Una pequeña aventura





Buenos días. Quería deciros que hoy estreno columna en un diario digital local. La bauticé “El Corazón de un Campeón” en evidente alusión a la frase que pronunciara Rudy Tomjanovich tras cosechar el segundo triunfo consecutivo de la NBA con los Houston Rockets tras unos playoffs en los que disputaron todas las eliminatorias con el factor cancha en contra. Ya saben “don´t ever underestimate the heart of a champion”.

La columna nace con clara vocación polideportiva y en ella pretendo testificar sobre el modo en que me enfrento, como espectador, a esta versión actual de la épica antigua y medieval. En ella dejaré constancia de todo acontecimiento deportivo que consiga removerme las entrañas y emocionarme.

Para el estreno aposté por incluir una breve nota autobiográfica y por transmitir lo que me inspira la lucha que envuelve al deporte como actividad que eleva los esfuerzos del ser humano a un escalón superior al del ciudadano medio quien, sin embargo, ejerce un papel igualmente fundamental como espectador y, en cierta medida, juez.

Rescato el siguiente párrafo y os invito a acompañarme en esta pequeña aventura pinchando AQUÍ

Cierto, a veces el deporte es sólo el pozo en el que volcamos nuestras frustraciones y el deportista, no mucho más que una diana a la que apuntan nuestros dardos cargados del veneno que escancia, sobre ellos, la rutina. Pero es mucho más. Y no hablo sólo de la identificación casi mística con unos colores o de la percatación narcisista de que ese Nadal, o esa Mireia Belmonte, no son más que uno mismo si uno mismo se hubiera entrenado como ellos, desde pequeñito.


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Las guerrillas y la modernidad





Mira que hacían fuerza sobre sus hombros aquellos fornidos hombres tratando de enterrarlo en el fondo del océano. Mira que fueron ingeniosas las trampas situadas en el camino, y furibundas las críticas aprovechando la menor ocasión. Pero otra vez logró salir a la superficie para tomar aire. Y de nuevo sorteó, no sabemos si por talento o azar, todos aquellos cepos. Y, bueno, los críticos callaron, pero todos sabemos, que solo para recargar sus niveles de inquina. Pero ya no sufre Pablo Laso por sus desafueros. Solo subsiste.

Que es lo que lleva haciendo desde que en verano su situación de “eterno cuestionado” evolucionara a la de “trabajador en precario” tras la destitución de sus dos ayudantes, Hugo López y Jota Cuspinera. Si antes era ensalzado por elevar el juego del Madrid a cotas desconocidas en Europa, ahora todas sus teorías son reducidas al absurdo y refutadas. Si el equipo juega bien le recuerdan que los equipos que juegan a muchos puntos no ganan. Si el equipo juega a un ritmo de menos posesiones, le aconsejan que recupere la vieja senda del espectáculo, no sea que el público se aburra. En fin, creo que Pablo Laso, gracias a la esquizofrenia del entorno, ya hace lo que le da la puta gana. Total, le va a dar igual.

El Real Madrid demostró anoche que puede jugar en el barro. Tras una primera parte de tanteo en la que ninguno de los dos equipos defendió demasiado, los dos últimos cuartos se plantearon como una guerra de guerrillas de la que el Madrid no renegó. Cómo negarse si este año cuenta en plantilla con una larga nómina de partisanos que parecen recién llegados de Chiapas, la selva colombiana o las sierras peninsulares. Sobre ellos, sobre sus méritos no siempre visibles y su lucha casi infatigable reposó la clave del triunfo. Sobre Nocioni, Ayón, Slaughter, Felipe y, por supuesto, Rudy. Sí, Rudy, un guerrillero heterodoxo, si así lo quieren, pero más hábil y diestro que ninguno en la ardua labor de insertarse en las tropas enemigas e ir minando poco a poco su moral.

Porque el Barça, de entre los dos, era la “Grande Armée”, el ejército poderoso de innumerables recursos. Pero solo apareció Tomic, especialmente motivado contra un Madrid que lo desechó por blando. Solo Tomic y más bien por iniciativa propia, dominando las suertes del rebote y el barrido de balones. Apenas le ayudó un poco Oleson, pero la verdad es que tampoco Xavi Pascual supo aprovechar la profundidad de su plantilla. Muchos de sus hombres murieron en el Vietnam en que derivó el encuentro sin haber podido, tan siquiera, sacar su fusil. Al parecer el tema escoció en el vestuario y Marcelinho Huertas quiso ejercer de portavoz. Pero, para bien o para mal, Xavi Pascual cuenta con todo lo que carece Laso: el apoyo de la institución y el respaldo de la prensa. Quizá por eso envidia a Laso. Él no puede hacer lo que le da la gana.

