Señor
Rick Blaine, créame que no disfruto llevándole la contraria. Pero
sí, la vida de tres pequeños seres sí pueden contar, y mucho, en
este loco mundo. Y la de dos, aunque no sean precisamente pequeños.
Pero claro, qué iba a saber usted en 1941, refugiado de los alemanes
en la asfixiante Casablanca y regentando un bar que se alimentaba de
alcohol de contrabando gracias a la aquiescencia de un prefecto
amigo. Por si murió joven le diré que se ganó la guerra, que
quizá, después de todo, valiera la pena dejar escapar a su amada en
aquel avión. Ganó la libertad, pero derivó en esto (entre otras
muchas cosas), una sociedad del espectáculo bastante chabacana de la
que el deporte es sólo otro más de sus exponentes. Mi preferido,
cierto, pero no por ello ajeno a todo este circo.
Dos
pequeños grandes seres monopolizaron la información deportiva del
fin de semana pasado por ser hermanos, españoles y estrellas del
baloncesto, una pirueta de la genética enriquecida por lo saludable
de un entorno familiar que instruyó sin azotar a Pau y a Marc. Y
también a Adriá, aunque él no llegue a ser portada de periódico.
Una efeméride que hizo mantener en vela a numerosos españoles,
firmes creyentes de que hacían patria desde sus sofás siguiendo el
acontecimiento. Enhorabuena para todos. Al fin y al cabo el éxito es
una sensación muy difundida.
Pero
el mérito, si nos ponemos estrictos, es básicamente suyo. De su
talento y de su trabajo. De su resiliencia, concepto, otrora, exclusivo de la física y
ahora apadrinado por la nueva ciencia psicológica para definir la
“capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y
sobreponerse a ellas”. Quizá no tan humana, matizaría. Más bien
propia de unos pocos seres excepcionales a los que admiramos,
precisamente, por ello.
El
éxito de los Gasol es también el de todos aquellos entrenadores que
no la jodieron, que no se pusieron por delante de los jugadores y
trataron de imponer sus férreos principios basados en unas pocas
lecturas y grandes dosis de intuición. Acertaron todos los que
apostaron por el talento en bruto, aunque fuera a costa de diez
puntos más de diferencia en el marcador o incluso algún que otro
partido. Y es que uno, cuando entrena, no sabe muy bien si debe ganar
ahora por si no puede ganar nunca más o formar para luego, aunque
ese luego nunca llegue (sí, el discurso equidistante ya me lo
conozco, pero no me lo creo). Sea como fuere acertaron, que es lo
importante.
Acertaron
también los hermanos tomando decisiones que muy pocos aplaudieron en
su momento. Para Aíto era una locura que Pau viajase tan pronto a la
NBA, no fuera a ser rookie del año. Y bueno, Marc parecía
sentenciado como jugador hasta que dio el paso de irse a Girona para
ser MVP de la temporada 2007-2008. Y luego la suerte, claro, en forma
de polémico traspaso a los Lakers en el caso de Pau y en forma de
lesión de Fran Vázquez en el caso de Marc, lo que le posibilitó
acudir con la selección y ganar el Mundial de 2006, quizá el
acicate que recargara su ambición.
Ojo,
pese a su longevidad, algún día los Gasol dirán basta y, entonces,
para nuestra desgracia, nos daremos cuenta de que todo fue una gran
ilusión, que los fuegos artificiales no duran más de quince minutos
y que el relevo generacional no está ni mucho menos asegurado. Nos
pasará igual con Nadal o con Alonso. Es ley de vida. Aunque
convendría ir poniendo los medios siendo conscientes de que por
nuestras manos pasarán talentos físicos cada vez mejores,
sostenidos, eso sí, sobre pies de barro. Pies de barro que conectan
directamente con mentes cada vez más disolutas, capaces de atender a
múltiples focos, pero con la misma habilidad para desatender la
tarea más inmediata. Necesitados de ver enseguida los frutos de un
árbol recién plantado, e incapaces de disfrutar del lento proceso
de maduración y crecimiento, la tarea de educar en el valor mismo
del esfuerzo se vuelve, por momentos, imposible.
Pero
en eso estamos. Y seguimos. Aunque a los ojos del común pueda
parecer que para nada. Aunque a los ojos de la familia, y los amigos,
parezca que hace uno el ridículo dedicándose casi de forma
altruista a una actividad que, aparentemente, no rinde dividendos.
Pero seguimos.
A
propósito de esto, y aun rozando los límites de la vanidad por
insertar mi modesta labor en una entrada dedicada a los Gasol, os
dejo el avance del trabajo audiovisual que voy a presentar como
resultado de la fase de investigación del Curso Superior de
Entrenadores de Baloncesto de la que daré cuenta en un futuro post.
En fin, la vida de tres pequeños seres. Dos algo más grandes. Otro un poco más pequeño. Y el mismo loco mundo.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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