Hacia
el final de la Guerra de Secesión, se estaba debatiendo en la Casa
Blanca sobre la toma de represalias para con los vencidos. Lincoln
fue instado por uno de sus consejeros a castigar duramente a las
fuerzas del Sur: “Presidente, se supone que tenemos que destrozar a
nuestros enemigos, no hacernos amigos suyos”. Mr Lincoln respondió:
“¿Acaso no termino con un enemigo al convertirme en su amigo?”
París
es para mí un gran icono. La conocí de adolescente y sueño cada
día con regresar. Ayer millones de ciudadanos la ocuparon para
defender los derechos y libertades que las sociedades occidentales
hemos obtenido no sin cortar cabezas o tomar atajos más o menos
dignos. Pero no, ni la defensa de la libertad pasa por demostraciones
cuantitativamente colosales, ni los muertos franceses, periodistas,
policías o paisanos, son cualitativamente mejores muertos que los de
las otras naciones. No debemos olvidar, tampoco, que en Versalles se
cometió el gran error histórico del siglo XX al firmarse, para
Alemania, unas condiciones imposibles de pagar que derivaron en la
gran crisis de la libertad de la época contemporánea como consecuencia del
ascenso del nazismo. París está bien y es bonita, pero Lincoln dio
con la clave: comprensión, perdón y reconciliación. Sólo así los
logros podrán ser duraderos.
De
amistad y no de venganza habla también John Wooden en el libro que
anoche mismo terminé de leer. De libertad también, de su ejercicio
virtuoso en el marco de colectividades encaminadas a un fin común.
De educación, como paso previo y cimiento de todo porvenir. De
baloncesto, pero no mucho. Porque igual que fue baloncesto podría
haber sido volleyball. O balonmano, o béisbol. John Wooden fue
“coach”, pero fue sobre todo “teacher”. Profesor en el más
señalado sentido de la palabra.
Las
cuatro leyes del aprendizaje son la explicación, la demostración,
la imitación y la repetición. El objetivo es crear un hábito
correcto que pueda ser repetido instintivamente bajo altos niveles de
presión.
Para
estar seguros de que conseguimos este objetivo creé ocho leyes del
aprendizaje: nombrar, explicar, demostrar, imitar, repetir, repetir,
repetir y repetir
Así de simple. Éste es su método y con él elevó el programa
baloncestístico de UCLA a la excelencia. Ahí siguen sus récords,
sus diez títulos en doce años, sus siete trofeos consecutivos entre
1967 y 1973, su membresía en el Salón de la Fama como jugador en
Purdue y como entrenador en Los Ángeles para demostrar su
pertinencia. Aunque claro, en 1975 dijo que ya había tenido bastante
y se retiró a su casa familiar con su adorada Nellie impidiéndonos, así, poder comprobar si dicho método hubiera convencido a los jugadores
de las generaciones finiseculares o a las del cambio de siglo y
milenio. Nunca sabremos si el profesor, el chico de Indiana, podría
haber hecho valer sus principios en medio de la vorágine o si
hubiera muerto agazapado junto a ellos en una embarrada trinchera
sometido por los cañones de quienes no tienen la paciencia necesaria
para dejar germinar la semilla.
Preocúpate
más por tu carácter que por tu reputación. Tu carácter es quien
eres realmente. Tu reputación es lo que los demás dicen que eres.
Mantén bajo control las cosas que pertenecen a tu dominio y no
escapan de él. Esta es una de sus máximas favoritas a juzgar por el
número de veces que la repite en el libro. El bien más preciado
para el Entrenador Wooden es la paz interior, esa que nos permite
conciliar el sueño cada noche y despertarnos liberados de toda carga
al amanecer de un nuevo día.
Failing
to prepare is preparing to fail
Sobran las traducciones. La preparación lo es todo. Los entrenadores
debemos aspirar a que cada sesión de entrenamiento, cada ejercicio y
cada fragmento del mismo, sean verdaderas obras maestras. Y eso solo
lo podemos conseguir transmitiéndoles nuestro entusiasmo y nuestra
laboriosidad, enseñando fundamentalmente a partir del ejemplo y, por
supuesto, haciéndoles ver que no trabajan para nosotros, sino con
nosotros.
Todo
el mundo cuenta con una cantidad mayor o menor de ego, pero debes
mantenerla bajo control. Ego es sentirse confiado e importante,
sabedor de que se puede sacar adelante el trabajo. Pero si elevas ese
sentimiento al punto de creerte muy importante, indispensable, o al
nivel de pensar que puedes hacer el trabajo sin esfuerzo real o
trabajo duro, sin la correcta preparación; eso es arrogancia. Y la
arrogancia es una debilidad.
Tratando a todos con justicia, que no por igual. Dando a cada uno lo
suyo y evitando la tentación de conceder privilegio alguno. Así
gobernó John Wooden los vestuarios. Apreciando al individuo, pero no
ensalzándolo. Transmitiendo a sus jugadores que todo rol es
importante, que cualquier pieza, se encuentre en un ángulo recóndito
o en el centro del puzzle, es igualmente esencial para alcanzar la
armonía, pero con la determinación de que cualquiera puede ser
reemplazada si, por vanidad, pretende inflarse y ocupar el lugar
reservado para otras.
Éxito
es tener la conciencia tranquila como consecuencia de la
autosatisfacción derivada de saber que hiciste todo lo que pudiste
para llegar a ser el mejor dentro de tus posibilidades.
He aquí su principal aportación a la filosofía moderna y, por
extensión, a la vida de numerosos ciudadanos que deambulan
persiguiendo sombras habitualmente esquivas. El éxito no se mide en
números o beneficios. El éxito no pueden baremarlo personas ajenas
a uno mismo. Éxito es hacer todo lo posible. Éxito es llegar
rendido a casa y saber que no pudiste dar un paso más. Y en el
ascenso hacia el éxito, cúspide de su famosa pirámide, son
fundamentales determinados bloques para evitar que la búsqueda se
vuelva demasiado costosa y conduzca al abandono. Esta es su pirámide
y éste el culmen de su filosofía. Fue un placer leerle maestro.
UN ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
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