Ganó el Madrid la copa el día después de que se cumplieran quince años de la muerte de Antonio Díaz Miguel. Y hablando de entrenadores, hacerlo de Antonio es hacerlo de un pionero, de un adelantado a su tiempo que, quizá por ello, no siempre fue bien recibido en su país. A él le debemos, además de su alícuota parte sobre la plata de los Juegos de 1984, la invención de la luz, luz como símbolo de modernidad venido de América para alumbrar Europa en cuestiones tácticas y de preparación física.

Pincha AQUÍ si quieres acceder al homenaje que le rendí ayer en la web www.jordanypippen.es


ENHORABUENA AL REAL MADRID. UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

La vida de tres pequeños seres






Señor Rick Blaine, créame que no disfruto llevándole la contraria. Pero sí, la vida de tres pequeños seres sí pueden contar, y mucho, en este loco mundo. Y la de dos, aunque no sean precisamente pequeños. Pero claro, qué iba a saber usted en 1941, refugiado de los alemanes en la asfixiante Casablanca y regentando un bar que se alimentaba de alcohol de contrabando gracias a la aquiescencia de un prefecto amigo. Por si murió joven le diré que se ganó la guerra, que quizá, después de todo, valiera la pena dejar escapar a su amada en aquel avión. Ganó la libertad, pero derivó en esto (entre otras muchas cosas), una sociedad del espectáculo bastante chabacana de la que el deporte es sólo otro más de sus exponentes. Mi preferido, cierto, pero no por ello ajeno a todo este circo.

Dos pequeños grandes seres monopolizaron la información deportiva del fin de semana pasado por ser hermanos, españoles y estrellas del baloncesto, una pirueta de la genética enriquecida por lo saludable de un entorno familiar que instruyó sin azotar a Pau y a Marc. Y también a Adriá, aunque él no llegue a ser portada de periódico. Una efeméride que hizo mantener en vela a numerosos españoles, firmes creyentes de que hacían patria desde sus sofás siguiendo el acontecimiento. Enhorabuena para todos. Al fin y al cabo el éxito es una sensación muy difundida.

Pero el mérito, si nos ponemos estrictos, es básicamente suyo. De su talento y de su trabajo. De su resiliencia, concepto, otrora, exclusivo de la física y ahora apadrinado por la nueva ciencia psicológica para definir la “capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”. Quizá no tan humana, matizaría. Más bien propia de unos pocos seres excepcionales a los que admiramos, precisamente, por ello.

El éxito de los Gasol es también el de todos aquellos entrenadores que no la jodieron, que no se pusieron por delante de los jugadores y trataron de imponer sus férreos principios basados en unas pocas lecturas y grandes dosis de intuición. Acertaron todos los que apostaron por el talento en bruto, aunque fuera a costa de diez puntos más de diferencia en el marcador o incluso algún que otro partido. Y es que uno, cuando entrena, no sabe muy bien si debe ganar ahora por si no puede ganar nunca más o formar para luego, aunque ese luego nunca llegue (sí, el discurso equidistante ya me lo conozco, pero no me lo creo). Sea como fuere acertaron, que es lo importante.

Acertaron también los hermanos tomando decisiones que muy pocos aplaudieron en su momento. Para Aíto era una locura que Pau viajase tan pronto a la NBA, no fuera a ser rookie del año. Y bueno, Marc parecía sentenciado como jugador hasta que dio el paso de irse a Girona para ser MVP de la temporada 2007-2008. Y luego la suerte, claro, en forma de polémico traspaso a los Lakers en el caso de Pau y en forma de lesión de Fran Vázquez en el caso de Marc, lo que le posibilitó acudir con la selección y ganar el Mundial de 2006, quizá el acicate que recargara su ambición.

