La
NBA es una especie de organismo en continua transformación. En sus
cerca de setenta años de historia la liga ha atravesado casi tantos
estadios de desarrollo como el hombre en su cienmilenaria evolución.
De once equipos, un par de divisiones y unas modestas aspiraciones de
escala local y regional hemos pasado a treinta franquicias, seis
divisiones y una repercusión internacional indiscutible que la
convierte en uno de los faros más luminosos de esta nuestra aldea
global. Sirva también, como ejemplo, el devenir del asunto racial,
en el que la NBA no sólo ha caminado de la mano de los tiempos, sino
que lo ha hecho siempre un paso por delante, enarbolando la causa de
la igualdad no sólo con mensajes pomposos y grandilocuentes, sino a
través de filantrópicos programas como el “Read to Achieve” o
el “NBA Cares”. Lo mismo podríamos afirmar en relación con la
geografía, el modelo de negocio, las reglas de juego o etiqueta y
muchas otras dimensiones anejas al deporte y que se hallan en
constante proceso de transformación y adaptación. Pero hoy quiero
centrarme en el puro y duro baloncesto, hablar de la profesión de
base y, para hacer buena esta introducción, lo haré especialmente
de su diacrónica progresión.
Digo
profesión porque ser base implica ser jugador de baloncesto y algo
más. El jugador de baloncesto puede driblar, lanzar, pasar,
rebotear, taponar, robar balones, ayudar en defensa,... El base debe
poder hacer todo eso y, al mismo tiempo, escrutar cada movimiento del
rival, comprender la psicología de su entrenador y de todos y cada
uno de los compañeros y oponentes. El base debe entender de
momentos, llevar los tiempos, minimizar errores, interpretar los
espacios, acaudillar a su pueblo y no rendirse nunca. Geómetra y
metrónomo, batuta y trompeta y, hasta los últimos años, generoso
secundario de lujo. Todos estos sustantivos han venido definiendo a
los mejores bases de la historia. Hasta el inicio del tercer milenio.
Hasta
los años 70 la liga estuvo sometida al dominio de los hombres
grandes. Primero fue Mikan y a continuación, compartiendo de manera
desigual fama y títulos, llegaron Bill Russell y Wilt Chamberlain.
No pudo Elgin Baylor ganar un anillo. Tampoco Jerry West sin la
presencia de Wilt ni The Big O, Oscar Robertson, uno de los mejores
bases de la historia, sin la ayuda de un aún imberbe Lewis Alcindor,
Kareem Abdul Jabbar. En aquel entonces un siete pies móvil era
conditio sine qua non para aspirar al anillo. De ahí que
fuera tan necesaria, y milagrosa, la inesperada aparición de Willis
Reed en el séptimo partido de la final de 1970.
Sólo
el nombre de un base, si exceptuamos la rara y ambivalente condición
de Oscar Robertson (Mr Triple Doble), trascendió a la altura de las
más rutilantes estrellas del campeonato. Ése es Bob Cousy, el
Houdini del parqué, el base de los primeros Celtics campeones y uno
de los abanderados del concepto de entretenimiento. Pero, no nos
engañemos, los Celtics siguieron dominando el campeonato sin sus
pases de fantasía y su manejo de balón más propio de un trilero.
Algo
así como un base. Eso era Oscar Robertson y también podríamos
definir de esta manera a Walt Frazier, el icono más laureado de los
Knicks, una especie de efigie viviente de la gloria ya lejana de los
de Nueva York. Una mezcla extraña fue también Earl, “The Pearl”,
Monroe, pero, sea como fuere, la década de los setenta vino a
consolidar las figuras de los aleros (Rick Barry, John Havlicek,
Julius Erving, Bob McAdoo,...) y los pívots (Elvin Hayes, Kareem
Abdul Jabbar, Bill Walton, Moses Malone,...) relegando la presencia
de los bases a un papel más bien testimonial.
