienes enfrente en una tarde. No se formó aquella luna –a la que en ocasiones te sorprendo mirando en las noches de verano– en un súbito desvelo. Querido amigo, te he concedido un largo viaje no sin confiarte generosas alforjas. Pero tendrás que esperar para conocer su último destino, y ser paciente.

Deberás madrugar cada jornada aun cuando los témpanos de hielo te impidan abrir las ventanas y aun cuando los gatos no hayan emprendido aún su retirada. Deberás programar cada mesociclo y microciclo con el mismo mimo con el que envuelves bajo las sábanas a tus hijos. Deberás implementar en cada sesión un nuevo incentivo con el que motivar a tus jugadores, aunque también les hayas dicho esto mismo que te estoy contando; que sean pacientes, que no caducan los billetes de este metro en el que decidisteis montaros. Pero son jóvenes, Pablo, y tienen prisa.

Sé que esto te duele especialmente, pero habrás de despedirte de buenos amigos, incluso de aquellos con los que un día firmaras un pacto de sangre. “Siempre juntos”, os dijisteis, pero ambos sabiáis que no podría ser, que la vida es una despedida a plazos que no terminan nunca de amortizarse (o que se amortizan en el momento que dejas de ser consciente de ello). A cambio conocerás a nuevas personas que te enseñarán diferentes puntos de vista. No, no te preocupes, no te cambiarán. Seguirás siendo ese chaval humilde que empezó a jugar en los patios de Vitoria. No, no, de verdad que no. Seguirás haciendo jugar a tus equipos con velocidad y siempre con una sonrisa en el rostro. Pero, por favor, escúchalos. Quizá puedan explicarte por qué te vas a quedar, en más de una ocasión, sobre el sinuoso borde que separa el grito victorioso del lamento que acompaña a una dolorosa derrota.

Conocerás otras personas, en cambio, que te enseñarán la puerta de salida y deberás decir inmediatamente que no, que de tu mente siguen saliendo ideas a borbotones y que aún mantienes las ganas de coger la mochila cada mañana y sentarte en el pupitre. Otros, además, te acusarán de perdedor. Son los voceros de la envidia y el desprecio. Reconócelos, junto a los anteriores, como miembros de esa clase de gente que enviaba a la hoguera a los genios por su propia ignorancia. Y sigue adelante.

Acepta, también, que la redención se fabrica con mucho esfuerzo y pocos resultados (aparentes). Comprende que tras años deambulando por los bares, sin proyecto, sin presente ni futuro, la sección aún arrastra vicios irresolubles a los que se ha intentado poner fin con curas de nostalgia. Mantén, por ello, alejado de cualquier toma de decisión a ese millonario de gafitas que se sienta en el palco. Es buen chaval, y madridista, y millonario (perdón, eso ya lo dije). Pero ni idea de basket (aunque se proclame sucesor de Bernabeu o Saporta). 

Y espera. Espera sin renunciar a tus principios y hazlos valer, precisamente, cuando más duro arrecie el huracán contra la proa. Y quiérelos, a los chavales digo, haz que se sientan importantes. Y escúchales; porque nadie como tú, desprovisto de vínculos filiales o matrimoniales, para darles un consejo, un consejo de entrenador.

Y cuéntales un cuento cada día. Pero no uno de esos en los que los personajes tienen poderes especiales. Ni siquiera aquellos clásicos con final feliz. No, mejor cuéntales una historia real. Haz una excepción, no me importa, rompe tu silencio y descubre mi identidad. Cuéntales que hablas con el Dios del baloncesto cada noche, pero no olvides, claro, cuando deseosos de saber el final quieran saltarse las páginas intermedias, que tendrán que esperar. 

Cuando leas estas líneas comprenderás que ha merecido pena. 


UN ABRAZO Y ENHORABUENA AL REAL MADRID DE BALONCESTO POR SU NOVENA COPA DE EUROPA.

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