Ojo, pese a su longevidad, algún día los Gasol dirán basta y, entonces, para nuestra desgracia, nos daremos cuenta de que todo fue una gran ilusión, que los fuegos artificiales no duran más de quince minutos y que el relevo generacional no está ni mucho menos asegurado. Nos pasará igual con Nadal o con Alonso. Es ley de vida. Aunque convendría ir poniendo los medios siendo conscientes de que por nuestras manos pasarán talentos físicos cada vez mejores, sostenidos, eso sí, sobre pies de barro. Pies de barro que conectan directamente con mentes cada vez más disolutas, capaces de atender a múltiples focos, pero con la misma habilidad para desatender la tarea más inmediata. Necesitados de ver enseguida los frutos de un árbol recién plantado, e incapaces de disfrutar del lento proceso de maduración y crecimiento, la tarea de educar en el valor mismo del esfuerzo se vuelve, por momentos, imposible.

Pero en eso estamos. Y seguimos. Aunque a los ojos del común pueda parecer que para nada. Aunque a los ojos de la familia, y los amigos, parezca que hace uno el ridículo dedicándose casi de forma altruista a una actividad que, aparentemente, no rinde dividendos. Pero seguimos.

A propósito de esto, y aun rozando los límites de la vanidad por insertar mi modesta labor en una entrada dedicada a los Gasol, os dejo el avance del trabajo audiovisual que voy a presentar como resultado de la fase de investigación del Curso Superior de Entrenadores de Baloncesto de la que daré cuenta en un futuro post. 

En fin, la vida de tres pequeños seres. Dos algo más grandes. Otro un poco más pequeño. Y el mismo loco mundo. 




UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Las mil y una noches





La base de este equipo es que todos cuidamos de todos. Cuando sabes que todo lo que te ocurre, ya sea bueno o malo, le importa a tu compañero, se genera un sentimiento de responsabilidad individual y colectiva inquebrantable”

Durante mil y una noches mantuvo Sherezade entretenido al sultán evitando, así, la ejecución que aguardaba a cuantas mujeres llamaba este a palacio para cobrarse la venganza de una antigua y deshonrosa traición perpetrada por una de ellas (que lo engañó y abandonó). Noche tras noche, gracias a su envolvente imaginación, la hija del visir narraba una historia que entusiasmaba al sultán, pero que siempre interrumpía antes del alba, manteniendo en el monarca el interés y el deseo de escuchar la continuación tras un nuevo ocaso.


Aquellos cuentos de tradición popular ambientados en el Oriente Próximo y la India y que se alimentaban entre sí al ser el uno la explicación del otro, bien podrían ser los que Popovich les ha venido contando a sus jugadores durante las mil y una noches victoriosas que acaba de completar como entrenador jefe de los San Antonio Spurs. Sólo siendo capaz de incorporar nuevos personajes, tramas o escenarios a sus historias, es posible desarrollar la consistencia que sus equipos han mostrado durante más de quince años.  

Si quieres seguir leyendo la apasionante historia de Gregg Popovich y sus Spurs puedes pinchar AQUÍ pues este artículo es mi última colaboración en la web de baloncesto www.jordanypippen.es



UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Se quieren





A veces veo fútbol, no se crean. Por la cosa emocional soy del Madrid, pero con la distancia que aportan los años cada vez me considero un espectador más neutral y analítico. Así, provisto con las gafas del científico del deporte, me cogen sentado, viendo el derby de Madrid.

Pero no les voy a contar lo que mañana aparecerá en todos los periódicos, contado de una u otra manera, como si no valiera con una crónica que fuera fiel a lo acontecido. Pobres historiadores del futuro, no quiero imaginar cómo será de arduo el proceso de selección de fuentes cuando se dispongan a analizar la cultura del espectáculo como rasgo distintivo de las sociedades del inicio del Tercer Milenio.

Lo que sí quiero contarles es lo que me inspira el Atlético de Madrid, ese equipo dirigido por el más inteligente de los ultras, un Cholo Simeone que conoce mejor que nadie la condición humana y las pulsiones que mueven a las masas. Si no lo conociéramos pensaríamos que se trata de una especie de inteligencia artificial que maneja a su antojo los predecibles mecanismos de unos jugadores desprovistos de todo resto de espíritu crítico o filosófico. Pero no, no hay nada de impostado o falaz en Simeone. Lo suyo es pura verdad.