Todo
cambió en los 80. Nacido en Lansing, Michigan, Earvin Magic Johnson
redefiniría las reglas del juego del baloncesto y los cánones
clásicos de la belleza. De la reducción al absurdo que supuso su
advenimiento derivó también el surgimiento de un nuevo concepto de
“play maker”, el base alto, el jugador total. Más ajustado al
libreto, pero igualmente singular en su estilo, Isiah Thomas le puso
tanto corazón a la profesión que los títulos y reconocimientos le
llegaron por derribo. Los ochenta, a pesar de que los perros grandes
seguían siendo los favoritos de los managers y entrenadores,
supusieron, además de una época dorada para el baloncesto
colectivo, la reconsideración del base como elemento central en la
conformación de un equipo ganador, algo que también tuvieron
presente los Sixers del 83, con Maurice Cheeks, y los Celtics de
Larry Bird, con la siempre añorada presencia del ojeroso Dennis
Johnson.
Los
90, por su parte, fueron años de silenciosa siembra y cosecha
escueta. De arrimar el hombro y arar la tierra para que las
generaciones venideras la encontraran, a la postre, bien ventilada y
con la textura perfecta. Un equipo, los Bulls, dominó la competición
jugando sin un base puro, colocando al otrora maestro de ceremonias
en una esquina. Como fotógrafo, aunque en ocasiones jugaran papeles
determinantes. El triángulo ofensivo diseñado por Tex Winter, y tan
bien implantado por Phil Jackson, fue debilitando, uno a uno, los
esfuerzos de Terry Porter, Kevin Johnson, Gary Payton y John Stockton
por ganar un anillo a la vieja usanza, haciendo orbitar el juego en
torno a su mando. También los de Moncrief, Mark Price o los del
inconsciente John Starks. Lo intentaron, a su manera los “no
hermanos” Hardaway; el pequeño y jugón, Tim, y el grande y no
menos jugón, aunque de cristal, Penny. Ambos sin premio aparente.
Kevin
Johnson, Gary Payton y John Stockton, cada uno con su particular
estilo, abrazaron la llegada de Jason Kidd, otro hacedor incansable
de triples dobles, un verdadero líder en la cancha que anticipó, a
su vez, la irrupción de Steve Nash, consecutivamente nombrado MVP de
la liga en 2006 y 2007. Ningún base de sus características
–director de juego y principalmente asistente– se alzaba con el
más importante galardón individual desde que lo hiciera el propio
Bob Cousy en 1957, es decir, medio siglo antes. Porque me lo van a
permitir sus fans, hablar de Allen Iverson, desde el máximo de los
respetos, es hablar de otra cosa. De un gran jugador, de un excelso
anotador, de un reclamo sin igual, pero no de un base.
Sólo
pasarían cuatro años más hasta que Derrick Rose, otro base, se
hiciera con el MVP. Su fichaje por los Chicago Bulls, procedente de
la Universidad de Memphis, puso sobre el tablero un nuevo prototipo
de “point guard” que vendría a ser una generación más avanzada
de la que quisieron inaugurar Deron Williams o Chris Paul, aunque
este recuerde más a los pequeños directores de juego de otras
épocas. Ahora el base es ante todo un anotador que asiste,
simplemente, porque lo marcan los sistemas o por necesidades del
juego. Son el principal quebradero de cabeza de las defensas rivales,
apenas preocupadas ahora por lo que puedan hacer los interiores. El
juego, aunque los clásicos hablamos siempre de que lo preferible es
la consecución de un equilibrio, ha ido desplazándose hacia el
perímetro y toda construcción ofensiva, salvo excepciones, suele
empezar desde la figura de un base o la de un alero que hace las veces
(Lebron James, Kevin Durant).
