Los
reyes magos vinieron cargados de interesantes libros firmados por
nombres que construyeron algo más que un digno legado en el mundo
del baloncesto. Si antes me pronuncié sobre las obras de Mike
Krzyzewski y John Wooden, hoy lo hago sobre The winner within, el
bestseller que Pat Riley publicara allá por 1993 mientras, como
entrenador de los Knicks, convertía a la franquicia de la Gran
Manzana en la gran amenaza de los Chicago Bulls.
En
esta obra, Riles, como le conocían sus jugadores, hace una analogía
entre el mundo de la empresa y el del baloncesto centrándose en el
modo de gestionar los grupos de trabajo para obtener su máximo
potencial. Sin duda, para los que consideramos el baloncesto desde un
punto de vista más romántico, la comparación chirría desde el
momento en que conceptúa el éxito como una búsqueda de la
“significancia” o de obtención de números y resultados. Pero si
de este arrogante Narciso del siglo XXI conviene aprender algo es de
su firmeza a la hora de aplicar los principios en los que cree, los
mismos que le llevaron a escalar, no sin ciertas dosis de
oportunismo, la rampa que le condujo desde la locución de partidos
hasta el puesto de primer entrenador de la franquicia de moda en los
ochenta. Los mismos, por cierto, que introdujo con indudable eficacia
en un grupo, el de aquellos Lakers, integrado por varios miembros del
Hall of Fame. Supongo que no habría podido escribir este libro sin
la aportación de Kareem Abdul Jabbar, Magic Johnson, James Worthy y
tantos otros talentos sobre el parqué, jugando de su lado. Pero
quizá tampoco éstos hubiesen adornado sus respectivos palmareses
del modo en que lo hicieron sin Riley al frente del proyecto.
Lo
más atractivo del libro es, sin duda, el modo como lo estructura. En
un análisis a posteriori y, sin duda, sobrevalorando algunas
decisiones que, me atrevo a apostar, tuvieron más de azarosas que de
concienzudas, Pat Riley nos conduce por su trayectoria vital
deteniéndose a describir las diferentes fases vitales, y también
grupales, por las que tuvo que atravesar. Para todas ellas las
recetas son diferentes. Y, aunque no lo creamos, insiste, siempre hay
al menos una. La adecuada. La que conduce al éxito.
Pero
claro, puede que la de los Lakers fuera la historia de la sucesión
de un inocente ascenso, (titulo de 1980) del contagio de la
enfermedad del “yo”, (1981) de la fijación de un compromiso,
(anillo de 1982) de la recepción de un rayo, (lesiones que les
impiden ganar las finales de 1983) de un fracaso relacionado con la
ansiedad que acompaña a la victoria, (derrota en las finales contra
los Celtics en 1984) de un proceso de autodescubrimiento, (victoria
en 1985) de la lógica caída en la autocomplacencia (barrida de los
Rockets en las finales de conferencia de 1986) y de la consecución
de la maestría y el culmen de la excelencia (“back to back
victories” en 1987 y 1988) justo antes de que el proyecto decaiga,
exhausto, y llegue el momento de reinventarse. Pero qué quieren que
les diga, resultando atractiva, lo que revela esta estructura es que
el señor Riley cree que su propia experiencia puede llegar a ser la
de todo el mundo, aunque en realidad sea muy consciente, cuando se
mira al espejo, de que nadie sueña tan siquiera, con ser tan guapo,
joven y millonario como él.
No
sé si invitaros a su lectura, interesante y formativa, u ofreceros
un plan alternativo para no terminar aborreciendo a un entrenador al
que siempre he tenido como uno de los mejores. Y es que hay que ganar
y saber ganar. Y, una vez leído su libro, creo que a él solo se le
dio bien lo primero.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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