Como
murió la estrella de la radio; así morirá también el entrenador
intuitivo, aquel que colocando el dorso de la mano bajo su barbilla
se creía capaz de escanear todo lo que el equipo rival planteaba y
todo cuanto su propio conjunto manifestaba, ya fuera cansancio o
falta de ideas. La experiencia y el conocimiento del juego seguirán
siendo importantes, claro, pero la presencia masiva de datos sobre
múltiples variables exigirá del entrenador una mente preclara, casi
matemática, para escrutar dichas magnitudes y tomar decisiones
acertadas en tiempo real.
Todo
empieza por unas cuantas cámaras capaces de registrar más de
veinticinco tipos de datos diferentes por segundo. Todo ello queda
almacenado en una base que, gracias a complejos algoritmos, transforma
las “anotaciones” en bruto en resultados agregados que quedan a
disposición de los cuerpos técnicos. En este caso no hay oposición
entre un gremio y otro, sino que urge la cooperación entre técnicos
de la informática y expertos en cada deporte. Por fortuna, las
máquinas aún no saben muy bien qué hacer con tal cantidad de
información. ¿Tiempo al tiempo?
Pero
queda abierto el debate. Las lógicas empresariales se imponen en las
ligas profesionales y todo input es bienvenido si puede repercutir en
outputs más jugosos. Nadie, en su sano juicio, renunciaría “motu
proprio” a conocer las áreas donde los rivales anotan con mayor
porcentaje o el mapa de flujos que refleja los movimientos de los
oponentes. Al fin y al cabo, podría pensarse, no es más que una
versión avanzada del viejo scouting, de la vieja planilla donde los
entrenadores ayudantes anotaban, y aún muchos lo hacen, las
principales características de los rivales tanto a nivel de conjunto
como atendiendo a las cualidades de sus jugadores, y que luego se
emplea para la planificación de la semana y el diseño del plan de
partido.
Se
trata de ganar, eso nadie lo duda. Y para ganar, en cualquier
actividad de la vida, conviene potenciar lo propio y debilitar lo
ajeno. La información fue siempre poder, desde la época de los
mosqueteros, o los samurais, quienes ya se fijaban en el agarre de la
espada o en el juego de pies de sus adversarios para tratar de
descubrir sus puntos débiles. Los mejores jugadores de la historia,
por no remontarnos tan allá, también eran los mayores estudiosos
del juego. Lo era Larry, lo era Magic. Lo era, por supuesto, Michael.
Digamos
que lo que me interesa, “por ser el sitio donde vamos a pasar el
resto de nuestra vida” (que diría Woody Allen), es el futuro. Me
interesa y me inquieta, además, por si se nos va de las manos y el
deporte se enturbia tanto que no nos deja ver su belleza primitiva y
animal, por si se regula tanto que su lenguaje pasa a ser una
sucesión de fórmulas tan rígidas como inertes. Temo que confundido
por tanta ecuación, enclavado en un laberinto de números, el
baloncesto nos deje de emocionar y la lucha de opuestos, desnuda y
pasional, pase a ser otra actividad más de despacho, traje y
corbata.
¿Y
tú qué opinas? ¿Hacia dónde vamos? ¿Te gusta el escenario que se
dibuja o, al contrario, quisieras que los avances no fueran tan
deprisa? Os dejo con un vídeo de David Stern en el que nos explica alguna de las potenciales aplicaciones del "big data" en la NBA
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
1 comentarios:
Es un interesante apoyo, pero nada sustituye al instinto y la creatividad, es lo que hace impredecibles a las auténticas estrellas. Eso nunca morirá.
Las cámaras, estadísticas y análisis están genial para preparar los partidos, para tener una base a la que atenerse, pero la mente del entrenador debe seguir siendo instinto, pasión y estrategia con el apoyo de esos datos.
Por eso a veces basta con un aclarado para la estrella, o con un sistema con varias opciones, porque la reacción y lectura de juego no se puede automatizar.
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