“A
Gasol lo que le interesan son los museos, los teatros y esas cosas”.
Así, indignado, se mostraba Kevin Durant en una entrevista durante
la fase de preparación de la selección americana para el Mundial de
España del verano pasado; molesto porque Gasol había declinado la
oferta de los Thunder y estaba decidido a firmar por Chicago, por una
urbe mucho más atractiva desde el punto de vista cultural, por un
mosaico cosmopolita en el que comunidades venidas de medio mundo se
mezclan en obligada armonía (a veces también sin ella). No entendía
que un tipo de 34 años y escasas –por pura biología–
posibilidades de volver a saborear la gloria de un anillo no hiciera
primar los criterios deportivos. Conviene decir que Kevin Durant, en
las vísperas de firmar un contrato multimillonario con Under Armour
abandonó la concentración de la selección estadounidense alegando
fatiga. Su temporada ha estado marcada por una grave lesión de
tobillo en una especie de fátum tejido, tal vez, con las madejas del
propio karma. Cada uno da lo que recibe. Luego recibe lo que da.
Pero
no se trata de Kevin Durant. Se trata de un Pau Gasol sobreexplotado
en temporada regular, ignorado en multitud de desenlaces igualados y
forzado ahora, nuevamente, tras una lesión muscular. En los Lakers
Gasol podía aceptar que Kobe asumiera un protagonismo a veces
desmesurado, pero tener que asistir a un monólogo de Rose, un
jugador disminuido física y mentalmente por las lesiones y muy
inferior, en cualquier caso, a Bryant, ha debido causarle más de una
indigestión. Ojo, tras años vilipendiado por los sistemas de los
inquilinos del banquillo de los Lakers, Thibodeau le ha devuelto el
protagonismo, los minutos y la importancia. Eso hasta que llegaron
los playoffs y el bueno de Thibs decidió que moriría con y por
Rose. Murieron todos.
Lo
hicieron a mano de unos Cavs que juegan a lo que dicta Lebron. La
pusilanimidad de Blatt bien podría ser entendida como una sabia
maniobra. Chocar con el rey siempre supuso penurias para el súbdito
o vasallo y Blatt lo sabe. Tratar de imponerse y reivindicarse, como
intentó en un principio, conduce, en el mejor de los casos, a la
obtención de resultados mediocres. Con Love lesionado e Irving
renqueante –más bien lesionado, aunque en cancha– Lebron dirige
la orquesta en transición, desde la base, el alero o desde el poste
medio. Falla, comete errores, pero sintiéndose el rey, el resto de
piezas del tablero se mueven con libertad castigando el exceso de
atención que genera su halo de invencibilidad en los rivales. No,
haters, un escuadrón formado por Mozgov, Tristan Thompson, Shumpert
y JR Smith no es superior a aquel integrado por Longley, Rodman,
Kukoc y Pippen. Si Lebron gana con todos los condicionantes a los que
se ha visto expuesto, esta victoria será pura como el diamante. Y va
por buen camino.
Cierto,
por el mismo buen camino por el que iban los Clippers hasta esta
noche, la noche en la que a esta franquicia engendrada por un gen
perdedor le vinieron a ver todos los fantasmas juntos. Su propuesta
de juego colectivo es superior a la de unos Rockets que tuvieron que
recurrir a un quinteto sin Harden para remontar el partido e igualar
la eliminatoria. El chico de la barba mueve bien la pelota, tiene
múltiples recursos, anota sin esfuerzo, pero hace peores a sus
compañeros. Huelga decir que esto que hizo McHale, mandar a la
estrella al fondo del banquillo en los momentos decisivos del
encuentro, es lo que Thibodeau nunca se hubiera atrevido a hacer.
En
fin, una gran noche de NBA que sirve de víspera de una Final Four a
la que el Madrid llega con la urgencia añadida del fracaso de la
sección de la que es deudora. No sé si Laso hará las veces de
Thibs o de McHale o si anda en busca de un rey al que confiarse, como
Blatt. Lo cierto es que, si pierde, de poco le servirá cantarle por
Gardel a la afición aquello de “que veinte años no es nada”. Y
es que enfrente tendrá a Zeljko Obradovic. Y él sí que sabe lo que
han pasado en estos veinte años tras dejar al Real Madrid como
campeón de Europa y en los que mientras la sección se unía y
deslavazaba según soplaban los vientos (hasta la llegada de Laso,
todo hay que decirlo) él no ha parado de ganar.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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