Si no lo conociéramos pensaríamos que las camisetas de entrenamiento del Atlético son a rayas negras y blancas, y que están numeradas, y que los entrenamientos son sólo una sesión más de trabajo comunal. Pero no, en las cárceles o campos de concentración, aunque sí pueda darse, como en el Atlético, un trabajo protocolario y concienzudo, no existe la dimensión clave del éxito de este equipo: el entusiasmo.

Habitualmente, cuando acudimos a charlas de entrenadores, nos traemos un par de respuestas del tipo “no existen fórmulas mágicas” o “cualquier método sirve, siempre que funcione”. Por eso el Cholo habla más bien poco. Él no sería capaz de tan burda palabrería. En su caso, estoy seguro, hay varias fórmulas que funcionan: predicar con el ejemplo, humanizar un ambiente de trabajo, castrense por todo lo demás, y una fe casi ciega en el esfuerzo de sus jugadores que se torna recíproca con la progresiva acumulación de logros. Si el Cholo cree que su equipo puede atravesar un río sobre una fina cuerda amarrada en dos finos troncos, el equipo lo hará y creerá poder hacerlo por una cuerda aún más fina la próxima vez. Así funcionan los mecanismos de la confianza. ¿Y si la cuerda se rompe? Un accidente. Probémoslo otra vez. Todos juntos.

Se quieren. No hay otra receta. Al “1” le importa lo que le pasa al “2” y viceversa. Al “1” y al “2” lo que le pasa al “3” y a la inversa. Y así hasta al último trabajador. Todos conocen las motivaciones de los demás, sus intereses, pasiones y miedos. Sólo gracias a este ambiente de protección mutua, de cariño y comprensión, están dispuestos a parecer frías máquinas de precisión y trabajo, maquinaria pesada al servicio del bien común, el de una masa informe, la de los atléticos del mundo a los que sólo queda darles la enhorabuena. 


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS

Parallel ways





Cuando Jermaine Kearse, receptor de los Seattle Seahawks atrapó el balón desde el suelo tras varios rebotes sobre su propio cuerpo y situó la bola a escasas yardas de la “Goal Line” de los New England Patriots pensé que se repitiría el fatal desenlace de las Superbowls de 2008 y 2012, en la que los chicos entrenados por Bill Belichick cedieron en el último momento ante los New York Giants tras sendas jugadas a cada cual más desafortunada. Pero no, una interceptación de un defensor suplente, Malcolm Butler, impidió que la historia se repitiera como tragedia, aunque a los seguidores de los Seahawks el hecho de optar por el pase y renunciar a la carrera cuando la bola descansaba a una yarda escasa del triunfo, les pueda sonar a farsa.



La cuestión es que en dos de los deportes estrella de los Estados Unidos de América del Norte, el football y el baloncesto, los vigentes campeones de las más prestigiosas ligas profesionales, New England Patriots y San Antonio Spurs, representan un modelo de éxito semejante basado en el compromiso colectivo, el sostenimiento de un modelo y la persuasión. Detengámonos en alguno de estos paralelismos.

1. A hombros de gigantes.

Ambas dinastías cambiaron su tradición perdedora con la llegada de dos productos del draft. La lesión de David Robinson en la temporada 1996-1997 posibilitó la sucesión de dos hechos que cambiarían la vida de la franquicia: la destitución de Bob Hill con la consiguiente llegada al banquillo del entonces general manager, Gregg Popovich, y la elección en el número uno del draft de Tim Duncan. En el año 2000, en la sexta ronda del draft y después de 198 elecciones, los New England Patriots seleccionaron a Tom Brady, el graduado con mención honorífica cum laude de la Universidad de Michigan. Otra lesión, la del quarterback titular, Drew Bledsoe, le concedió la alternativa. Era el 23 de septiembre de 2001. Cuatro meses después comandaría un “drive” ganador para darle el primer título de la NFL a su franquicia. Como había hecho Duncan, un par de años antes, en la temporada del Lockout.

Pese a que la vitola con la que llegaron a la liga fue notablemente distinta, su evolución, su estatus como futuras leyendas de sus respectivos deportes y su fidelidad a una franquicia convierten sus historias en cuadros entre los que resulta complicado establecer las diferencias. A sus treinta y ocho y treinta y siete años, Tim Duncan y Tom Brady siguen siendo los pilares de sus equipos, los únicos jugadores de los que no podrían prescindir sus franquicias si aspiran, como lo hacen, a seguir viviendo en las alturas.