De
los viejos matchups entre Russell y Chamberlain, Hayes y Kareem,
Olajuwon y Ewing o entre Erving y Bird, Bird y Wilkins, Jordan y
Drexler, Jordan y Barkley o Lebron y Durant, hemos pasado a
emparejamientos entre tipos de estatura y complexión más cercanas a
las de un tipo normal. De ellos no sorprende su estatura, sino su
desbordante talento para la generación y mantenimiento de las
ventajas y para la ejecución explosiva y controlada de gestos
técnicos a máxima velocidad. Los nuevos iconos del baloncesto son
bases y estos son mis favoritos:
1.
Stephen Curry. De anotador puro en Davidson a promotor del
baloncesto más bonito y vertiginoso de la actualidad.
2.
Chris Paul. El base de los Clippers es el que mejor interpreta
el arte del pick and roll y el que mejor hace partícipe del juego a
sus interiores.
3.
James Harden. Si quiere hacer un tiro lo va a hacer. El más
virguero manejador de balón tiene una zurda prodigiosa para el
lanzamiento exterior y mil y un recursos para finalizar bajo aro o
buscar el contacto y sacar una falta.
4.
Tony Parker. El base del equipo campeón merece crédito por
ese simple hecho. Los que hemos crecido viendo a estos Spurs
reconvertirse y regenerarse a lo largo de los quince años que
separan sus cinco anillos, debemos valorar el grado de madurez
alcanzado por el parisino.
5.
John Wall. Sus complicados antecedentes familiares hacen de él
un fiero competidor. Poco a poco ha ido refinando su tiro en
suspensión y su lanzamiento exterior.
Invitándoos
a hacer vuestra propia lista me despido. No tienen por qué ser
cinco. Pueden ser diez o quince. Afortunados o no, una realidad se
alza incontestable ante nosotros: vivimos en el siglo de los bases.
UN
ABRAZO Y BUEN BALONCESTO PARA TODOS
1 comentarios:
Tras leer tu entrada, no puedo dejar de caer en la tentación de hacer 2 listas, actual e histórica!! jajajajaja
Top actual:
1- CP3, para mi el mejor base puro de la nba y el que mejor controla los partidos en defensa y ataque.
2- Wall, gran anotador, pero su liderato indiscutible en asistencias y sus contraataques letales lo posicionan aquí.
3- S.Curry, más anotador que base, pero ya da 8 asistencias (algo más sencillo en un equipo run and gun con Klay y Green), y va mejorando en defensa. Pero aún tiene muchas lagunas de criterio en su juego en momentos calientes.
4- D. Lillard, el joven maduro, no tuvo ni siquiera derecho a llamarse rookie por su buena cabeza y su capacidad de liderazgo en momentos complicados. No sube más puestos porque aún no da tantas asistencias como los otros 3, aunque culpo a su entrenador por ello.
5- J. Holiday, posiblemente el más olvidado de la actualidad. Gran director, asistente, defensor y si se lo propone anotador.
Otras menciones a T.Evans, Lawson, Lowry, Kemba y Rondo que aún deben pulir algunos aspectos como bases puros. A Parker no lo meto porque se beneficia de Pops y creo que fuera de SAS no sería ni un 30% de lo que es. Harden.... No es base ni se le acerca, ni si quiera juega para nadie que no sea su estadística.
Y me atrevo ahora con una lista histórica:
1- Magic, no tengo nada que explicar.
2- Robertson, míster triple doble.... Nada que explicar tampoco
3- Isiah, sin duda el base más anotador e intenso de la historia, convirtió la figura del base en la herramienta principal de la defensa (siempre lo fueron los pívots).
4- Cusy, porque sin él Magic no existiría. Él ya inventó el pase espectáculo y fue (en parte) artífice del éxito de Bill Russell y los C's.
5- Stockton.... Sí, me jode, era feo, poco ágil, menos elástico aún, su juego era frío, nada espectacular.... Pero no ha habido nadie tan feo y antiestetico que dominara tanto la NBA. Puro talento, pura visión, pura precisión. Un genio.
Abrazos!
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