A
veces veo fútbol, no se crean. Por la cosa emocional soy del Madrid,
pero con la distancia que aportan los años cada vez me considero un
espectador más neutral y analítico. Así, provisto con las gafas
del científico del deporte, me cogen sentado, viendo el derby de Madrid.
Pero
no les voy a contar lo que mañana aparecerá en todos los
periódicos, contado de una u otra manera, como si no valiera con una
crónica que fuera fiel a lo acontecido. Pobres historiadores del
futuro, no quiero imaginar cómo será de arduo el proceso de
selección de fuentes cuando se dispongan a analizar la cultura del
espectáculo como rasgo distintivo de las sociedades del inicio del
Tercer Milenio.
Lo
que sí quiero contarles es lo que me inspira el Atlético de Madrid,
ese equipo dirigido por el más inteligente de los ultras, un Cholo
Simeone que conoce mejor que nadie la condición humana y las
pulsiones que mueven a las masas. Si no lo conociéramos pensaríamos
que se trata de una especie de inteligencia artificial que maneja a
su antojo los predecibles mecanismos de unos jugadores desprovistos
de todo resto de espíritu crítico o filosófico. Pero no, no hay
nada de impostado o falaz en Simeone. Lo suyo es pura verdad.
Si
no lo conociéramos pensaríamos que las camisetas de entrenamiento
del Atlético son a rayas negras y blancas, y que están numeradas, y
que los entrenamientos son sólo una sesión más de trabajo comunal.
Pero no, en las cárceles o campos de concentración, aunque sí
pueda darse, como en el Atlético, un trabajo protocolario y
concienzudo, no existe la dimensión clave del éxito de este equipo:
el entusiasmo.
Habitualmente,
cuando acudimos a charlas de entrenadores, nos traemos un par de
respuestas del tipo “no existen fórmulas mágicas” o “cualquier
método sirve, siempre que funcione”. Por eso el Cholo habla más
bien poco. Él no sería capaz de tan burda palabrería. En su caso,
estoy seguro, hay varias fórmulas que funcionan: predicar con el
ejemplo, humanizar un ambiente de trabajo, castrense por todo lo
demás, y una fe casi ciega en el esfuerzo de sus jugadores que se
torna recíproca con la progresiva acumulación de logros. Si el
Cholo cree que su equipo puede atravesar un río sobre una fina
cuerda amarrada en dos finos troncos, el equipo lo hará y creerá
poder hacerlo por una cuerda aún más fina la próxima vez. Así
funcionan los mecanismos de la confianza. ¿Y si la cuerda se rompe?
Un accidente. Probémoslo otra vez. Todos juntos.
Se
quieren. No hay otra receta. Al “1” le importa lo que le pasa al
“2” y viceversa. Al “1” y al “2” lo que le pasa al “3”
y a la inversa. Y así hasta al último trabajador. Todos conocen las
motivaciones de los demás, sus intereses, pasiones y miedos. Sólo
gracias a este ambiente de protección mutua, de cariño y
comprensión, están dispuestos a parecer frías máquinas de
precisión y trabajo, maquinaria pesada al servicio del bien común,
el de una masa informe, la de los atléticos del mundo a los que sólo queda darles la enhorabuena.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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