2. Oh captain, my captain!

Por sus equipos morirían, como el capitán de los versos de Whitman, si fuera necesario, Bill Belichik y Gregg Popovich, la personificación de dos modelos exitosos, el mejor ejemplo de que el talento no está reñido con la disciplina o el estoicismo. Ambos cuentan con tres títulos de entrenador del año y son las figuras más reconocibles de entre el elenco de entrenadores en sus ligas. Si Belichick se acerca peligrosamente a la edad de jubilación, Popovich, si por el sistema fuera, ya debería estar tumbado en una hamaca con vistas al Pacífico con un collar de flores anudado en torno al cuello. A sus sesenta y tantos, ambos entrenadores han sabido acomodar los múltiples avatares a los que se han enfrentado en unas categorías mentales ideadas desde su genuina e inimitable inteligencia para lo táctico, lo logístico y lo humano. De la mezcla entre racionalismo y empirismo surgió un saber erudito por el que los de aquí abajo sólo podemos sentir una profunda admiración (y algo de envidia).

3. La persistencia de la memoria.

Para tratar de unir los trozos del puzzle que vienen construyendo estas dos dinastías a lo largo de más de quince años será necesario un cualificado ejercicio de memoria. Era un niño que jugaba a las canicas cuando obtuvieron su primer título y ahora me duele la espalda cuando me siento a escribir sobre sus gestas y no encuentro las palabras. Sin duda, para alcanzar este logro tuvieron que echar mano de la máxima lampedusiana expresada en la brillante novela El Gatopardo. Ya saben, correr y correr para seguir en el mismo sitio. Bueno, correr con sentido e inspirados por las derrotas dolorosas que se cruzaron en el camino. Correr y transformar cada embate del azar en una oportunidad para regresar más fuerte. Porque, aunque quizá lo nieguen, cuando las fuerzas flaqueban y el reloj biológico empezaba a suponer un desafío, la venganza ha actuado como motor supletorio. Sólo gracias a un uso cauteloso del rencor y a un espíritu competitivo casi enfermizo se puede sobrevivir en la élite, sin necesidad de pasar por deshonrosas reconstrucciones, a lo largo de tanto tiempo.

4. La inteligencia es el cuestionamiento del método.

Tomo las palabras del filosofo hindú Krishnamurti para poner de relieve la importancia misma del método. Afirmando que la inteligencia radica en su cuestionamiento se afirma también la necesidad de su existencia. Y en esto Belichick y Popovich, Patriots y Spurs, pueden presumir de haber navegado siempre con rumbo, provistos de los portulanos y las cartas necesarias para no perderse en las revueltas aguas del deporte profesional. Pero sí, coincido con el escritor cuando dice que la inteligencia reside en la revisión de dicho método, en la flexibilidad a la hora de aplicar las premisas. Sólo así han podido ajustar a las necesidades de cada momento los siguientes principios:

A. Un buen equipo se forma con buenas personas. Sin duda, la clave de ambas franquicias ha pasado por reclutar siempre a jugadores generosos, capaces de liderar sin imponerse o de aceptar el rol que les ha tocado asumir.

B. La dinámica está por encima de los jugadores. Un buen funcionamiento del conjunto hace mejores a los individuos. No sorprende, así, que jugadores secundarios o conflictivos, repudiados por otros entrenadores y equipos, hayan podido brillar en el seno de Spurs o Patriots.

C. Tan jóvenes y tan viejos, like a rolling stone. Popovich y Belichick han apostado siempre por plantillas bien construidas, con los condimentos de sabor intenso como base del guiso, pero rodeados de aditivos de la nouvelle cuisine para no resultar repetitivos. Spurs y Patriots son la receta ideal, ese plato que aparece año tras año en la carta, pero que nunca nos sabe igual. Esa, que es nuestra bendición como aficionados, es el principal quebradero de cabeza de sus oponentes. Todo el mundo conoce sus puntos fuertes y su filosofía, pero no cuándo y cómo les van a sorprender.

Benditos sean Spurs y Patriots, sagradas sean sus moradas en Texas y Massachussets, lugares obligados de peregrinación para los paganos aficionados del deporte en este siglo XXI. Sí, mirando el mapa parece que están muy lejos, pero no, hasta su esencia se llega por rutas que discurren en paralelo y muy próximas entre sí. 


UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS